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Programas para alumnos vulnerables, un caso real

Tiare Soto Sagredo
Por : Tiare Soto Sagredo Alumna del bachillerato en Ciencias y Humanidades, Universidad de Santiago.
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La gratuidad para la Educación Superior está en el centro del debate en estos días. Qué universidades y qué alumnos deben recibir ese beneficio en primer lugar se discute todos los días por los medios de comunicación, en el Congreso y en diversas instancias. Pero eso sólo es teoría. Las decisiones sólo se pueden tomar conociendo de cerca casos reales como el mío.

Desde pequeña quería estudiar una carrera científica para hacer un aporte a la gente y la sociedad. En una familia, donde no existían profesionales, eso parecía sólo un sueño. Mi mamá es dueña de casa y su pareja es guardia de seguridad. Tengo dos hermanas menores de nueve y seis años. Los cinco vivimos en un departamento en Melipilla.

A pesar de las dificultades económicas, mi madre y padrastro estaban dispuestos a endeudarse para pagar mis estudios superiores (no tengo relación con mi padre biológico). Pero no era suficiente. La escuela O’Higgins de Melipilla, donde cursé Enseñanza Media, no tenía la preparación adecuada para la Prueba de Selección Universitaria.

A pesar que era la mejor alumna de mi generación –terminé enseñanza media con promedio 6,5-, mi destino estaba casi predeterminado: era casi imposible que mi puntaje en la PSU me permitiera estudiar lo que deseaba y menos aún en una de las mejores universidades. Si lograba sacar 475 puntos podría postular a una casa de estudios privada. Pero no fue así: ponderé 460 puntos en la prueba. Eso me dejaba fuera del sistema.

[cita tipo=»destaque»]Nunca un pariente cercano o lejano había estudiado en la universidad. Con programas como éste eso cambiará y, sin duda, mis hermanas pequeñas y mis primos y primas aprenderán que los sueños se pueden lograr con esfuerzo y proyectos inclusivos.[/cita]

Sin embargo, el mismo día que me enteré de esa triste noticia, tuve un vuelco. Recibí una llamada inesperada de la Universidad de Santiago de Chile. Una persona totalmente desconocida me invitaba a postular al Ranking 850, programa que permite acceder a la educación superior a estudiantes de excelencia académica (Ranking de Notas 850), que obtienen menos de 475 puntos en la PSU. Hasta entonces, nunca había escuchado hablar de ese programa.

Postulé, junto a 73 alumnos, de los cuales sólo quedamos 10 seleccionados. De esa forma, en marzo de 2015, entré al Bachillerato de Ciencias y Humanidades en esa casa de estudios.

El primer semestre pasé todos los ramos y estoy terminando el año con buenas notas. Mi objetivo es estudiar Química y Farmacia en esa universidad estatal, de la que me enorgullezco por su mezcla exitosa de calidad académica y consciencia social.

Me gané cinco becas, de manera que estudio gratis y cuento con recursos para los gastos asociados a mi carrera. Así, pude dejar de lado mis planes de trabajar para ayudar a pagar mis estudios y tengo la posibilidad de dedicar todo mi tiempo aprender y superarme en ramos como matemáticas, donde mi preparación era muy deficitaria.

Tengo 19 años. Mi familia nuclear y extendida está muy orgullosa. Como señalé antes, nunca un pariente cercano o lejano había estudiado en la universidad. Con programas como éste eso cambiará y, sin duda, mis hermanas pequeñas y mis primos y primas aprenderán que los sueños se pueden lograr con esfuerzo y proyectos inclusivos. Y lucharán, como yo lo haré, para que eso sea cada vez más masivo y común en nuestra sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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