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La insana sobrepresidencialización del debate


En una frase engañosamente simple, el filósofo Charles Taylor sostiene que la salud de una sociedad depende de la calidad de sus conversaciones. Si seguimos esta idea, y si los medios de comunicación hacen efectivamente eco de dichas conversaciones (cuestión siempre debatible), pareciera que nuestra sociedad padece hoy de un cuadro agudo de sobrepresidencialismo.

[cita tipo= «destaque»]La caricatura de partidos y líderes políticos como jugadores moviendo fichas en un tablero para alcanzar un premio, no hace sino aumentar la desafección y desconfianza de la ciudadanía.[/cita]

Desde hace demasiados meses, la cuestión de las candidaturas para la próxima elección presidencial se ha tomado la discusión pública. Con el incentivo de encuestas incluso semanales, la lectura de las alzas y caídas en esta carrera parece un trastorno obsesivo o una manifestación cercana a la ludopatía, según se mire. A más de un año de la elección, es difícil escuchar o ver un programa de conversación política en que no se toque el tema.

El summum de lo anterior fueron los análisis posteriores a las elecciones municipales, en que no hubo cobertura ni comentarista que no aludiera a los efectos positivos y negativos para cada candidato, la mayor parte de las veces a partir de correlaciones sumamente discutibles. En un año de enormes controversias (financiamiento de la política, reformas, temas “valóricos”, fin de sistema binominal, AFP, Sename, etc.): ¿es necesario o relevante simplificar toda discusión en términos de si favorece o perjudica a los candidatos a candidato?

No se trata de aparentar ingenuidad, la lucha por el poder ha sido y será siempre un componente esencial del juego político, para bien y para mal. Tampoco podemos ignorar que una sobrepresidencialización del debate se ve favorecida por períodos presidenciales cortos, como el chileno, y más aún con primarias que obligan a anticipar las definiciones de liderazgos. Sin embargo, parafraseando a Taylor, el excesivo protagonismo de esta temática tiene efectos negativos sobre la salud de nuestra sociedad.

En efecto, centrar la discusión política en las candidaturas presidenciales –por sobre el debate en torno a ideologías y programas–, es un flaco favor a los intentos por relegitimar una actividad con tan alto nivel de descrédito. La caricatura de partidos y líderes políticos como jugadores moviendo fichas en un tablero para alcanzar un premio, no hace sino aumentar la desafección y desconfianza de la ciudadanía.

En tiempos donde conviven una gran efervescencia, interés y movilización por lo público, con una abstención e indecisión al alza, centrar el debate en cálculos electorales –por ejemplo, en cuántos puntos más y menos en las encuestas–, es simplemente no entender (o no querer entender) que la política está en otro lado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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