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¿Se puede cambiar la política, sin cambiar los políticos?

Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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El país está siendo testigo del amplio desprestigio de la política y de su dirigencia, que radica en las malas e irregulares acciones perpetradas por quienes ostentan el poder. Sin embargo, hay que separar la paja del trigo, porque cuando se habla de la comisión de ilícitos, no todos los políticos están involucrados, lo que hace necesario que seamos capaces de defender la política, como actividad y no a los políticos.

En medio de este escenario de desconfianza hacia los políticos, se dan señales que, equivocadamente, fomentan la falta de credibilidad. Dos ejemplos concretos: en el marco de la investigación de los casos PENTA y SQM, escuchamos al director del Servicio de Impuestos, Fernando Barraza afirmar que no es trabajo de la entidad presentar querellas, mientras hace unos meses el Fiscal Regional de Valparaíso, Pablo Gómez aseguró que no iban a existir penas efectivas. ¿De qué estamos hablando? La ciudadanía espera que los hechos se investiguen, que se determinen las responsabilidades y que sean castigados quienes utilizaron el poder para beneficiarse.

A esa situación se suma el reciente rechazo de la Cámara de Diputados, en el inicio del trabajo parlamentario de este 2016, del proyecto que permitía que los dirigentes sociales postulen a un escaño en el Congreso. ¿Acaso, ésa no es otra estrategia para impedir el derecho a reclamar desde el Parlamento las injusticias que se cometen contra los que han sido postergados y que tengan representación en la toma de decisiones? Ésta ha sido una muestra más de la crisis del sistema político chileno, la vieja partidocracia que administra la democracia y al Estado, pensada para excluir al pobre, al campesino, al dirigente social y a los pueblos indígenas.

La Administración de los poderes del Estado tiene que practicarse de manera democrática y la democracia es el poder para la mayoría, es decir, para el pueblo. Sin embargo, hoy, pareciera que no es para la mayoría, que la democracia está capturada por una minoría económica que maneja a una minoría política y como directa consecuencia, los ciudadanos no son tomados en cuenta en las decisiones sobre su propio futuro, porque no están representados y se les ha negado que se representen.

[cita tipo=»destaque»]Hay que dejar la inercia, porque de no ser así, nuestra sociedad seguirá sin conocer la justicia verdadera, los oprimidos continuarán siendo postergados, los pueblos originarios sin que se reconozcan sus derechos colectivos y los trabajadores y jubilados se mantendrán sumidos en la explotación.[cita]

Es, precisamente, esa minoría la que fija lo que el pueblo quiere y es la que educa a la ciudadanía, según lo que ellos estiman necesario y, eso, es lo que ha llevado a que la desigualdad se mantenga, que la educación de calidad sea sólo para algunos. Es, además, imposible cambiar la política, sino cambiamos a los políticos, por lo tanto, la necesidad de defender la política está íntimamente ligada con cambiar los políticos y ésta también es una responsabilidad de quienes los eligen, a través de su voto, muchas veces condicionado a ciertos beneficios, como el asegurarles el pago de algunas cuentas básicas o de cajas con alimentos.

Los políticos deberían tener inteligencia y la voluntad libre, dentro de un conjunto de valores personales, éticos y morales, y no funcionar a merced de los grandes conglomerados económicos, que financian sus campañas y les entregan millonarias sumas de dinero para que, en el marco de la discusión de algunos proyectos de ley, planteen indicaciones que beneficien a este grupo reducido, pero poderoso y de esos sabemos, por ejemplo, lo que ocurrió con la Ley de Pesca y Corpesca.

Llegó la hora de reconocer, de una vez por todas, la distancia que existe entre la política que tenemos y la política que necesitamos, la diferencia está dada en la pequeñez de nuestros políticos frente a los grandes desafíos del país.

A nuestro país lo gobierna el capital, lo que significa que un pequeño grupo de personas con inmensas fortunas viven de manera independiente con poder sobre el Estado mismo y, para ello, el Estado ha dado las condiciones, ¿por qué lo digo? Porque la economía libre, oprime al trabajador, pero libera al empleador, libremente manejan los capitales, por ejemplo de las AFP, tienen libertad de adquirir ganancias y de reutilizarlas, y las pérdidas se las traspasan al ciudadano de a pié que vive en banca rota con su pensión.

Estos mismos grupos crean su propia prensa, sus propios medios de comunicación, ya que tienen el capital económico para hacerlo y hablan de libertad de expresión. Eso no es cierto, ya que no podemos olvidar que la mayoría de los temas que se instalan a diario, nacen de las editoriales de esos medios, de esos directores que intentan definir cuáles son las temáticas importantes, claro, para ellos, y que no son las mismas que la sociedad civil quisiera que se abordaran. Y es esta misma prensa la que manipula la opinión pública de acuerdo a lo que los financistas quieren, son los mismos que pagan a los políticos que trabajan para ellos y no es casualidad que un diputado llamara al ex Presidente, Ricardo Lagos, el candidato de El Mercurio.

La opinión pública no cree en los políticos, no participa y no vota y no cambia a quienes los han administrado hace más de 25 años. Se trata de un círculo vicioso, frente al que ya no podemos mantenernos en silencio, mirando cómo para el chileno común y corriente sigue siendo todo igual. La alegría del famoso arcoiris no ha llegado y si no rompemos con este sistema tradicional, no llegará tampoco.

Este país de libertad y riquezas con crecimientos del PIB superior a la media Latinoamericana, paradójicamente, no tiene una vida feliz para la mayoría de Chile, es el mundo al revés, como decía Galeano, entonces, ¿por qué ese Chile de libertad y riqueza es sólo para un pequeño grupo?

En un país democrático que no tenga al pueblo en el centro de las decisiones, nos hacen cuestionar el tipo de democracia que tenemos, pero el problema no está en la definición de democracia, sino, insisto, en un pequeño grupo de personas que ha creado la democracia a su medida, en contra del espíritu mismo del concepto y me refiero al grupo de empresarios que maneja a los medios, a los partidos llamados viejos y a algunos políticos.

Hay que dejar la inercia, porque de no ser así, nuestra sociedad seguirá sin conocer la justicia verdadera, los oprimidos continuarán siendo postergados, los pueblos originarios sin que se reconozcan sus derechos colectivos y los trabajadores y jubilados se mantendrán sumidos en la explotación. Tenemos el deber de recuperar la política para el bien del país, no podemos permitir que siga en manos de los corruptos, en manos de los ineptos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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