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“Música a un metro” o la libertad arrestada por el orden

Francisco Belmar
Por : Francisco Belmar Fundación para el Progreso
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No quiero parecer tajante, pero siempre he tenido la impresión de que los chilenos despreciamos el arte. No es que no lo entendamos o que no nos guste, sino que simplemente no lo soportamos. Estamos dispuestos a tolerar solo una función decorativa para él. Por lo mismo, nos molesta el ruido, la expresión, la diferencia, lo variado y lo indeterminado. Incluso, me atrevería a decir que es más que eso: lo que tenemos es un temor profundo al compromiso. En Chile vivimos para lo ordenado y políticamente correcto.

Esto quedó de manifiesto con la iniciativa “música a un metro”, que Metro de Santiago quiere implementar para integrar a los músicos en sus estaciones. La idea, a primera vista, parece genial. Es obvio, no queremos parecer un país retrógrado, por lo que ya no tenemos la intención de andar castigando a cada músico que sube a ganarse unos pesos. Hemos visto tantas imágenes del metro de Londres, París y Nueva York, que ya no podemos parecer menos. Eso es lo más importante: parecer.

Lo complicado es que la primera impresión es buena, pero leyendo en profundidad vemos que nada puede ser perfecto. El proyecto, primero, plantea permitirles tocar a 40 agrupaciones, las cuales deberán pasar un proceso de selección. Eso no es todo, porque los seleccionados podrán interpretar 12 canciones, de las cuales solo dos podrán ser originales. Control arbitrario, sin duda, pero nada comparado con la guinda de la torta. Los músicos tendrán que abstenerse de interpretar obras como herramientas de causas políticas, sociales, ambientales, religiosas o cualquier cosa que parezca activismo. Es ahí cuando me pregunto: ¿el arte no se trata precisamente de eso? ¿No fueron las grandes obras del pasado agresivos manifiestos en su presente?

[cita tipo=»destaque»]Por eso la clave son las apariencias. Medidas como estas, llenas de controles a la libre expresión, tienen en lo profundo más una idea de orden que de diversidad. Al final, tener músicos en las estaciones de metro posee un doble objetivo controlador. En primer lugar, evitar la proliferación de artistas callejeros sin sacrificar la imagen de respeto por el arte. En segundo, parecer un metro moderno, como el de las grandes capitales del mundo, pero sin sacrificar el orden.[/cita]

Por eso la clave son las apariencias. Medidas como estas, llenas de controles a la libre expresión, tienen en lo profundo más una idea de orden que de diversidad. Al final, tener músicos en las estaciones de metro posee un doble objetivo controlador. En primer lugar, evitar la proliferación de artistas callejeros sin sacrificar la imagen de respeto por el arte. En segundo, parecer un metro moderno, como el de las grandes capitales del mundo, pero sin sacrificar el orden.

Los músicos callejeros también tienen culpa. Su obsesión por el reconocimiento estatal le quita épica al ejercicio de su arte. ¿No se trata esto de rebeldía y emancipación de la individualidad? Es una paradoja tremenda quejarse porque no te dejan tocar canciones con mensaje político, al mismo tiempo que exiges que te conviertan en un artista “oficial” del metro. Así es como ambos, empresa y artistas, aportan a la despolitización de este país. La recomendación sería entonces la siguiente: si metro quiere integrar a artistas, que lo haga sin temor; por otra parte, si los músicos quieren absoluta libertad, no postulen al casting.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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