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Esperar puede ser dañino para la Salud

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Marcos Vergara
Por : Marcos Vergara Académico Escuela de Salud Pública UCh
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Como bien dice la Ministra de Salud, terminar con las listas de espera en un sistema cerrado y gratuito, como es nuestro Sistema Nacional de Servicios de Salud –los Hospitales Públicos-, no parece posible. Es precisamente el racionamiento el que ajusta la oferta y la demanda, racionamiento que, como los co-pagos en el sistema privado, no opera con criterios clínicos ni sanitarios. Suele ser arbitrario.

Al respecto, lo que se vive hoy es una consecuencia esperada de la implementación del sistema de garantías explícitas, GES (conocido también como AUGE), sistema de priorización de problemas de salud del cual se desprende naturalmente la postergación de las patologías no GES, para una capacidad instalada y productividad constantes.

Los tiempos de espera, sin embargo, pueden ser reducidos o su incremento puede ser controlado. La fórmula, si bien conocida, es compleja, en particular porque abre al debate aparentemente antagónico de “más recursos versus más gestión”, del cual cuesta salir ileso. Sin embargo, la receta es, como suele suceder en la vida, una combinación de cosas.

En primer lugar, más recursos. En efecto, el sector público muestra un problema de capacidad instalada que tiene su expresión más nítida en una enorme necesidad de inversiones y en la escasez de especialistas. En ambos casos, entendemos, se realizan esfuerzos, pero los resultados no serán significativos en el corto plazo, pues las inversiones han de materializarse, lo que en el sector público y su institucionalidad ad-hoc toma años, y los médicos especialistas han de formarse y, no nos olvidemos, han de remunerarse. Por cierto, también podrían importarse para apurar el tranco en el cierre de las brechas. Todo mientras el sector privado compite con el sector público por el uso de los recursos y, en muchos casos, también por los clientes.

[cita] La fórmula, si bien conocida, es compleja, en particular porque abre al debate aparentemente antagónico de “más recursos versus más gestión”, del cual cuesta salir ileso. Sin embargo, la receta es, como suele suceder en la vida, una combinación de cosas.[/cita]

En segundo lugar, más gestión, para incrementar la productividad de los recursos que ya están disponibles. Claramente los hospitales ofrecen un perfil de problemas de gestión que podrían abordarse en beneficio de reducir los tiempos de espera como, por ejemplo, mejorar la actividad en horario de tarde, evitar la suspensión de cirugías programadas, arrancar con los pabellones temprano en la mañana, administrar la agenda médica de consultas de especialidad para evitar pérdida de horas, etc.

Preciso es recordar que la figura del hospital autogestionado surgió en la reforma de salud como respuesta a la preocupación por los servicios no GES. Al respecto, no tenemos un juicio formado acerca de la práctica y de la eficacia de esta figura. Solo sabemos que el ranking de hospitales autogestionados a partir del 2015 ya no se está realizando, que hay facultades administrativas que no terminan de transferirse a los hospitales en muchos servicios de salud, especialmente en el ámbito de recursos humanos y que existen hospitales con enormes deudas con proveedores que, al decir de los especialistas que han estado viendo el tema, resultarían de actividad realizada, pero no financiada por el seguro público –FONASA-. Habida cuenta de lo anterior, de lo cual no estamos completamente convencidos, agregaría también que hemos encarecido la producción de servicios por la vía de comprar la atención de especialistas a sociedades médicas que cobran precios de mercado, figura que representa una suerte de “privatización en la práctica”.

Pero hay un tercer elemento, que consiste en echar mano también a la verdadera ventaja competitiva del sector público, que es la denominada “gestión en red”, pero vista no solo como un mecanismo optimizante de la continuidad de los cuidados desde la oferta de servicios –red de complejidad o resolutividad creciente-, sino también como un modelo que gestiona demanda, anticipándose a la aparición de los daños y discriminando entre consumo de servicios necesarios y no necesarios. De este modo la demanda puede ser modulada y ajustada mejor, ahora sí con criterios estrictamente sanitarios, a la oferta disponible y no esperar en la puerta del hospital, con los brazos cruzados, a que la gente se enferme.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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