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¡Qué importa la ética!

«Al fin y al cabo, es una ciencia práctica, y se aprende sobre todo por imitación, la lección de fondo que les queda a los alumnos es que lo que realmente importa es aprender las técnicas de su futura profesión, y titularse a tiempo. El estudio de la moral sería un adorno que estaría bien tener, pero que no habría que tomarlo tan en serio. Después nos quejamos».


Todavía no perdemos la capacidad de asombrarnos frente los escándalos políticos y económicos, pero al mismo tiempo no podemos tener ninguna discusión moral seria, porque en una sociedad pluralista no hay una idea compartida acerca de lo bueno. Se lamenta la falta de ética pública y algunos piden que se enseñe ética en las universidades (particularmente en las escuelas de negociosos) pero al mismo tiempo la sociedad rechaza cualquier intento de que a haya una moral que no dependa del individuo.

Hace ya varios años, el profesor M.B.E. Smith se refirió a este problema, señalando que la enseñanza de la ética en la educación superior (en particular en las escuelas de derecho) era contraproducente: los alumnos iniciarían el curso con ciertas convicciones éticas personales, pero luego de ser expuestos a diferentes corrientes de pensamiento– presentadas como equivalentes – probablemente algunos de ellos terminarían confundidos, pensando que estas cuestiones no tienen respuesta (es decir, adoptando algún tipo de relativismo moral) y, por consiguiente, guiarían su actuar futuro más por conveniencia que por ética. No estoy completamente de acuerdo con el profesor Smith, ya que, según lo que he podido observar, la teoría moral de la mayoría de los alumnos que toma un curso de ética (a pesar de que se puede decir que son buenas personas) es precisamente el relativismo. Si ese es el punto de partida, reflexionar sobre estos temas sólo puede ser beneficioso.

Sin embargo hay otra razón, de otro orden, que desaconsejaría que se enseñe ética en las universidades. En mi experiencia, al menos, los cursos de ética son tratados por las distintas facultades de manera poco seria, como el pariente pobre de los demás ramos. Ejemplos abundan: un alumno que toma el ramo después de un mes de comenzadas las clases (“¿Y cómo fue que lo dejaron tomar el ramo tan tarde? – No sé profesor, me lo inscribió el jefe de carrera”), otro alumno al que se le permite tomar el curso de ética en el mismo horario que otro ramo (“No voy a poder quedarme a la segunda hora, porque en Cálculo II me piden asistencia completa…”) y así. Un caso extremo fue el del estudiante que reprobó Ética por ser sorprendido copiando en el examen: el jefe de la carrera le pidió al coordinador del Programa de Ética que no lo reprobara, de otra manera el alumno no se titularía a tiempo (el coordinador respondió con la teoría pedagógica de moda: si copió en un examen de ética es porque no adquirió las competencias pertinentes).

Cómo la ética, al fin y al cabo, es una ciencia práctica, y se aprende sobre todo por imitación, la lección de fondo que les queda a los alumnos es que lo que realmente importa es aprender las técnicas de su futura profesión, y titularse a tiempo. El estudio de la moral sería un adorno que estaría bien tener, pero que no habría que tomarlo tan en serio. Después nos quejamos.

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