“La política es algo demasiado serio como para dejársela a intelectuales que desconocen la historia de Chile y que no alcanzan a entender la importancia que tiene el desarrollo de los partidos políticos en el sistema chileno”. Las palabras del senador Walker (DC) resonaron en el panteón de los soberbios provocando la molestia de quienes aportamos al espacio público desde el mundo de las ideas.
Dos cosas debemos decir sobre esta bravata.
Lo primero es que las palabras del senador evidencian un profundo desprecio por los académicos e intelectuales (lo cual es peculiar viniendo de alguien que tiene un doctorado en ciencia política). El senador hace gala de su interés por establecer un monopolio de una casta —la de los que se dedican a la política activa—, la única que entendería ‘la importancia’ de los partidos políticos, la única que conocería ‘la historia de Chile’. Este grupo de arcanos estaría destinado ad aeternum a parlamentar, a discutir y a configurar las ideas en el espacio público del país. El resto: que mire, que aprenda, porque quienes saben son Walker, Pizarro, Girardi, Larraín, Ossandón, todos quienes están ahí por sus honorables virtudes y su conocimiento de ‘la historia de Chile’ y la comprensión de la ‘importancia’ de los partidos políticos.
[cita] Las palabras de Walker se suman a la larga lista de comentarios destemplados que ayudan a la ciudadanía a observar el nivel en el que están los ánimos al interior de los partidos políticos. Lo alarmante es que la arrogante pulsión de conservar todo como está apelando a la tradición o a la historia se ha vuelto la norma para el actuar de nuestros representantes. Pero no nos sorprendamos. Después de todo, Walker es un conservador. Y a los conservadores no les gustan los intelectuales.[/cita]
Lo segundo es que el senador denota su pretensión de que los partidos políticos —como están ahora— deben ser defendidos a ultranza. Cualquiera que critique su orgánica o actuar no merece aportar al espacio público, porque aportaría ‘desde el pizarrón’, y claro, eso sería algo despreciable, sin sentido; los intelectuales serían gente que construye castillos en el aire.
Lo que dice Walker, simplemente, es no entender cómo se comportan las instituciones políticas en sociedades libres. Durante la historia de Chile no siempre existieron los partidos como existen hoy: los hubo movilizadores de grandes porciones de población; los hubo violentistas; y los hubo de ‘notables’, de personas que solo estaban ahí por sus contactos, apellidos o riqueza familiar (quizá todavía sigue habiéndolos). El senador Walker tendrá que aprender que en sociedades libres los partidos políticos nacen y mueren, y vuelven a nacer otros que tengan más cercanía con la ciudadanía. Por esto, es perfectamente positivo para la democracia que haya desconfianza en los partidos políticos porque es una señal de que se tienen que actualizar y que habrá algunos a los que habrá que darle cristiana sepultura (quizá esto último sea lo que más le asusta al senador).
Las palabras de Walker se suman a la larga lista de comentarios destemplados que ayudan a la ciudadanía a observar el nivel en el que están los ánimos al interior de los partidos políticos. Lo alarmante es que la arrogante pulsión de conservar todo como está apelando a la tradición o a la historia se ha vuelto la norma para el actuar de nuestros representantes.
Pero no nos sorprendamos. Después de todo, Walker es un conservador. Y a los conservadores no les gustan los intelectuales.