Publicidad

Roberto Ampuero y su llamado a renunciar al Programa de Gobierno

Bernarda Pérez
Por : Bernarda Pérez Subsecretaria de la Mujer y la Equidad de Género
Ver Más

«El paso de hereje a renegado, por usar la terminología de Deutscher, pudo constatarse el 2009 cuando fue uno de los escasos intelectuales que apoyó públicamente la candidatura presidencial del empresario Sebastián Echeñique, postulación levantada por una coalición política integrada por las fuerzas que sustentaron la dictadura militar chilena y diseñaron su modelo político–institucional y económico–social».


Isaac Deutscher, reconocido historiador y escritor de origen polaco, fue un consistente y agudo crítico del socialismo realmente existente en la Unión  Soviética y Europa Oriental, los que conoció en forma directa, por lo que debió partir al destierro y nunca más volvió a ver a su familia. No mutó en “disidente” cuando el modelo soviético se derrumbó y era “oportuno”. En 1955, mientras residía y trabajaba como académico en Inglaterra, publicó un libro titulado “Heretics and Renegades”, el que en 1970 fue publicado póstumamente en castellano como “Herejes y Renegados”.

En el trabajo fustiga la evolución política e intelectual de los ex comunistas que, luego de la renuncia a sus antiguas convicciones, pasaron a transformarse en cerrados apologistas del orden social que en el pasado combatieron. Casi todos ellos, señala, “rompieron con el partido (comunista) en nombre del comunismo. Casi todos ellos se propusieron defender el ideal del socialismo de una burocracia sometida a Moscú. Casi todos empezaron por vaciar el agua sucia de la revolución rusa para proteger al niño que se estaba bañando en ella. Más pronto o más tarde, aquellas intenciones se olvidan o se abandonan. Luego de romper con una burocracia de partido en nombre del comunismo, el hereje rompe con el comunismo. Pretende haber descubierto que la raíz del mal alcanza una profundidad aún mayor de lo que él imaginó al principio, pese a que es posible que su ahondamiento en busca de aquella raíz haya sido muy perezoso y superficial (…) Ya no se trata de vaciar el agua sucia de la revolución rusa para proteger al niño del baño: descubre que el niño es un monstruo al que hay que estrangular. El hereje se convierte así en renegado”.

Explica que “generalmente el intelectual ex comunista deja de oponerse al capitalismo. A menudo une sus fuerzas a los defensores de éste, y aporta a esa tarea la estrechez mental, la falta de escrúpulos, el desprecio a la verdad y el odio intenso que le fue imbuido por el stalinismo. Continúa siendo un sectario. Es un stalinista vuelto del revés. Sigue viendo el mundo en blanco y negro, sólo que ahora los colores se distribuyen de modo distinto (…) En otro tiempo aceptó la infalibilidad del partido; ahora se cree infalible a sí mismo”. Y añade: “El ex comunista avanza brevemente en primera línea en toda caza de brujas. Su ciego odio hacia su anterior ideal es levadura para el conservadurismo contemporáneo. No resulta extraño que los ex comunistas denuncien la más suave tendencia del ‘Estado benefactor’ como ‘bolchevismo legislativo’ (…)”.

Hemos revisitado este trabajo de Deutscher luego de leer una columna del escritor chileno Roberto Ampuero, publicada en el diario electrónico “El Libero” el 30 de junio y titulada “¿Lectura equivocada del país o demagogia?”.

La formación política e intelectual de Ampuero se inició en Cuba y en la República Democrática Alemana, en los tiempos que ambos países, en el contexto de la denominada “Guerra Fría”, reconocían la conducción de la Unión Soviética y su modelo de socialismo. Llegó allí no como “disidente”, sino como militante de las Juventudes Comunistas y de la Unión de Juventudes Democráticas, destacamento juvenil del MAPU Obrero Campesino, colectividades ambas que se reconocían marxista–leninistas e identificaban con el modelo soviético. En esos países vivió, estudió y trabajó con todo tipo de beneficios. Y nadie le conoció expresiones públicas de disidencia hasta que en 1999, una década después de la caída del Muro de Berlín, publicó su libro “Nuestros Años Verde Olivo”.

