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A un año de los atentados de París

Por: Alberto Rojas, director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la Universidad Finis Terrae


Señor Director: 

El próximo domingo 13 de noviembre será una fecha particularmente especial para Francia, pues se cumplirá un año de la que fue una de las jornadas más horrorosas y violentas que se han vivido en ese país.
La conmemoración, que se podría ver eclipsada por los resultados de las elecciones en Estados Unidos —que confirmarán si en definitiva Hillary Clinton o Donald Trump será el sucesor de Barack Obama—, estará marcada por el recuerdo de millones de franceses que fueron testigos del denominado 13-N.

Hace un año, París se vio estremecida por una serie de atentados terroristas organizados y reivindicados por el Estado Islámico (EI). Una seguidilla de ataques con bombas, rehenes y tiroteos que dejó 137 personas muertas y otras 415 heridas, y que llevó al Presidente François Hollande a declarar públicamente la guerra a esta milicia yihadista.

Por desgracia, la barbarie terrorista no se detuvo ahí. Esto quedó demostrado el 22 de marzo en Bruselas, con atentados en el aeropuerto internacional y el metro de esta capital, que causaron más de 30 muertos; o el 14 de julio en Niza, cuando un hombre utilizó un camión como arma en contra del público que repletaba las calles, dejando más de 80 fallecidos.
Desde entonces, las medidas de seguridad se han extremado aún más en toda Europa —por no decir en todo el mundo—, en un esfuerzo por desarticular cualquier nuevo atentado por parte de este grupo radical, cuyas acciones incluso han despertado el rechazo y la condena de Al Qaeda.

Ahora el EI enfrenta lo que podría ser su primera gran derrota: la recaptura de la ciudad de Mosul, la segunda ciudad más importante de Irak después de Bagdad. Un bastión que la milicia liderada por Abu Bakr Al Bagdadi está intentando mantener bajo su control a cualquier precio, a pesar del avance —lento, pero constante— del Ejército iraquí y los combatientes kurdos.
La lucha hoy se libra calle por calle, en medio de una población civil que busca escapar y alejarse lo más rápido posible del implacable y brutal control del EI. Por lo mismo, nadie aventura cuánto tiempo tomará lograr la derrota de los fanáticos combatientes que parecen estar dispuestos a resistir hasta las últimas consecuencias.

En ese contexto, desde el inicio de esta ofensiva militar en Irak, las agencias de inteligencia han previsto la posibilidad de que el EI intente contraatacar con nuevos atentados en países europeos o incluso dentro de Estados Unidos. Por fortuna, hasta ahora, nada de eso ha ocurrido.

Si Mosul finalmente es liberada, el Estado Islámico habrá perdido no sólo su principal enclave en Irak; también el control de la urbe en la que proclamó el nacimiento de su califato. Eso, sin duda, será un golpe difícil de aceptar, fundamentalmente porque una derrota de este tipo derrumbaría su imagen de invencibilidad y demostraría que el EI sí puede ser enfrentado con éxito.

Además, la recaptura de Mosul obligaría al EI a redestinar a casi todos sus combatientes a defender sus restantes posiciones en Irak (menos importantes, por cierto) y en Siria; sobre todo en Raqqa, la capital de su califato. Aunque eso no necesariamente descartaría la posibilidad de un nuevo atentado en Europa, lo que solo se podría interpretar como un acto desesperado.

Es probable que el próximo 13 de noviembre toda Francia se llene de velas, fotos de las víctimas, homenajes y discursos alusivos a la importancia de no vivir con miedo. Una dolorosa conmemoración que recordará al mundo que, a pesar de todo, la herida ha ido cicatrizando. Pero sobre todo, será una oportunidad para señalar con fuerza que el comienzo del fin del Estado Islámico ya inició.

Alberto Rojas, director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la Universidad Finis Terrae

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