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Lo que le falta al proceso constituyente

Fernando Arancibia Collao
Por : Fernando Arancibia Collao Profesor del Instituto de Éticas Aplicadas. Pontificia Universidad Católica de Chile.
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El proceso conducente a elaborar una nueva Constitución para el país está en plena marcha. Ya ha comenzado la organización previa de los cabildos ciudadanos. Hasta el 26 de enero había 2.330 postulantes para los puestos más importantes del proceso a nivel regional. Los cargos en concurso son: 1) coordinador territorial y facilitador líder de los diálogos ciudadanos; 2) sistematizador de diálogo (una especie de secretario que lleve actas de las asambleas); y 3) especialista legal. El concurso termina el 12 de febrero.

Llama la atención que en los cargos de relevancia exigidos para el proceso constituyente no haya alguno para un teórico o filósofo político. Estos especialistas podrían orientar, hacia un diseño de la sociedad que se quiere fortalecer, los principios éticos y políticos que iluminarán la convivencia social y las formas de gobierno más adecuadas para ello, entre otras cuestiones. Estos temas dicen relación con el “qué” de lo que se quiere lograr o, en otras palabras, con el fin que orienta el proceso constituyente.

Sin embargo, esta pregunta parece no estar en mente del consejo observador ni de las autoridades. En la cultura política actual parece ser transversal a todos los colores un desdén por la pregunta acerca del «qué» y una obsesión por la pregunta acerca del «cómo», como si fuera baladí preguntar por el fin, como si este fuera sobreentendido o, más claramente, como si no importara.

Mientras que la pregunta sobre el “qué” alude a aquello que se erige como fin de una acción o proceso, la cuestión acerca del “cómo” refiere a los medios para realizarlo. Es la tradicional dicotomía entre fines y medios. Horkheimer (Crítica de la Razón Instrumental, 1947) criticaba aquellas formas contemporáneas a él en las que primaba una razón subjetiva, esto es, una en la cual los fines no tienen cabida en la reflexión racional. Más recientemente, Richardson (Practical Reasoning About Final Ends, 1994) insiste en la idea de que los fines sean objeto de una deliberación racional, contra la idea –de inspiración humeana– de que no pueden ser racionalmente revisados, puesto que se encuentran más allá de las posibilidades de la razón. Desde estas perspectivas –que podemos calificar de instrumentales– los fines no se cuestionan, sino que se asumen, se dan por supuestos o – como hace buena parte del liberalismo actual– se dejan a la autonomía de cada individuo, como si el hecho de la autonomía fuera garante de la racionalidad de los fines del sujeto.

[cita tipo=»destaque»] ¿Quién ha dicho que este proceso debe ser fácil? ¿Por qué se ha pensado que debe ser corto? ¿No requiere la reflexión sobre la Constitución una actitud de largo aliento? El proceso constituyente requiere ser trabajado con la seriedad, la importancia y la trascendencia que exige aquello que está en juego.[/cita]

La nueva Constitución, si llega a plantearse, tendrá –como todas las constituciones– una serie de presupuestos políticos y morales que deben ser explicitados y que serán el núcleo fundamental de la misma. Las preguntas que surgen en este sentido no pueden tratarse sistemáticamente por operadores jurídicos o facilitadores sociales: es necesario que se planteen en el seno de las asambleas locales en todo su rigor y complejidad y por personas preparadas. El motivo para ello es el mismo que funda todo el proceso: es necesario que la Constitución refleje el genuino querer del cuerpo político. Para ello, es necesario dar cabida a quienes reflexionan sobre estos temas.

Claramente, la inclusión de dichos especialistas complicará el proceso (la imagen popular del filósofo, heredada de la mayéutica socrática, ilustra este punto) porque surgen más preguntas y más difíciles. Pero ¿quién ha dicho que este proceso debe ser fácil? ¿Por qué se ha pensado que debe ser corto? ¿No requiere la reflexión sobre la constitución una actitud de largo aliento? El proceso constituyente requiere ser trabajado con la seriedad, la importancia y la trascendencia que exige aquello que está en juego. De otro modo, el fruto del trabajo realizado desde una mentalidad cortoplacista podría generar la necesidad de un nuevo proceso, en un tiempo no muy lejano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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