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El debate político y los abusos del pasado

Joaquín Fernández Abara
Por : Joaquín Fernández Abara Licenciado y Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Investigador del CIDOC – Universidad Finis Terrae.
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«En diversas ocasiones a lo largo de su historia la derecha ha enarbolado discursos “antipolíticos”, apoyándose en invectivas y argumentos similares. Si bien estos le han ayudado a generar éxitos cortoplacistas que benefician a candidatos específicos, han contribuido a generar ambientes que han perjudicado a la representación parlamentaria de sus propios partidos».


La continuidad del gobierno ha sido puesta en duda por parte de importantes sectores de la oposición y de algunos elementos de la prensa. Dicha situación se ha evidenciado en rumores de renuncia de la presidenta o en la propagación de trascendidos que señalan que esta se encontraría enferma e incluso aquejada de problemas de alcoholismo. Se trata de una estrategia que claramente punta a minar la credibilidad y la confianza en la idoneidad del jefe de Estado, cuestionando la legitimidad del gobierno y apelando a la supuesta incapacidad de sus personeros para ejercer la conducción política del país.

En este sentido, las respuestas desde el oficialismo no se han hecho esperar. Desde una perspectiva de género, los alegatos gobiernistas han señalado aquellas acusaciones como una expresión de machismo en contra de la figura presidencial. Sin embargo, otro de los tópicos que se ha utilizado para neutralizar y dichos ataques es el de la “sedición”. En efecto, importantes personeros oficialistas han insistido en señalar el afán sedicioso de los rumores, señalando que estos apuntarían a derrumbar el gobierno o incluso a generar una suerte de golpe blando que estaría derribando un gobierno de carácter reformista.

En la génesis y en las características que han adquirido estas estrategias de confrontación política, el pasado ha jugado un rol fundamental. Esto pues tácticas similares fueron utilizadas con anterioridad en contra presidentes de la república. Basta pensar en la contrapropaganda que durante sus gobiernos debieron enfrentar presidentes como José Manuel Balmaceda o el Propio Salvador Allende. Fuera de los ataques estrictamente políticos, ambos presidentes debieron soportar fuertes campañas en contra, las que incluyeron acusaciones injuriosas referidas a aspectos de su vida privada, entre las que el consumo inmoderado de alcohol destacó como un elemento central.

Sin embargo, la presencia del pasado es especialmente importante, pues dichas estrategias apelan a recuerdos de carácter traumático y a memorias históricas emblemáticas para diversos segmentos de la población. En efecto, el recuerdo de las luchas políticas del período de la Unidad Popular ha jugado un rol fundamental, de manera tanto implícita como explícita en estas disputas. Es que en un contexto de desafección política, donde a la ya creciente abstención electoral se ha unido una acelerada tendencia al descrédito de partidos y representantes, la apelación a dichas memorias emblemáticas se vuelve un mecanismo destinado a mantener cohesionadas a las filas militantes partidistas y, quizás, a los segmentos que se suponen como más comprometidos del electorado. Las reacciones generadas a raíz de la reciente movilización de los camioneros evidenciaron dicha situación.

La irresponsabilidad por parte de la derecha y de medios de prensa supuestamente independientes en el esparcimiento de rumores e injurias, evidencian una clara irresponsabilidad política, en cuanto contribuyen a alimentar la sensación de desafección política y a minar la legitimidad política de las instituciones. Las consecuencias de dicha prácticas pueden ser incluso contradictorias para sus propios fines, pues coadyuvan a incrementar los cuestionamientos al ordenamiento institucional actual, el cual ha servido a su propio sector para contener a las mayorías y mantener vigentes elementos centrales de su proyecto. En todo caso se trata de una estrategia que no es nueva en la derecha política chilena. En diversas ocasiones a lo largo de su historia la derecha ha enarbolado discursos “antipolíticos”, apoyándose en invectivas y argumentos similares. Si bien estos le han ayudado a generar éxitos cortoplacistas que benefician a candidatos específicos, han contribuido a generar ambientes que han perjudicado a la representación parlamentaria de sus propios partidos.

En este sentido, consideramos que los sectores gobiernistas hacen bien en cuanto denunciar el uso de injurias, la intromisión en la vida privada y la exageración de la sensación de ingobernabilidad. Sin embargo, el afán de importantes sectores de la Nueva Mayoría por aprovechar dicha comparación con la Unidad Popular, mostrando a dichas prácticas como estrategias destinadas a derribar un gobierno que se entraría realizando reformas estructurales, es cuando menos, autocomplaciente. En primer lugar pues si bien la agenda reformista con que debutó al actual gobierno se autoasignó un carácter estructural, en la práctica tenía alcances más bien incrementales y moderados. En segundo lugar pues el énfasis reformista se apagó, y “realismo sin renuncia” fue la lápida que vino a sellar una trayectoria gubernamental que muy prontamente dejó en evidencia la falta de voluntad de aplicar los aspectos más igualitaristas del programa, especialmente en los ámbitos de las relaciones capital/trabajo y la distribución del ingreso.

En este sentido, los sectores que se autoidentifican como la “izquierda de la Nueva Mayoría”, corren el riesgo de terminar utilizando la reedición del psicodrama golpista como una estrategia para justificar su fracaso, exagerando la importancia de sus enemigos externos y evitando afrontar la real lucha política que debiera dar al interior de su coalición.

*Publicado en Red Seca

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