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Bachelet y el costo de no hacerse cargo Opinión

Bachelet y el costo de no hacerse cargo

Cristóbal Gaggero
Por : Cristóbal Gaggero Socio cofundador de INcowork.
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Ya es segunda vez que la Presidenta cuenta que ha estado en una encrucijada sobre lo que pudo haber sido y no fue. En qué aporta saber que pudo no haber implementado el Transantiago o haberse quedado en Nueva York. El punto es si se hace cargo de las consecuencias de las decisiones que sí tomó. Y si está segura de aquello por lo que optó.


La Presidenta volvió este lunes a sus labores en La Moneda después de casi un mes de vacaciones y deberá hacer frente a una pesada agenda de pendientes. Según afirmó, llegó contenta después de un descanso reparador. Es lo que dice.

La idea de las vacaciones es conectarse con lo que produce bienestar, descansar, estar con la familia o, por último, de sacarse los problemas de encima aunque sea por unas semanas.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando nuestras vacaciones no son tales? Cuando, por ejemplo, en medio de esta pausa alguien se entera “por la prensa” que su nuera e hijo la han metido en un tremendo lío con su tarea de “compromisaria” y que, producto de eso, entre sus colaboradores se genera una batalla digna de ‘House Of Cards’ que termina semanas después con su colaborador regalón renunciando y con un reemplazante que no es de su mayor agrado. Y, luego, le dan y le dan todo el año al tema: que su hijo estuvo en Fiscalía, que a su nuera la formalizaron, que sus colaboradores filtran con lujo de detalles…

Cualquiera esperaría que lleguen rápido las próximas vacaciones para esta vez quizás ir sola, sin el hijo que la complicó, ni la nuera, tal vez solo los nietos, en fin, para descansar –que es la idea– y reponer energías.

Desde la biología cultural, la Presidenta es un ser humano que, como tal, no puede no estar en una emoción. Todos los seres humanos estamos siempre en una emoción. La llamamos una “disposición corporal”. Por eso, los gestos, posturas, miradas suelen decir mucho de la emoción en que alguien se encuentra. Uno puede, entonces, imaginar las distintas emociones que vivió Michelle Bachelet en sus anteriores vacaciones: rabia, dolor, pena, enojo, sufrimiento. Emociones que en sí no saben si quien las vive está “presidenciando” o si está en su rol de madre. Porque somos siempre uno para todo lugar que vamos. No se puede pretender que no se sabe lo que pasa como madre cuando se está de Presidenta o, en términos más generales, no es posible “actuar de manera profesional” –implica no tener emociones– o vivir en el “no sé qué me pasa”. Porque constantemente algo “me pasa”.

De ahí la importancia de saber reconocer en qué emoción me encuentro, porque eso me abre la puerta para saber desde dónde voy a tomar mis decisiones. ¿Desde la rabia? ¿Del sufrimiento? O de las tantas que pasan y que generan cambios en las personas. En suma, hay que tener claro que la determinación que se toma estando en cierta emoción tendrá consecuencias distintas a tomarla desde otra emoción.

Supongamos que, en el momento de las primeras vacaciones, la Presidenta decidió confiar y dejar todo en manos de sus colaboradores. Lo que no previó –por no querer ver o por opción u otros motivos– es que sus colaboradores de entonces se movían por agenda propia y trabajaban en lo menos parecido a un equipo de alto desempeño, donde la conversación –entendida como una danza entre lenguaje y emoción– generaba una “colaboración” para la foto. Una verdadera “colaboración” surge de manera espontánea a través de conversaciones “al grano” donde las personas se preguntan “¿cómo estamos haciendo lo que hacemos?”, reconocen errores y distinguen qué quieren conservar para transformar cosas en función de ese conservar.

Mostremos buena fe y pensemos que lo del verano pasado fue una sorpresa para la Mandataria. Uno pensaría, entonces, que este año tomaría resguardos para no repetir el posible malestar ya vivido en las previas vacaciones. Pero no fue así. A poco menos de una semana de haber iniciado su descanso, se produjo la segunda temporada de su propio ‘House of Cards’. El cuestionado administrador de La Moneda siguió en su cargo y después de muchos tira y afloja, entre presiones de los propios colaboradores de la Presidenta, en un clima de guerra en el lugar de trabajo, decide renunciar. Encima, como esta vez no hay problemas de conectividad, la Jefa de Estado no se entera por la prensa.