El paso de hereje a renegado, por usar la terminología de Deutscher, pudo constatarse el 2009 cuando fue uno de los escasos intelectuales que apoyó públicamente la candidatura presidencial del empresario Sebastián Echeñique, postulación levantada por una coalición política integrada por las fuerzas que sustentaron la dictadura militar chilena y diseñaron su modelo político–institucional y económico–social. Hasta entonces el fundamento único y exclusivo de su crítica al socialismo de tipo soviético era una supuesta adhesión suya al paradigma de la democracia, lo que ahora podía ciertamente ser puesto en duda por la trayectoria de sus nuevos aliados de coalición y proyecto. En el fondo, lo que se develaba era que Ampuero había terminado abrazando la concepción de sociedad que la derecha enarbola. Un tiempo después, Piñera lo designó embajador en México y luego lo convocó a su gabinete, como ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

La encuesta Adimark de febrero de 2014, última que midió al Gobierno anterior, otorgaba a Ampuero un 25 por ciento de visibilidad, sin que medio de comunicación u opinólogo de la derecha consideraran que aquello fuese un problema… De hecho, 15 de los 22 ministros de Piñera tenían, al final del período, niveles de conocimiento público inferiores al 50%, según Adimark, y nadie hacía análisis o publicaba reportajes sobre el fenómeno.

Durante el Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, Ampuero se ha transformado en ácido crítico del programa de reformas y en una figura adorada por todos sus opositores. Un caso emblemático fue lo que ocurrió en ENADE 2014, cuando expuso frente a un salón repleto por una audiencia que lo despidió con una ovación de pie por más de un minuto. Allí comparó la situación del país con la vivida en el Gobierno de la Unidad Popular. “Fue emocionante”, comentó después.

En su mencionada columna en “El Líbero”, discurre como exegeta del ex presidente del Partido Socialista para afirmar sus propias opiniones. Señala que “quienes elaboraron el programa (de la Nueva Mayoría) no supieron leer correctamente la subjetividad de la ciudadanía, la que no estaría por desmontar el modelo, sino por corregirlo y exigirle una porción mayor de la riqueza que genera (…) La Nueva Mayoría confundió las demandas de ‘la calle’ con el sentir de las personas, es decir, equivocó el diagnóstico”. A su juicio, ello explica “el divorcio del gobierno de las personas” y permite concluir que “las reformas no resuelven el problema”.

A continuación, introduce una hipótesis completamente propia: “¿Qué tal si los actuales problemas no se deben a una ‘lectura equivocada’ sino a que se cocinó livianamente una oferta demagógica para asegurar electorado? ¿Qué tal si, aún a sabiendas de que no podrían satisfacerse todas las demandas exigidas por la calle, se dijo lo contrario con el propósito de evitar el surgimiento de una alternativa a la izquierda de la Nueva Mayoría? ¿Es creíble que la candidatura se equivocase tanto en el cálculo financiero del programa, o se optó por incorporar contenidos demagógicos de los cuales conviene hoy distanciarse atribuyéndolos a la ‘lectura errónea’?”. Y agrega: “Esta interrogante puede quedar para la especulación académica, pero pesará en la próxima elección presidencial. Lo que está quedando de manifiesto es que la Nueva Mayoría ofrece programas ambiciosos que a poco andar resultan irrealizables”.

El texto de Ampuero podría ser útil efectivamente en el ámbito académico. Como ejemplo de razonamiento falaz. Si fuera cierto que en la elaboración del programa no se supo “leer correctamente la subjetividad de la ciudadanía”, ¿qué sentido entonces habría tenido que se “cocinara livianamente una oferta demagógica para asegurar electorado”, como lo asegura Ampuero, si este electorado quería –según dice el mismo escritor– un programa diferente? Si el electorado aspiraba a un programa distinto al propuesto por la Nueva Mayoría, según asevera Ampuero, ¿por qué entonces tendría que haber sido motivo de preocupación electoral que surgiera “una alternativa a la izquierda” con contenidos que, según afirma el mismo escritor, no estaban en consistencia con la “subjetividad de la ciudadanía”? Y una pregunta adicional, que no es irrelevante: ¿si la “subjetividad de la ciudadanía” no estaba expresada en el programa de la Nueva Mayoría, cómo entonces el 62,16% optó por Bachelet en la segunda vuelta de la elección presidencial? ¿Cómo explica que la candidata de Ampuero, Evelyn Matthei, obtuviera apenas un 37,83% y 25,03% en primera y segunda vuelta, sustentando una propuesta programática que el escritor de marras seguramente considera más coherente con la “subjetividad ciudadana”?

El carácter falaz de los razonamientos de Ampuero no se circunscribe sólo a lo consignado. Formula aseveraciones que no se ocupa de demostrar, como que el programa de la Nueva Mayoría se propusiera “desmontar el modelo” como objetivo para el período de gobierno o que sus contenidos pudieran ser considerados una mera “oferta demagógica”. Parece inevitable recordar las palabras de Deutscher: “No resulta extraño que los ex comunistas denuncien la más suave tendencia del ‘Estado benefactor’ como bolchevismo”.

