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El centro engañoso

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Usted pone su vehículo a la venta. Pide dos millones por él, un precio que le parece justo porque está acorde al valor que el mercado le asigna. Es decir, no está cobrando de más y tampoco lo está regalando. Ahora supongamos que llega un potencial comprador y este le ofrece doscientos mil pesos por él. ¿Qué le parece? A pesar del insistente rechazo a esa risible oferta, el potencial comprador insiste hasta que llega una tercera persona para intermediar. Como solución y forma de llegar a un acuerdo, propone lo que parece ser una solución sensata, equilibrada, justa, racional y equitativa. Que lleguen a un compromiso y que el auto se venda en un millón cien mil. Este es el mejor precio porque es el punto medio entre ambos, el centro, el equilibrio y además exige un esfuerzo y compromiso iguales a ambas partes. Los extremos, nos dice este mediador, nunca son buenos. Pero este mediador, este centrista que habla de compromiso y equidad más parece un aliado del comprador que nos quería comprar el vehículo en doscientos mil pesos. Tenemos la sensación que tanto el mediador como el potencial comprador nos quieren robar. La diferencia es que el mediador propone que nos roben menos. Lo interesante aquí es que esa sensación no es antojadiza. Es totalmente justificada.

En política pasa algo semejante. El centro político cumple la misma función que el mediador en el caso del auto que queremos vender. Su función es ser el puente entre dos supuestos “extremos”. Los que no quieren cambiar nada (o muy poco) y los que quieren cambiar todo (o casi todo). Y es precisamente por eso que el centro siempre ha ejercido un cierto atractivo entre la población votante. Esta atracción funciona porque el centro apela (o parece apelar) a nuestras intuiciones de que la violencia y la “destrucción” es siempre negativa (por eso causa tanto rechazo la imagen de la retroexcavadora que el senador Quintana usó). También apelan a las virtudes del diálogo, la conversación, el acuerdo, el equilibrio y la equidad. La razón parece siempre estar en el centro. A la inversa, la pasión, la irracionalidad y el dogmatismo parecen estar siempre en los extremos. Y siempre son majaderos con este punto (basta con escuchar a Andrés Velasco hablar un par de minutos).

No digo todo esto, necesariamente, en un sentido peyorativo. Los extremos a veces sí son negativos. El compromiso, el centro y el equilibrio a veces sí es una virtud (basta leer a Aristóteles para entender la estrecha relación que existe entre el punto medio y las virtudes). Sin embargo, lo que se pierde de vista es que nuestra idea de lo que sería “extremo” (irracional), y por ende de lo que sería el “centro” (racional), deben ser siempre producto de un largo proceso de deliberación. No tenemos porqué aceptar, a priori, que los autoproclamados centristas son racionales y los “extremistas” unos irracionales.

[cita tipo=»destaque»]A veces los centristas no son más que aliados de aquel que nos quiere estafar. Lo más importante, entonces, no es estar siempre en el centro para servir de puente entre dos extremos. Lo más importante, lo más esencial y lo primordial es primero intentar dilucidar cuál es la situación real y concreta en la que estamos viviendo.[/cita]

Lo que sí está claro es que en todos los casos el centro político es siempre una apuesta por el sistema. Este sistema puede ser bueno o malo para la mayoría de sus habitantes. Puede ser un sistema que profundice inequidades o puede ser un sistema que las corrija. En ambos casos, estarán los que quieren mantener el status quo y estarán los que quieran cambiarlo todo (o gran parte). Y en ese escenario siempre aparecerán los que quieren cumplir la función de mediador. Ni cambio total, ni inmutabilidad. A diferencia de los conservadores (sean de derecha o izquierda), los centristas son aquellos que sienten que le deben algo al sistema, que creen en sus virtudes y están convencidos de sus fundamentos, pero cuyas conciencias los molestan levemente. Sus conciencias (y posiblemente las conclusiones racionales a las que han llegado después de un proceso de deliberación) los instan a reconocer que el status quo no se puede mantener. Pero su fidelidad fundamental al sistema los obliga a reconocer que tampoco se trata de cambiarlo todo porque en sí mismo, el sistema es positivo. Es más, esos cambios, aunque necesarios, hay que hacerlos de forma lenta y paulatina. Hay que hacerlos sin sobrepasar a nadie, sin violentar el ambiente social y sin (ojalá) herir sensibilidades; en particular las sensibilidades de los que ya ostentan el poder (en cambio las sensibilidades de los más desposeídos y que no tienen voz rara vez son tomados en cuenta por estos centristas).

Todo esto parece ser a priori una actitud sensata, cuerda y racional. Pero, dependiendo del contexto, puede no ser lo más apropiada. Incluso tener una postura “centrista” puede ser algo poco racional. A veces los centristas (aquellos que buscan el punto medio y el acuerdo) no son más que aliados de aquel que nos quiere estafar (recuerden el ejemplo del auto que usted quiere vender en dos millones). Lo más importante, entonces, no es estar siempre en el centro para servir de puente entre dos extremos. Lo más importante, lo más esencial y lo primordial es primero intentar dilucidar cuál es la situación real y concreta en la que estamos viviendo. ¿Es esta una sociedad Justa? ¿Cuáles son los valores que se promueven? ¿Se alinean esos valores con los que yo estimo importante? Estas son preguntas, por lo demás, que nos venimos haciendo desde Platón hasta llegar a Rawls, Nussbaum y Drydyk.

Sólo cuando respondamos estas preguntas en nuestro fuero interno estaremos en condiciones de determinar qué soluciones propuestas son “extremas” y cuáles son “centristas”. La urgencia o no urgencia de la situación es la que, en gran parte, va determinar aquello. Si estimamos que, por ejemplo, una situación social no es urgente, que se puede esperar (o que es mejor esperar), entonces nuestra actitud frente a la situación y las soluciones que se nos presentan serán las que concuerden con una solución moderada, templada, pausada. Pero si la situación es dramática y urgente, las respuestas serán distintas. Ante una situación de grave injusticia, no me sentiré obligado a llegar a un acuerdo con aquel que me violenta, me estafa y roba mi dignidad. Por lo tanto, la solución que propondré será una que busque recuperar mi dignidad completa – no la mitad de mi dignidad. La solución que propondré será una que busca que dejen de violentarme – no que me violenten un poco menos. Que me dejen de estafar – no que me estafen un poco menos. Estas exigencias no tienen nada de “extremista”. Por el contrario, son exigencias que se siguen lógicamente de unos mínimos postulados éticos.

Por eso es tan importante la evaluación, la conversación y la apreciación previa de las condiciones materiales a las que nos enfrentamos. ¿Realmente nos están estafando? ¿Realmente nos están robando? Es esencial hacer este dialogo, este análisis y no caer inmediatamente embrujado por el llamado a la “cordura” y la “razón” que hace el centro político. Si en Chile habemos millones de chilenos que nos sentimos robados por las AFP, estafados por los que se coluden y violentados por la discriminación sistémica, entonces habrá que reconocer que aquellos que hacen llamados a la cordura, la moderación, la pausa y el compromiso parecen no comprender la profundidad de los problemas con los que muchos tenemos que lidiar en nuestras vidas diarias. Sin embargo, también es cierto que ese juicio valórico (si son o no graves estas injusticias) no es algo que alguien pueda determinar de antemano para todos. Más bien ese es un juicio que cada uno tiene que hacer por sí mismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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