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El futuro según los millonarios

José Domingo Martínez
Por : José Domingo Martínez Artista visual y editor en Chancacazo
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El anti-filántropo Steve Jobs era muy dado a hablar sobre el futuro y “tener una visión”, aunque sus ideas nunca fueron muy claras y su aporte a la humanidad todavía sigue siendo un misterio para mí, aparte de haber cultivado una imagen tan egocéntrica al punto que sus productos contagiaban a algunos de sus usuarios—si bien parece que el culto a Apple ha perdido fuerza. Se trata, de todas formas, de una figura interesante que ejemplifica la actitud de los millonarios del negocio tecnológico y los que pretenden serlo: más allá de hacer una fortuna y quizás hacer filantropía, están obsesionados con la innovación y con el impacto de ‘su obra’ en el futuro de la humanidad.

Comienzo por la fundación de Bill y Melinda Gates (“el viejo rival de Jobs”), que me parece estar animada por la idea de futuro y progreso que la mayoría de las personas tiene en la cabeza. Sus objetivos fundamentales son mejorar la salud y reducir la extrema pobreza en el mundo, además de promover la educación y el acceso a las tecnologías de la información en Estados Unidos. Una mirada rápida a algunos proyectos de la fundación: servicios financieros para los más pobres, creación de redes de agua potable y alcantarillado, desarrollo agrícola. Por ahí Bill Gates dijo en una entrevista que estaba muy preocupado por el calentamiento global y el medio ambiente, otro de los intereses de la fundación.

Todo esto parece estar animado por un motivo bien conocido: la famosa relación técnica que establece el pensamiento moderno con la naturaleza, la sociedad, etc. Se trata de identificar problemas y resolverlos por vía administrativa, como los proyectos sesenteros aquí en Chile para canalizar la cordillera y cultivar en el desierto de Atacama, así como erradicar plagas, higienizar a la población, y que todos tengan un PC.

Ya creía Freud, en El malestar en la cultura, que faltaba poco para el reemplazo de todos los animales salvajes, peligrosos, por otros domésticos—algo que no le parecía nada mal, por cierto. Pero este plan de domesticación tan brutal ofende la sensibilidad ética de la mayoría actual, sumándole el desastre ecológico que razonablemente prevén los científicos: de ahí que parezca más sensato conservar poblaciones de animales salvajes distribuidos a lo largo del globo, al igual que los bosques nativos que designan como “pulmones del planeta”. Esos parches de naturaleza repartidos por la superficie garantizan nuestra vida civilizada, hay que cuidarlos y administrarlos con inteligencia. La idea, ahora con mayor conciencia ecológica, sigue siendo la misma.

[cita tipo=»destaque»]Todo esto parece estar animado por un motivo bien conocido: la famosa relación técnica que establece el pensamiento moderno con la naturaleza, la sociedad, etc. Se trata de identificar problemas y resolverlos por vía administrativa, como los proyectos sesenteros aquí en Chile para canalizar la cordillera y cultivar en el desierto de Atacama, así como erradicar plagas, higienizar a la población, y que todos tengan un PC.[/cita]

En una línea parecida, pero más retro-futurista—como de Los Supersónicos y Julio Verne—, se encuentra Elon Musk, el fundador de SpaceX, compañía que pretende poner una población de humanos en Marte para el año 2025. Los proyectos del millonario sudafricano, al que muchos de la prensa nerd high tech son adictos, tienen siempre un aire de la ciencia ficción más antigua mezclada con una nostalgia de la época industrial: hace poco Tesla, su otra empresa dedicada principalmente a los autos eléctricos, instaló una fábrica (la Tesla’s Gigafactory) en una mina de litio. El objetivo es fabricar baterías para sus nuevos vehículos, retomando la vieja idea fordista de una sola línea de producción, donde por un lado entra la materia prima y por el otro sale el producto terminado. Dividir la producción en distintos puntos del planeta sería absurdo, sostiene, pues se pierden recursos en transporte y sobre todo tiempo, otro tópico del viejo capitalismo industrial, que Musk hace rendir al máximo: en un artículo de otro de sus admiradores leí que se rige por una rutina estricta para trabajar 100 horas semanales.

Larry Page, uno de los fundadores de Google, también está en la línea de ciencia ficción, pero de esa más reciente, más sombría e incierta. Aunque también ha puesto dólares en Tesla, sus intereses van más por la inteligencia artificial y la futurología: basta ver Calico Inc., una empresa dependiente de Google que se propone curar las enfermedades asociadas a la vejez, y en último término la vejez misma.

El mismo Page contrató a Raymond Kurzweil, quien desde el 2012 trabaja para Google. Se trata de un inventor futurólogo que escribe sobre transhumanismo, los derechos de las máquinas, la singularidad tecnológica y la intervención tecnológica de nuestros organismos: “Si el salto cualitativo del primate al ser humano se dio por un aumento cuantitativo del neocórtex, ¿qué otro salto cualitativo podríamos dar con un aumento cuantitativo semejante?”, reflexiona el científico best-seller.

En un plano algo distinto encontramos a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, de quien se dice que en sus años escolares no destacaba solo en matemáticas y ciencias (como es habitual entre esta gente): también lo hacía en los estudios clásicos. En alguna entrevista dijo que su libro favorito era la Eneida y citó algunos pasajes de memoria en latín. Tenemos también el testimonio de Sean Parker, que cuenta de Zuckerberg que éste era muy aficionado a salir con cosas de la Ilíada, visiones imperiales del mundo, “Greek odysseys and that kind of stuff”, remata el emprendedor sin entender mucho del asunto. Si torcemos un poco las cosas, el sueldo anual de Zuckerberg como CEO de Facebook (1 dólar) recuerda algo al emperador Octavio Augusto, que vestía la toga clásica de la República romana—en vez de cubrirse de joyas y sedas—para conservar la austeridad y los viejos valores.

Dijo alguno que, entre tanto nerd bueno para la pantalla, Zuckerberg es un clasicista que no ha salido del clóset, porque no hay mucha información al respecto, y ni la universidad ni el colegio ni él mismo han dicho algo más sobre el tema. La idea de Facebook, en todo caso, es de lo más clasicista si la comparamos con lo que hemos referido en los otros millonarios.

Podemos traducir Facebook literalmente como “el Libro de las Caras”, para darle mayor solemnidad—primera referencia al libro. Se trata de un gigantesco archivo que registra vidas, conversaciones, chistes, imágenes, eventos, amores, epistolarios, modas, amistades, genealogías, pensamientos, peleas, etc. Ha supuesto una mejora sustantiva en la escritura—hay más cuidado que en los tiempos de MSN—, incluso se publican poemas. Parece que Facebook no se dirige simplemente al futuro, como lo hacen con más o menos desmesura los otros proyectos: pretende modelar un pasado, el pasado que seremos nosotros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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