La afirmación más extremadamente infundada que hace Ampuero es la que arguye que el programa de gobierno se sustentó en una lectura errada de la subjetividad ciudadana. Las evidencias factuales muestran que las reformas planteadas, los contenidos efectivamente planteados en el programa y no el espantajo construido por Ampuero, son producto de los anhelos ciudadanos, lo que se demuestra no sólo lo por las expresiones de conflictividad social (“las demandas exigidas por la calle”), sino por todas las encuestas y sondeos de opinión pública, incluyendo los estudios del Centro de Estudios Públicos (CEP), entidad por cierto insospechada de la contaminación bolchevique que Ampuero cree descubrir detrás de todo intento de reforma social. Como es obvio, en esas encuestas han sido consultados los ciudadanos que acuden a las marchas en las calles y también los ciudadanos que van a los centros comerciales a la misma hora.

El Barómetro de la Política del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC) de enero de 2014 consultó por las reformas propuestas por Michelle Bachelet: el 63% se manifestó partidario de la reforma tributaria; un 79% de la reforma a la educación y un 71% de una nueva Constitución.

El Barómetro de la Política de junio de 2013 develaba que el 82 por ciento pensaba que el desarrollo económico beneficia más a los ricos; el 69% consideraba que la igualdad social es más importante que la libertad personal; el 66% estimaba que las diferencias entre ricos y pobres eran mayores que 20 años antes; el 86% consideró que “uno de los mayores problemas en Chile es que no le damos a todos la misma igualdad de oportunidades”; y un 75% estimó que no existe igualdad frente a la ley.

El Estudio de Opinión Pública N° 79 del CEP, correspondiente a septiembre–octubre del 2013 mostró que el 85 por ciento se manifestaba de acuerdo con reducir las diferencias de ingresos; el 83% con nacionalizar el cobre; el 74% con priorizar la educación universitaria gratuita; el 67 por ciento con una reforma tributaria; el 63% con la despenalización del aborto terapéutico y con el aborto en caso de violación; y un 51% con reformar el sistema electoral binominal. En este estudio habían otros resultados interesantes: en el caso de los encuestados de nivel socioeconómico alto, un 55 por ciento se manifestaba partidario de una asamblea constituyente; un 80 por ciento de la reforma al sistema binominal; un 69% por la despenalización del aborto terapéutico y un 76 por ciento del aborto en el caso de violación; un 80% por nacionalizar el cobre; un 70% por una reforma tributaria; y un 86% por reducir las diferencias de ingresos.

En rigor, el diagnóstico que sustenta el programa de la Nueva Mayoría es la constatación de la desigualdad que desgarra la sociedad chilena y que constituye la principal amenaza a la gobernabilidad futura del país. El carácter desigual y excluyente de Chile está en abierta contradicción con todos los estándares de inclusión social y participación ciudadana que han advertido los organismos internacionales y que han procurado materializar los países desarrollados que han construido un Estado social de derechos. La construcción de una democracia con pleno ejercicio de la soberanía popular y una economía sustentable y con inclusión social no puede ser descalificada tan liviana y groseramente como una “oferta demagógica” ni considerarse un objetivo irrealizable.

Una cosa diferente es que en el tránsito a este horizonte histórico una conducción política responsable examine las nuevas condiciones que presenta la realidad social, la que en esencia es dinámica, y que en base a este análisis se redefinan prioridades, se establezcan fases y tiempos de realización, e incluso se establezcan nuevas tareas. Ello no significa renunciar a un programa que tiene validez, porque está efectivamente en sintonía con la ciudadanía y sobre todo porque responde a las necesidades del desarrollo del país.

En cualquier caso, si lo que realmente preocupa a Ampuero es que la ruta de navegación del gobierno se encuentre en sintonía con la “subjetividad de la ciudadanía”, para evitar “el divorcio con las personas”, hay un camino al que debiera sumarse con entusiasmo, al igual que el sector político que hoy integra: consultar a la soberanía de la ciudadanía para que se pronuncie, a través de un plebiscito, respecto de las materias fundamentales que se relacionan con el tipo de país que se quiere construir, particularmente respecto de la necesidad de una nueva Constitución. Si ello no se acepta, todo el majadero alegato de Ampuero sobre la falta de democracia en otros países se demostrara falso e ideológico, como también todos sus alegatos contra el programa de gobierno se develaran sólo como un intento conservador de impedir todo cambio al modelo (aunque sea para “corregirlo”).

Ampuero asevera que “para los partidos de la Nueva Mayoría, resentidos porque fueron marginados de la elaboración del programa y la campaña de Bachelet, resulta ahora fácil desmarcarse de ella”. En este contexto, dice, “es legítimo preguntarse quién apoya hoy a Bachelet y qué impacto tendrá su orfandad sobre el rumbo de Chile hasta el 2018”. En verdad, el programa fue una construcción ciudadana, en la cual participaron todos los partidos de la Nueva Mayoría, al igual que la campaña de Michelle Bachelet.

Por ello, que nadie se llame a engaño: respaldaremos a la Presidenta, a su Gobierno y su Programa hasta el final.

 

Publicidad

Tendencias