Al poner en examen analítico las declaraciones recientes del creador del sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones en Chile, el ex ministro de la dictadura José Piñera, habrá elementos en lo ideológico importantes de atender por sobre los cálculos económicos que han caracterizado el debate en relación con el sistema de pensiones basado en la capitalización individual. Lo cierto es que, si concluimos anticipadamente respecto a la intervención del economista cosmopolita, se podrá evidenciar que hay (de acuerdo a lo que nos indica en su lógica invariable) una suerte de verdad objetivable que escapa a cualquier posible discernimiento moral.
Más allá de esta operación retórica, hay en José Piñera una convicción plena respecto a la “naturaleza del mercado”, que resulta siempre interesante, toda vez que nos permite identificar las claves de desciframiento del lenguaje económico mercantil en su pureza, es decir, del liberalismo económico en cuanto ideología.
Lo erróneo sería caer en la trampa de los calificativos al que este personaje nos convoca, bloqueando cualquier posibilidad de diálogo, cuando lo importante es prestar atención a sus indicaciones, desnudando cada palabra que dilucida y despeja la incógnita de aquello que hace décadas no está en discusión: la teoría del plusvalor, el fenómeno económico de la explotación y el mito del mercado.
El hecho mismo de la conceptualización para abordar el debate resulta curioso cuando no se indaga en su carácter ni en sus orígenes. El sentido de la “naturaleza humana” (propiamente metafísico y desarrollado por el contractualismo) es un constructo sociohistórico que goza de una tradición milenaria, y que solo se ha reinscrito en las relaciones configuradas en el auge y radicalización del capitalismo moderno, donde el mercado nos aparece como el retorno de los hombres a su “estado de naturaleza” (con los enfoques postpolíticos, por ejemplo). Por eso las cifras técnicas se muestran contrarias a cualquier sentido ético y/o ideológico.
En realidad, comprender estos fundamentos implica asumir que la sociedad es una articulación de individuos (que tienen propiedad privada, en origen, sobre su propia persona) que, de acuerdo a su capacidad, logran apropiar y acumular los bienes que le fueron puestos ahí por “naturaleza”. No hace falta citar a ningún economista neoliberal sino que acudir al propio John Locke desde el “derecho natural” (por cierto, el derecho de propiedad) para indagar en estas sentencias que hoy adornan los discursos del mercado. De este modo, si las pensiones en Chile son bajas no es algo que tenga ninguna relación (dirá José Piñera) con la clase trabajadora, mucho menos con una injusticia social, sino con el desempeño de cada privado en sus asuntos personales, ya sean los negocios o el trabajo.
[cita tipo=»destaque»]De este modo, si las pensiones en Chile son bajas no es algo que tenga ninguna relación (dirá José Piñera) con la clase trabajadora, mucho menos con una injusticia social, sino con el desempeño de cada privado en sus asuntos personales, ya sean los negocios o el trabajo.[/cita]
De ahí que lo interesante del ejemplo del Mercedes Benz es que lo que nos intenta decir el economista de Harvard, sobre la base de las deficientes pensiones obtenidas, es que son el resultado de un bajo desempeño individual o, en lenguaje criollo, de la flojera de aquellas personas que no se esfuerzan lo suficiente para trabajar de modo consecutivo en función de sus ahorros, donde los individuos más capaces siempre conseguirán más éxito en relación con los que no lo son tanto.
Evidentemente si la AFP Hábitat indica –en la carta enviada a sus dos millones de afiliados– que los hombres que han cotizado durante 30 años o más, obtienen pensiones superiores a los 650 mil pesos, existe un conjunto de variables que, por cierto, no pretenden ser incorporadas a la discusión; entre ellas, al menos cabe hacer mención al nivel de salario obtenido, así como a las condiciones contractuales.
Para estos economistas, el resultado de un empleo mal remunerado siempre se sitúa sobre la base de una historia personal, de esos individuos con menor capacidad, responsables –en efecto– de su propio destino. Son esos los juicios morales que subyacen a las objetivaciones matemáticas de esta teoría económica; si no, basta con revisar el abastecimiento argumentativo del liberalismo económico desde el siglo XVIII en adelante.
Sin embargo, cuando el debate es redirigido hacia el mercado del trabajo, los defensores acérrimos del sistema de AFP encuentran el espacio para exculpar al modelo que han diseñado y que tanto crecimiento –según aseguran– le ha traído a Chile. Es comprensible, en todo caso, que para un enfoque liberal-económico no exista contradicción entre la capitalización individual y el modo en que es apropiado y acumulado el valor económico socialmente producido.
Pese a que la generación de ese valor es un proceso colectivo (incluso en las modalidades cuentapropistas), se reconoce que solo quienes mayor capacidad y mejor desempeño demuestren (como un determinante natural) podrán acceder en menor o mayor medida al producto del trabajo. Ello es coherente con la concepción de que la sociedad está originalmente constituida por el individuo, y se refuerza esta idea cuando los teóricos liberales de la democracia diseñaron un modelo de hombre burgués, competitivo y maximizador de utilidades, y se plantearon hacer funcionar todas las esferas de la sociedad (incluido el Estado moderno) por analogía a estos principios del mercado, de modo que el régimen democrático no actuaría sino como un facilitador y reproductor de estas relaciones, a través de las disposiciones jurídicas vigentes.
Lo importante es constatar la naturaleza social de estos argumentos que son el pilar ideológico de nuestras sociedades, de modo que no solo son perfectibles sino que, por el contrario, transformables, para lo cual se requiere precisamente dejar de normalizarlos como “lenguaje de la naturaleza”, es decir, “juicios positivos” incuestionables, que también son usados al momento de negar el incremento del salario mínimo, que aunque es obtenido individualmente, su uso es en función de un grupo familiar, por lo cual se cierne en una dimensión colectiva.
Lo cierto es que, en un contexto de discursos políticos sobre “ciudadanía, democracia y derechos humanos”, contradictoriamente no existe ningún espacio reservado en la sociedad que no sea para el trabajo y no hay otro anhelo y objetivo más trascendental que el “crecimiento económico”. Las soluciones, en consecuencia, son aumentar la tasa de cotización y el pilar solidario de un Estado ya lo suficientemente jibarizado en términos del gasto social.
Capítulo aparte merecen las jubilaciones en las Fuerzas Armadas, donde solo cabe establecer el hecho de que, al igual que en el resto de la sociedad, hay unos “más y menos capaces”, reproduciéndose el reparto de las injusticias. Sin embargo, los 2600 millones de dólares que el Estado desembolsa en financiar este sistema, responde en gran medida al papel que cumplen las FF.AA en la sociedad, siendo los actores protagónicos de la configuración del orden social ante el advenimiento de situaciones de crisis que alteren el orden público (o que, más claro aún, pongan en riesgo la propiedad privada).
Si fuésemos coherentes con un principio equitativo distinto al de estos planteamientos revisados, y sostuviésemos otros argumentos contrarios a los expuestos por la teoría económica liberal, ningún trabajador debiese ahorrar un solo peso de su salario durante su vida para tener acceso a una jubilación digna, al haber participado en la producción social de la riqueza. Entonces, la capacidad depende del trabajo, no de la apropiación y acumulación del valor económico creado por este.