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TPP: la reflexión que Heraldo Muñoz se niega a realizar

Carlos Figueroa
Por : Carlos Figueroa Filósofo UC. Magíster en Ciencia Política U. Chile. Analista de relaciones internacionales
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TPP: la reflexión que Heraldo Muñoz se niega a realizar

Las declaraciones del canciller Heraldo Muñoz (“Mi única Crítica al TPP es que me impidió ver a los Rolling Stones”), en las cuales menosprecia las críticas que venimos haciendo hace más de un año las más de 110 organizaciones sociales y políticas, merecen una respuesta.

Lo que haré a continuación es intentar provocar una reflexión más general sobre el momento en el que se inserta la discusión del TPP y una mirada político-económica a sus fundamentos. Supondré que quienes lean esta columna ya se han formado una imagen general de las consecuencias del TPP, expuestas en otras columnas anteriores.

Política exterior y modelos de desarrollo

En diversas conversaciones con miembros de la Cancillería he percibido una aceptación tácita de la historia y de los objetivos que ha perseguido la política exterior chilena desde fines de los años 80. Esto me parece un punto de partida que debe ser revisado, porque impide un debate sobre el real impacto del TPP (en tanto que responde a un cierto tipo de modelo económico), y porque impide hacer un análisis crítico de la estrategia ocupada los últimos 25 años. Dos temas introductorios entonces: la política económica que enmarca el TPP y la política exterior chilena de las últimas décadas.

Roberto Russel, un conocido analista de las relaciones internacionales, expone en un artículo la diversidad de estrategias ocupadas por los países latinoamericanos para acomodarse a la estrategia que empujó Washington en la livianamente llamada “fin de la historia” de Fukuyama. Chile, entre ellos, se habría acomodado a las ideas neoliberales promovidas por Washington, fundamentalmente liberalizando barreras arancelarias, limitando el rol del Estado en la economía (acabando con casi todo tipo de herramientas que permitan el proteccionismo) e incorporando una democracia liberal representativa como esquema general.

Transcurridos 25 años de un esquema comercial pro liberalización, se presencia una escasa reflexión sobre las implicancias para la sociedad chilena de su estrategia de liberalización, su proyección y su real impacto en la población. Leer los informes sobre el TLC con EE.UU. u otros acuerdos es, a veces, deprimente: se enfocan en análisis descriptivos de la balanza comercial y número de productos beneficiados, sin un análisis serio del impacto en la productividad nacional de los bienes que comenzamos a importar, el impacto en las condiciones del empleo, el impacto en los sectores dañados o la sofisticación que pudiera proyectarse.

¿Qué quiero decir con este ejemplo? Que se trabaja con el supuesto de que: 1) liberar el comercio trae siempre desarrollo y ningún costo; y 2) que lo relevante es la diversificación comercial (cosa que aún no logramos) y no la capacidad que se instala con cada acuerdo para, por ejemplo, generar un modelo industrial con condiciones dignas de trabajo y producción de valor.

Esto mismo es lo que menciona Ha-Joon Chang en un artículo titulado “Hamlet sin el príncipe de Dinamarca: cómo el ‘desarrollo’ ha desaparecido del discurso del desarrollo” (2010). Su tesis principal es que los países en vías de desarrollo, como el nuestro, al adherirse al modelo comercial impulsado por EE.UU. en las rondas de Doha o en acuerdos político-comerciales como el TPP, están condicionando su capacidad productiva con valor agregado: “La mayoría de las personas suelen aceptar el principio detrás de esta agenda: que los países avanzados debieran especializarse en industrias y los países en desarrollo especializarse en agricultura o materias primas y que aquello que haga difícil esa especialización debe desaparecer”.

Aquí el problema es que los países como Chile podrían verse perjudicados por la liberalización de la agricultura y, sobre todo, por el amarre estructural que producen este tipo de acuerdos que “hace muy difícil para los países en desarrollo transformar sus capacidades productivas” (Chang, 2010). Es de suyo conocido que Chile además posee una clase empresarial cómoda y rentista, alojada desde antes de la Guerra del Pacífico en la ganancia fácil de recursos-commodities y poco dispuesta a generar innovación.