El descanso de Michelle Bachelet pudo ser reparador, como afirmó a su regreso. Reparador para ella. Pero en términos del verano de quienes la rodeamos, este no tenía por qué ser parecido al anterior. Pudo ser distinto porque era absolutamente previsible, evitable, si hubiese existido un mínimo de visión sistémica, de orden, planificación, autocuidado y toma de decisiones centrada en la ética y la responsabilidad. O sea, si la Presidenta hubiese querido dejar la casa ordenada y tranquila, dentro de lo posible del cargo, podría haber zanjado este tema antes de irse.

[cita tipo= «destaque»]Nuestras decisiones impactan a otra gente. ¿Me importa? Si es sí, entonces el llamado es a reflexionar: sobre lo que hago y cómo lo hago, cómo vivo con los demás, qué quiero conservar en mi hacer (de Presidenta, en este caso), si mi gestión está centrada en la ética, entendida esta como saber que las consecuencias de mis actos pueden dañar o no a otros.[/cita]

El de ahora pudo ser un verano sin contratiempos. Para lograrlo, bastaba con que la Mandataria pensara y reflexionara sobre cómo está haciendo lo que hace, que escuchara, observara y distinguiera las emociones. Que soltara la arrogancia que proviene de la inseguridad y la desconfianza de un submundo de agendas propias y personalismos políticos.

A no ser que quiera conservar el malestar y seguir como que nada pasa, mirando para el lado. Con sus últimas declaraciones en un documental de la BBC sobre mujeres líderes –“Tuve la sensación que me decía ‘deberías quedarte en la ONU’. Pero al final volví por mi convicción. Volví por mis ideales. Yo pensé: volveré, pero volveré para hacer algo que signifique para la gente»–, ya es segunda vez que la Presidenta cuenta que ha estado en una encrucijada sobre lo que pudo haber sido y no fue. En qué aporta saber que pudo no haber implementado el Transantiago o haberse quedado en Nueva York. El punto es si se hace cargo de las consecuencias de las decisiones que sí tomó. Y si está segura de aquello por lo que optó.

¿Acaso adoptó equis determinación por ceguera? ¿Porque se deja llevar por malos asesores? ¿Porque no sabe? ¿Porque sí sabe y no quiere actuar? Todas estas preguntas las responde la Mandataria en su fuero íntimo, pero desde acá se ve a una gobernante en una posición distante a sus “colaboradores”, con un círculo de asesores más preocupados de sus intereses partidarios que de hacer bien la pega, un Palacio donde estalla la guerra interna cada vez que Bachelet se ausenta y una sordera de su parte a lo que le dicen tanto la Nueva Mayoría como la oposición.

La fragmentación emocional nos lleva al mal-estar donde nos sentimos atrapados en emociones contradictorias, sin salida, inseguros y temerosos de cometer errores. En cambio, el bien-estar ocurre en la consciencia del respeto por sí mismo, donde no se quiere estar mal.

Cada uno de nosotros vive su vivir eligiendo de manera consciente o inconsciente el bien-estar o el mal-estar. Solo que a veces con nuestras elecciones generamos paraísos o infiernos no solo para nuestro mundo sino también para el de aquellos que nos rodean. Nuestras decisiones impactan a otra gente. ¿Me importa? Si es sí, entonces el llamado es a reflexionar: sobre lo que hago y cómo lo hago, cómo vivo con los demás, qué quiero conservar en mi hacer (de Presidenta, en este caso), si mi gestión está centrada en la ética, entendida ésta como saber que las consecuencias de mis actos pueden dañar o no a otros.

Citando a Maturana y Dávila en El Árbol del Vivir: “Es desde nuestro apego consciente o inconsciente al poder que nos entrega la obediencia de otros en las relaciones de dominación y sometimiento que están en el centro de la cultura patriarcal-matriarcal que vivimos donde nosotros seres humanos conscientes y reflexivos generamos la dualidad infierno-paraíso que nos atrapa en el sufrimiento que comenzamos a conservar en nuestro diario vivir cuando perdemos el paraíso”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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