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La G-neración de recambio

Farid Seleme
Por : Farid Seleme Abogado. Asesor legislativo.
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En agosto de 2014, Rodrigo Peñailillo inauguraba una jornada de formación para jóvenes en la sede de la Flacso. Luego de su intervención, le pregunté -en su calidad de ministro del interior y ex presidente de la Juventud PPD- por qué no se incluían cuotas de participación para jóvenes en la reforma al sistema electoral. Su respuesta fue elocuente: “el poder no se regala, se gana”.

A la luz de los acontecimientos posteriores, queda claro que hay distintas formas de conquistar el poder, cada una con sus particularidades. Tal vez el error de la G-90 fue confiar en exceso en una de esas formas, el aparato estatal, como el mejor instrumento para ascender en importancia política e incluso, según reconoció Cristián Riquelme en su carta de renuncia, como instrumento de subsistencia en “periodos laborales complejos”.

Al final de cuentas, la acumulación de poder puede ser utilizada para iguales fines independiente de la forma en que se consiga (y en el caso de Peñailillo sirvió para empujar con rigor el grueso de las transformaciones del programa de gobierno durante el 2014). Pero la forma tiene mucho que ver con la sostenibilidad de ese poder y de su capacidad de transformación en el tiempo. Para generar proyectos políticos duraderos la clave está en la ciudadanía, no en la burocracia. Y a ella tenemos que volver.

Fueron las movilizaciones sociales las que alimentaron el espíritu reformista dentro del programa y de la Nueva Mayoría. En marzo de 2011 la gratuidad universitaria era una quimera que solo rondaba en la cabeza de la ultra izquierda. Meses después se había transformado en una demanda ciudadana transversal, que hoy comienza a tomar forma como política pública a través de la institucionalidad.

La generación de recambio, entonces, no depende del devenir de determinadas corrientes partidarias internas, ni tampoco se está formando únicamente en las oficinas de los ministerios. El peor error que podemos cometer los partidos es pensar que nos podemos reproducir indefinidamente con lo que hoy tenemos. El recambio está afuera y tenemos que salir a entusiasmarlo con una actividad tan desprestigiada por estos días.

[cita tipo=»destaque»]El desafío de los partidos es convocar a esos jóvenes interesados en lo público, ofertar instancias de formación, hablar en el lenguaje de las nuevas generaciones y abrir espacios de poder dentro de sus estructuras. Históricamente se hacía el quite a estas responsabilidades señalando que no había recursos. Dentro de pocas semanas, con el financiamiento público a los partidos, se nos acaban las excusas.[/cita]

De acuerdo a los resultados del estudio de percepción juvenil de la agenda pública, realizado por el Injuv el año 2014, tan solo el 2,5% de los jóvenes chilenos formamos parte de partidos políticos y un reducido 4,1% se contactaría con algún partido para dar a conocer su opinión sobre una ley que le parece injusta. Estas cifras contrastan con otros datos de la misma encuesta: un 62,7% de los jóvenes participa de algún tipo de organización social y un 69,3% cree que ir a votar es la mejor manera de participación ciudadana. Según ha informado el Servicio Civil, un 60% de los postulantes a monitores del proceso constituyente tiene menos de 35 años. En lenguaje económico, la demanda de participación política es saludable pero la oferta es mediocre y está en crisis.

El desafío de los partidos es convocar a esos jóvenes interesados en lo público, ofertar instancias de formación, hablar en el lenguaje de las nuevas generaciones y abrir espacios de poder dentro de sus estructuras. Históricamente se hacía el quite a estas responsabilidades señalando que no había recursos. Dentro de pocas semanas, con el financiamiento público a los partidos, se nos acaban las excusas.

A estas alturas no se trata de regalar el poder, sino de subsistir en medio de la crisis del sistema. Lo que verdaderamente hay que ganarse es la confianza de las nuevas generaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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