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Elites y pandillas

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Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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El fenómeno de las pandillas es muy antiguo. Históricamente ellas surgieron en el contexto de graves tiempos de crisis económicas, miseria, guerras o desplazamiento forzado en Europa, EE.UU., Asia y África. En la historia moderna de América Latina, especialmente en Centroamérica, las pandillas surgieron en un comienzo como respuesta al abandono juvenil e infantil de niños huérfanos por la muerte o asesinato de sus padres durante las guerras civiles y luego se ampliaron hacia los Estados Unidos. Más tarde, estas derivaron de una estrategia de sobrevivencia hacia la conformación de organizaciones para delinquir sistemáticamente.

Observando la actual situación y modos de operar de la “fronda duopólica”, para proteger a sus ministros y altos funcionarios de gobierno ante evidentes abusos de poder de todo origen, es posible constatar grandes similitudes organizacionales con las pandillas centroamericanas que, en el caso de El Salvador, tienen más miembros que las propias Fuerzas Armadas de ese país.

La estructura organizacional pandillera se compone de los siguientes elementos: posee una jerarquía simple con solo dos escalafones: el líder máximo y sus seguidores; el reclutamiento es voluntario y a veces forzado. La función principal del líder es la protección de sus miembros a cambio de pruebas de incondicionalidad, premios al silencio y castigos a cualquier desviación de lo que los “jefes” mandan. La piedra angular de la “pandilla” es que crea códigos de control paralelos a las leyes formales, constituyéndose en un “Estado dentro del Estado”. La línea entre el bien y el mal se define según los intereses de los “jefes” y sus seguidores, tanto al interior de la organización como hacia afuera en el plano público.

La investigación social ha documentado las brutales medidas de violencia que recaen sobre los miembros que osan levantarse contra los “apparatchik” pandilleros. De allí su fortaleza y su capacidad de sobrevivir a cualquier embate por parte de las instituciones formales de defensa y jurídicas, pues las pandillas a menudo logran infiltrar la policía, el Ejército y el aparato jurídico a través de coimas, garantías de protección, acciones de terror, amenazas o represalias.

Este conjunto de tácticas conforma un estilo de liderazgo negativo que fomenta conductas serviles hacia los “jefes” a cambio de estímulos materiales y espirituales. No solo pasan a ser parte de una “familia” altamente cohesionada, sino que se les estampa un carácter de singularidad en relación con los “otros” sin un especial mérito ni talento. El “otro” generalmente es menospreciado y es visto como una amenaza. Por ello se apunta a su destrucción y, en el mejor de los casos, a su neutralización o asimilación. Los acuerdos entre pandillas delictivas para vencer en la lucha por el poder territorial y la dominación de rubros delictivos, son conocidos.

Resulta ilustrativo observar cómo muchas de estas características se repiten en el quehacer político partidario y gubernamental chileno.

La férrea protección (o “blindaje”) a ministros o a miembros de las asociaciones partidarias en conflicto con la ley, deforma el principio de la igualdad ante la ley, creando un “nosotros” y “ellos”, siendo estos últimos nada más ni nada menos que la ciudadanía. Aquí aparece un “espíritu de cuerpo” similar al de las “pandillas”, que no responde al interés público sino que a la voluntad del “jefe” en apariencia (presidente/a) e indirectamente a los “jefes en las sombras” (empresarios y lobbistas a su servicio).

En un artículo de mi autoría publicado por El Mostrador en 2015 sobre el fenómeno de la “infiltración intrigante” de la política chilena, señalaba que las prácticas políticas basadas en el juego de la intriga y contraintriga estaban socavando el espíritu republicano de la democracia, pues la colonización del aparato público anulaba en la práctica la debida separación de poderes, que se supone debieran actuar como un balance de fuerzas en casos de conflictos de interés.

Sin embargo , este fenómeno de “infiltración intrigante” de la política chilena ha ido perdiendo centralidad en la medida en que la elite política, eclesiástica, militar y empresarial, se ha visto obligada a llegar a un “consenso total” para protegerse en forma conjunta frente a una ciudadanía que los condena por corrupción. El juego de intriga y contraintriga, si bien prevalece aún hoy en las luchas internas por el poder y la repartija de los premios cuoteados, va cediendo paso lisa y llanamente a una “estructura pandillera de autodefensa elitista”, en el contexto de una de las más espectaculares convergencias ideológicas ocurridas en tiempos modernos en Chile.

Los conflictos ideológicos se vacían de contenido y sobreviene una “despolitización” de los asuntos de gobierno, pues lo que importa es ahora la mera sobrevivencia como clase política y la resistencia sistemática a la acción de la justicia por todos los medios. La opinión pública no interesa, como tampoco ningún asunto ligado a demandas de cambio de rumbo político, porque la “aristocracia política pandillera” se ha enclaustrado para “cerrar filas” y encubrir hechos reñidos con la decencia, como lo ha demostrado la prensa crítica.

[cita tipo= «destaque»]La actual estrategia pandillera de sobrevivencia de la clase política solo puede prolongar su decadencia, pues actualmente el “liderazgo subalterno” no pasa por la prueba de las exigencias de la población chilena, que rechaza el papel de “proveedores” de dinero fresco al sistema financiero de los negocios privados a cambio de mala calidad de vida. La urgencia de un liderazgo político independiente, flexible, pragmático y resuelto a buscar el bien común se torna evidente.[/cita]

Es justamente por esta razón que ni siquiera las multitudinarias manifestaciones en su contra, cada una de ellas con temas específicos, logran hacerles mella ni menos desarticular a las pandillas políticas, pues las protestas sociales “no llegan” a las “sensibilidades” actuales de los jefes, preocupados exclusivamente del salvataje de sus “favoritos”.

