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Teléfonos más inteligentes, personas más tontas

Naomi Orellana
Por : Naomi Orellana Periodista de la Universidad de Chile.
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Aclaración, no estoy diciendo que aquellas personas que usan smartphones sean tontas. Solo es un título para resumir una impresión luego de haber sido una usuaria de iPhone y todo lo que eso significa, llegando a ser muy dependiente, como la mayoría lo es, y de un momento a otro, dejar de serlo.

No nos damos cuenta lo metido que están esos aparatos en nuestras vidas. O a qué niveles.

Solía ser una típica persona con iPhone 4S. Es sorprendente que no tenga que explicar qué es un iPhone 4S, todos lo saben.

El teléfono se apagó de un momento a otro. Decidí muy determinadamente, pero un poco “asustada” por lo que podía pasar, no hacer nada por arreglarlo. Quise cortar con Movistar, con la conexión permanente, con el trabajo 24/7, y muy concretamente con la sensación que producía en mi cerebro tener la vista enfocada en una pantalla con luz, volviendo borroso todo el exterior y leer, que viene siendo el equivalente a escuchar, a gente que no necesariamente quieres escuchar todo el día y te ves obligado a responder porque, al menos en mi círculo no cercano (colegas, amigos en general, tíos, etc.) es interpretado como mala educación no responder un WhatsApp, sobre todo sí la aplicación se encarga de avisarle al otro que leíste su interpelación ¿Realmente necesitamos mediar así nuestra comunicación?

[cita tipo= «destaque»]¿Pero cómo lo vas a hacer cuando trabajes en terreno? decía mi jefa, ¿pero cómo ya no tienes Whatsapp?, decía mi mamá, casi escandalizada. Consideré que devolverle a mi cerebro sus funciones naturales y respetar un poco el sentido de la evolución humana, era más importante.[/cita]

Algunas constataciones

Días después de dejar el celular, me ocurrió algo extraño. Como lo que dicen que les ocurre a las personas que pierden una extremidad y de pronto la sienten; les pica o les duele la pierna o el brazo inexistente. Bueno, yo sentía vibrar el teléfono. Y recordaba de pronto que había muerto. Sí, esa era la sensación, no era de un aparato que se echa a perder, sino de una presencia que ya no está.

Constatación dos. Tenía que llegar a una dirección a una hora determinada. Salí atrasada. Iba ya a dos cuadras de mi casa y antes de cruzar el semáforo me acordé que la última vez que había ido a ese lugar lo había hecho con iPhone y GPS. Dieron la luz verde para cruzar, me paralicé ¿Cómo iba llegar ahora? No sabía la dirección. Recordé mi nuevo celular, un noble Nokia 222, y sentí verdadero terror. Iba atrasada, si me devolvía a buscar la dirección no llegaba.

Seguí. Sin pensar, tomé una micro y me bajé en la esquina que tenía de referencia. Por suerte soy una caminadora y aunque la vez anterior había llegado viendo el puntito que representaba mi geolocalización en el mundo, también iba mirando que lindas eran las casas y pensando cosas. Llegué sin problema y a la hora. Me sorprendí de cómo había desconfiado así de mi memoria y capacidad de orientación.

¿Pero cómo lo vas a hacer cuando trabajes en terreno? decía mi jefa, ¿pero cómo ya no tienes Whatsapp?, decía mi mamá, casi escandalizada. Consideré que devolverle a mi cerebro sus funciones naturales y respetar un poco el sentido de la evolución humana, era más importante. Además, antes vivíamos sin esto y el mundo igual andaba. Y no es como que las cosas estén andando tan bien ahora como para aferrarse al discutible estilo de vida que hemos construido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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