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El festín de la calle

«La buena receta es, por cierto, la diametralmente opuesta a la de la calle: libertad de enseñanza en todos los niveles; admisión del lucro como lo que es, el más potente motor de la creación humana; y cese inmediato de la persecución contra la enseñanza particular de todos los niveles, si es que aún es tiempo de remediar la crisis que ha provocado en los colegios y las universidades privadas».


La gente ignorante cree que lo que estamos viendo en Chile nunca ha pasado antes, y lo llama “modernidad”. Y cuando es muy ignorante, lo llama “posmodernidad”. Pero lo que estamos viendo no tiene nada de nuevo. Esas multitudes pidiendo cosas gratis, como si tuviera derecho a ellas, son iguales a las de 1932, que llenaban las calles de Santiago en homenaje al líder más “popular” (en términos de gritería callejera) de la historia de Chile, el jefe de la República Socialista, Marmaduke Grove, que había discurrido una cosa aún más genial que la “educación gratis”, que era la “plata gratis”; y había ordenado a la Caja de Crédito Prendario devolver a la gente, sin pago, las cosas que había dejado en garantía de sus préstamos, los cuales, por supuesto, entonces nunca se pagaron. “¿Quién manda el buque?”, preguntaba la masa. “¡Marmaduke!”, se contestaba ella misma, desfilando por el centro en un paroxismo de felicidad colectiva que duró tres semanas.

El fenómeno de la irresponsabilidad callejera lo estudió Ortega y Gasset también en ese mismo tiempo, y escribió, en “La Revolución de las Masas”: “…el hombre vulgar, al encontrarse con ese mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la Naturaleza, y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas esas facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatilizaría rapídísimamente la magnífica construcción”. Y describe a continuación los dos rasgos del hombre-masa, aplicables a MEO, Jackson, Boric, la Nueva Mayoría, sus encapuchados y conductores de retroexcavadoras: uno, “la libre expansión de sus deseos vitales, por tanto, de su persona, y (dos) la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia”.

Acá, a los gritos primitivos de “¡no al lucro!”, una receta suicida, porque si la gente no puede ganar nada no produce ni hace nada; y “¡educación pública gratuita y de calidad”, una contradicción en los términos, porque está demostrado (aunque se procure ocultar los resultados de la prueba SIMCE) que la educación particular pagada alcanza nivel europeo y la pública es un desastre que le cuesta al país 8 BILLONES de pesos anuales que demanda el monstruo burocrático llamado “Ministerio de Educación”. Con esa suma todas las familias pobres chilenas podrían mandar a sus hijos al colegio particular pagado de excelencia de su elección, cerrando la brecha que hoy existe entre la élite y la masa y que se agranda día a día. Pero hoy esa gigantesca suma va a manos de una burocracia ávida, encabezada por el Partido Comunista, inspirador de las principales políticas de la Nueva Mayoría.

Este “festín de la calle” que estamos presenciando, que horroriza a muchos y los desconcierta a todos (“¿qué pasa en Chile?”, pregunta la BBC mientras exhibe un edificio en llamas); y que protagonizan los revolucionarios y encapuchados, cuenta con la complicidad que siempre le han brindado los “Kerenskys”; su afín, el “cómplice pasivo” que declaró al movimiento subversivo de 2011 como “noble, grande y hermoso”, cuando lo que aquel quería era partir por derrocarlo a él; e incluso los derechistas incautos que declaran, demostrando ser no menos ignorantes que el hombre-masa: “las demandas son justificadas, pero los medios no son los adecuados”.

La buena receta es, por cierto, la diametralmente opuesta a la de la calle: libertad de enseñanza en todos los niveles; admisión del lucro como lo que es, el más potente motor de la creación humana; y cese inmediato de la persecución contra la enseñanza particular de todos los niveles, si es que aún es tiempo de remediar la crisis que ha provocado en los colegios y las universidades privadas. Éstas en algún momento atrajeron inversiones y capitales que posibilitaron triplicar en pocos años el número de jóvenes chilenos que tenían acceso a la universidad. Hoy esos inversionistas han sufrido enormes pérdidas.

La mala noticia es que la locura gubernativa actual no podrá ser extirpada con la prontitud (tres semanas) con que pudimos lanzar al basurero de la historia a la República Socialista de 1932. Pero, como he tenido oportunidad de señalarlo en varios comentarios anteriores, su sucedáneo de hoy, el gobierno de la Nueva Mayoría, ya tiene próximo plazo de término y carece de sucesión posible, por voluntad popular aplastante. Es decir, ya Nicolás Eyzaguirre no tiene tiempo de “bajar de sus patines” a los alumnos del mejor nivel educacional chileno. Y sí, en cambio, se abre la posibilidad de que un gobierno democrático y moderno, representativo de la mayoría desilusionada de lo que el “hombre-masa” hace en las calles y la política, abra paso a la libertad y el emprendimiento.

Éstos, con los adecuados estímulos, liberalizaciones y privatizaciones, más temprano que tarde “subirán a los patines” a la gran masa de jóvenes chilenos que aspiran a compartir los frutos a que daría lugar la extensión al ámbito educacional de los principios que rigen a las sociedades libres.

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