Aun cuando caigan formalmente, los “jefes” se las arreglan para “acomodarlos” otra vez en nuevos puestos, ya sea en empresas privadas o en el aparato público. La parálisis del asunto público en Chile radica en esta confusión, pues el Congreso, los partidos, muchos medios de comunicación y los financistas empresariales están concentrados en mantener el “statu quo” a pesar de la crisis. A diferencia de las pandillas meramente delictivas, las “pandillas políticas” se tornan mucho más difíciles de reconocer, ya que su doble discurso del bien común y la evidente estructura organizacional pensada para la defensa de los intereses particulares desorienta a la población, acostumbrada a pensar que el gobierno va a resolver sus problemas.

En este contexto, vale la pena subrayar que los “jefes” de la transición, con la sola excepción del Presidente Piñera, legítimo representante del plan original pensado para Chile durante la dictadura, gobernaron “obedeciendo”, eligiendo para sí mismos la figura de “jefes administradores” o “jefes light” de una hoja de ruta ajena a los ideales políticos que declaraban. La agenda ya venía “pauteada” antes de que llegaran al poder, dando lugar al fenómeno de un “liderazgo subalterno” o “fanfarrón”, sobre todo en tiempos del “laguismo”.

Sin tener plena conciencia de este ajedrez del poder, la frase de la Presidenta Bachelet de que “no le gusta que la pauteen”, se escucha –a oídos críticos– a lo menos dramática, ya que se sabe que el espacio de mando que han elegido es, en el mejor de los casos, el de la pelea chica. El concepto de mandar “sin pautas” pone de manifiesto que no hay plan propio y que la verdadera cadena de obediencia ocurre entre la “elite subalterna” y los grandes conglomerados empresariales.

La discusión sobre “blindajes”, “orden interno”, “golpes de autoridad” o “cambios de gabinete” persigue solamente darle a la crisis un carácter “coyuntural”, desvirtuando la profunda e irreversible bancarrota política de los “jefes”. La actual crisis política es de gran envergadura y no se superará con estrategias pandilleras de autodefensa elitista y sin el surgimiento de una elite autónoma capaz de conjugar equilibradamente los intereses público-privados por el bien del país.

La evidencia empírica en la lucha contra las pandillas puramente delictivas deja muchas lecciones acerca de qué se puede hacer para eliminar las estructuras pandilleras de la política y las secuelas que dejan en la ciudadanía (indignación, desconfianza, desilusión, apatía). La experiencia en Centro-América con pandillas delictivas ha demostrado que la estrategia para desarticularlas no puede ser solamente punitiva, sino que debe ir acompañada de planes de prevención y de rehabilitación de las víctimas.

Asimismo, se ha ganado conciencia de que su eliminación es de largo plazo, debido a que la disposición de pertenencia a estos grupos se deriva principalmente de una actitud mental sumisa, que lleva a la delegación de la propia libertad al “jefe” o al “apparatchik”, configurando un estilo de vida autoritario e irresponsable.

La batería de mecanismos para conservar la incondicionalidad de los seguidores son: a) distribución de premios de ascenso material sin competencia entre los pares, 2) liberación del proceso de hacerse responsable individualmente por los propios actos, 3) protección a cambio de asimilación al colectivo, y 3) castigo y terror a la desobediencia. Este estilo de liderazgo configura un concepto de sociedad tribal que descansa en una relación “señor y siervo”. No hay “pandilla” sin pensamiento manipulado, adoctrinado, fanático, sectarista y excluyente.

En este contexto, la emergencia de estructuras pandilleras en el plano político expresa al menos los siguientes fenómenos: adopción de “conductas parias” en sectores políticos provenientes de sectores sociales medios y altos; desprecio a la ciudadanía; legalización de la impunidad y entronización de gobiernos “apolíticos”, que no responden a ideologías sino que solo a las necesidades del momento, para perpetuar sistemas de privilegios.

La actual estrategia pandillera de sobrevivencia de la clase política solo puede prolongar su decadencia, pues actualmente el “liderazgo subalterno” no pasa por la prueba de las exigencias de la población chilena, que rechaza el papel de “proveedores” de dinero fresco al sistema financiero de los negocios privados a cambio de mala calidad de vida. La urgencia de un liderazgo político independiente, flexible, pragmático y resuelto a buscar el bien común se torna evidente.

¿Qué hacer frente a esta compleja situación? Difícil. Pero al menos se podrían considerar las siguientes medidas de corto, mediano y largo plazo:

Primero: reconocer la seriedad del asunto.

Segundo: rescate de la función pública por denegación selectiva de legitimidad a la elite pandillera.

Tercero: rescatar y rehabilitar a los miembros comunes de las “pandillas” que están hartos de sus “jefes” y sus prácticas.

Cuarto: eliminar las leyes afines al sistema de abusos.

Quinto: compensar los daños materiales causados a la ciudadanía.

Sexto: comenzar un amplio programa de educación cívica de base, con fundamento en el “pensamiento crítico”, para racionalizar la rabia que siente la mayoría de los chilenos, pues, en caso contrario, el peligro de que una pandilla política reemplace a la otra es latente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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