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Salvando el descrédito político y empresarial para el 2016

Óscar Contreras
Por : Óscar Contreras Director Comercial/Facilitador Empodera, Chile .
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Lo que más hemos visto en este 2015 son los líderes esquivos y miedosos, frente a la realidad económica y social de nuestro país. Basta con ver un rato las noticias para notar que, frente a cualquier pregunta que la prensa les haga, las respuestas casi siempre comienzan con un: «Me atrevería a decir que…».

Es fácil deducir que tienen temor a decir las cosas como realmente son. Sus posturas no son claras y su opinión «no calienta» a la mayoría.

Olvidados están esos días en donde los verdaderos líderes se paraban en cualquier lugar y con un buen manejo de la oratoria eran capaces de no solo convencer sino que, además, motivar a sus audiencias. Hoy, en cambio, si no tienen sus discursos escritos o pauteados frente a un teleprompter o en un podio, son incapaces de «existir» mediáticamente.

Si son de izquierda, de centro o de derecha, pudientes o delincuentes, ya dejó de tener importancia. La opinión pública ya está cansada de la autocomplacencia de una gran variedad de políticos y los empresarios.

Basta con darse un paseo por la cámaras Alta y Baja del Poder Legislativo, para darse cuenta de que nuestros honorables se atacan unos a otros lanzándose «bolas bajas», pero pocas veces directas frente a las cámaras. La gran mayoría esconde sus temores y acumula estrés por tanto tiempo, que luego nos sorprende con actitudes exageradas y arrebatos propios de un niño de 4° Básico.

Hemos llegado a un grado de inmadurez propio de los altos sueldos y de un Chile cuya situación ya no los resiste; al menos por el momento. La falta de decisión de los líderes de opinión ya cae en lo repetitivo e incluso absurdo. Las ideologías los convierten en robots que actúan de manera completamente predecible, y eso con las personas normales genera una gran desconfianza. Sus decisiones no son las de ellos, sino las de sus asesores. Y sus asesores, se ha visto, no están a la altura.

Tienen miedo de actuar, y en países con cultura asistencialista como el nuestro, la falta de acción es algo que los tiene contra las cuerdas.

[cita tipo=»destaque»]La fama y los títulos ya cuentan poco frente a los desafíos actuales. La sociedad evolucionó al entender que ya no se requieren caudillos, dictadores, ideólogos políticos o pudientes inversionistas para resolver los problemas. Tan solo se busca a alguien auténtico, con sentido común y «cojones» para hacer su pega.[/cita]

En Estados Unidos, ese país que tanto nos gusta mirar como modelo de prosperidad, un Donald Trump exasperado, comenzó a ganar rápida hegemonía como candidato republicano a la presidencia por decir cosas como esta: «El gran problema que tiene este país es ser políticamente correcto. Francamente, no tengo tiempo para lo políticamente correcto y honestamente, nuestro país tampoco».

Así también ha dicho muchas otras cosas que lo han puesto en tela de juicio con los votantes latinos. Claro está que él no es el «santo de devoción» de muchas personas. No obstante sí tiene algo que lo distingue: nos agrade o no, quien habla es Donald Trump, uno de los hombres más ricos y mediáticos del planeta. Es, a falta de otra denominación que lo exprese mejor, una persona auténtica.

Considero que retomar la autenticidad es la manera por la cual nuestros líderes pueden volver a salir a flote en ese mar de descrédito popular del cual ya son presa. En vez de actuar por presiones del «qué dirán», deberían actuar por iniciativa propia. Y una iniciativa propia marca la gran diferencia entre cumplir con sus promesas en la medida de lo esperado versus «en la medida de lo posible».

Nos ahorraría a todos, además, el tener que escucharles una y otra vez frases copiadas para salir del paso: «No nos preocupamos, nos ocupamos», «Haremos una comisión para estudiar sobre el tema», «veámoslo con altura de miras», «generemos diálogo y consenso», por decir algunas.

La realidad es que todos nuestros líderes son personas, como tú y como yo. Y en ese sentido, debiesen tener la madurez y humanidad suficiente para reconocer que están en nuestro mismo nivel. Por tanto, están sujetos, les guste o no, a tener admiradores y detractores; y también a estar por debajo de la ley. No todo el mundo los va a querer, por más que hagan esfuerzos mediáticos exorbitantes para revertir las percepciones negativas de la gente. Su estrategia de marketing personal ya está pasada de moda.

Si fueran capaces de aceptarse y proyectarse como realmente son (en vez de dedicarse a pelear contra sí mismos y contra otros), podrían ganar nuevamente un pie de credibilidad al decir lo que realmente piensan. Se darían el derecho de cometer errores como todos nosotros y la libertad de reconocerlos. Sus vidas serían más balanceadas al descansar en su autenticidad.

Para superar el descrédito, junto a la autenticidad, se requiere también otro ingrediente: valentía. Sucede que cuando nuestros líderes se acercan a lo que sus valores más profundos demandan de su persona, más miedo sienten de hacer el ridículo o «quedar mal» con los demás.

Con valentía y autenticidad, eliminaríamos las ideologías absolutas, las visiones aburridas, las incoherencias y las promesas vacías que sumen a las masas de un país «chaquetero» en la más completa incertidumbre.

Una visión realmente atractiva se resume en tres preguntas: ¿Cómo arreglas algo que ya está mal en el mundo?, ¿cómo le devuelves a la gente algo importante que alguna vez tuvo, pero que se ha perdido?, ¿cómo puedes mejorar tu propia calidad de vida y la de los demás?

Si lo que nuestros empresarios y políticos promueven es algo que se puede lograr fácilmente, entonces no poseen una visión atractiva. Las visiones atractivas son siempre a contracorriente; son importantes y muy difíciles de lograr.

La fama y los títulos ya cuentan poco frente a los desafíos actuales. La sociedad evolucionó al entender que ya no se requieren caudillos, dictadores, ideólogos políticos o pudientes inversionistas para resolver los problemas. Tan solo se busca a alguien auténtico, con sentido común y «cojones» para hacer su pega.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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