[cita tipo=»destaque»]Hoy somos testigos, si no por primera vez, al menos de manera clara, del fin de la Política de Estado en la política exterior. El TPP ha diluido la necesidad de tener un acuerdo político en materia internacional: este es un avance positivo para tener debates serios y que muestren la diversidad de posturas respecto a la política exterior. Y el TPP ha sido el agente que ha permitido que el MAS, el PC, la IC y diputados y senadores de distintos partidos se manifiesten contrarios a una política exterior de manera decidida y con fundamentos ideológicos y técnicos que los respaldan. Espero que podamos sacar el mayor provecho de ello.[/cita]

Para volver al punto: la nueva agenda liberal y comercial chilena que comienza en los años 90 ha hecho que, en palabras de Chang, “los subsidios, regulación de las inversiones extranjeras, programas de créditos dirigidos, y muchas otras herramientas de promoción industrial se hagan, si no imposibles, al menos muy difíciles de ejecutar” (Chang, 2010). O dicho en simple: este tipo de políticas como el TPP no son no-desarrollistas, sino que derechamente son antidesarrollistas“en el sentido de que incentiva que los países en desarrollo se queden en la estructura productiva actual y, como si fuera poco, haciendo que les sea muy difícil moverse de ella en el futuro” (Chang, 2010).

Y por todo lo que he podido leer directamente de las miles de páginas del texto de negociaciones del TPP, comentarios y análisis de connotados especialistas, estaría dispuesto a apostar aquí a que el TPP no traerá industrialización alguna, por más que traten de convencernos de que estar en las cadenas de valor revolucionará a la industria chilena. Lo firmo acá y lo firmaré con cada política de libre comercio de estas características que impulsemos en adelante.

En síntesis: con el TPP Chile no se industrializará, y cometemos el nuevo error de no cuestionar las bases fundamentales con la que hemos crecido –cómo y quiénes han crecido y con qué costos reales–. No vaya a ser que terminemos creyéndonos que, como dijo el ministro Burgos hace algunas semanas, el TPP “es una gran noticia para lo más pobres del país” (ADN, 3 febrero).

TPP y el fin de la Política de Estado

El segundo punto general que quiero poner sobre la mesa es la estrategia de la política exterior chilena y sus implicancias en el contexto el TPP.

La más fácil crítica es el comúnmente mencionado hermetismo de esta política. La política exterior, ya sea por las exclusivas facultades constitucionales del Presidente como por su medieval tradición, es el área de gobierno más alejada del escrutinio partidario y social, y la política menos debatida en el contexto nacional. Uruguay hace pocas semanas decidió salirse de las negociaciones del TISA (un tratado de similares características que el TPP) luego de un debate interno y público de las implicancias de una negociación con tales o cuales consecuencias.

Chile, en cambio, se ha caracterizado por tener debates de baja altura de miras, carentes de influencia del Parlamento (que solo es un monigote en esta área) y ausentes del debate político-programático en las elecciones. La política exterior está fuera de radar social.

Ello ha traído como consecuencia que gran parte de la política exterior la vaya configurando el comercio de las grandes empresas y nuestra reacción a las coyunturas políticas regionales. Nuestra negación a participar en la guerra de Irak no es ya suficiente para hablar de una política exterior madura. En cambio, preguntarnos por qué estamos mirando hacia el Pacífico, si una política industrial probablemente la gestaremos cuando miremos comercialmente la región; o preguntarnos por qué estamos mirando hacia el Pacífico y no a Sudamérica, y cómo ello nos afecta en relaciones estratégicas con Bolivia, Brasil, Argentina o incluso el BRICS.

Quiero decir: que hemos abandonado una política exterior activa, que esta se ha limitado a firmar el tipo de acuerdo que hoy tenemos entre manos fuera de todo debate político y, por tanto, fuera de toda estrategia que considere al comercio como un área relevante de una estrategia más general de cómo quiere mirar Chile al mundo y de cuáles son las condiciones de trabajo y de vida que se quieren promover.

No basta con decir que Chile es un país pequeño y que ello implica que tenemos que abrirnos al mundo sin mirar a quién y dejándonos llevar por lo que el comercio diga. Hoy, si tenemos problemas con Bolivia, no se debe solamente a la estrategia interna boliviana de adhesión y logro de salida al mar: si tenemos problemas es porque no es parte de nuestra estrategia exterior tomar la delantera y fijar prioridades estratégicas.

Volver a una política exterior sujeta al debate público, social, partidario y programático, a una política exterior que conduzca al comercio, y no al revés; a una política exterior que democratice sus procesos y sus estructuras sin argüir el secretismo para que funcionen las relaciones internacionales; a una política exterior que tome prioridades vecinales, regionales y que, de algún modo, tome partido y no se deje que otros decidan su partido.

Hoy somos testigos, si no por primera vez, al menos de manera clara, del fin de la Política de Estado en la política exterior. El TPP ha diluido la necesidad de tener un acuerdo político en materia internacional: este es un avance positivo para tener debates serios y que muestren la diversidad de posturas respecto a la política exterior. Y el TPP ha sido el agente que ha permitido que el MAS, el PC, la IC y diputados y senadores de distintas partidos se manifiesten contrarios a una política exterior de manera decidida y con fundamentos ideológicos y técnicos que los respaldan. Espero que podamos sacar el mayor provecho de ello.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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