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Justicia y Teletón, o por qué me opongo a esta cruzada

Paulina Morales
Por : Paulina Morales Académica Departamento de Trabajo Social Universidad Alberto Hurtado
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Hace unos días, en el marco de un curso sobre justicia social y derechos humanos que imparto, un estudiante me preguntó si es que la Teletón podría ser vista desde dicha óptica. La interrogante emergió llena de sentido en relación con las personas en situación de discapacidad y las posibilidades de acción desde una óptica de justicia y de derechos humanos. Mi respuesta fue y sigue siendo que no: que la Teletón no tiene que ver con justicia ni con derechos humanos. Más aún, pese a lo impopular que resulta, me declaro contraria a esta iniciativa.

A mi juicio, la Teletón está basada en un falso concepto de solidaridad que se intenta promocionar como el valor a la base, pero que es tan desechable y endeble –o «líquido», diríase en lenguaje sociológico posmoderno- que dura sólo 27 horas. Nada tiene que ver con ese sentido señero de la fraternidad que propugnó la Revolución francesa, ni con visiones contemporáneas sobre la justicia como reconocimiento o redistribución.

¿Qué es lo que hace ruido de esta campaña? ¿Por qué no puede ubicarse como ejemplo de acciones en materia de justicia y derechos humanos? Primero, por esa misma condición de fugacidad que impide pensar en un abordaje de largo plazo, no basado meramente en iniciativas voluntarias de la sociedad civil, por muy loables que sean éstas. Por el contrario, se requiere de un abordaje estatal que responda –a juicio Naciones Unidas- a “la importancia de incorporar las cuestiones relativas a la discapacidad como parte integrante de las estrategias pertinentes de desarrollo sostenible”. Y en esto la ONU es clara: la responsabilidad primera es de los Estados nacionales. Algo hemos avanzado con la creación en 2010 del Servicio Nacional de la Discapacidad, SENADIS, pero queda mucho por hacer.

Luego, se trata de una campaña publicitaria repetitiva y agotadora, en donde personajes televisivos intentan convencernos de comprar tal o cual producto para, necesariamente por medio de este acto de consumo, colaborar con la rehabilitación de personas con discapacidad. O sea, ser solidarios pasa por consumir. Cierto es que luego tenemos la opción de ir al banco a depositar directamente nuestro aporte solidario, pero indefectiblemente el tiempo previo a la jornada misma, hemos tenido que presenciar una mega campaña de publicidad que más bien sirve a la limpieza facial de las empresas colaboradoras. Es evidente que las empresas patrocinantes lucran durante ese tiempo con la realidad de la discapacidad. Tienen prácticamente un mes de propaganda gratuita en diversos medios de comunicación, no sólo para sus productos en particular, sino especialmente para la imagen de su marca. O sea, un negocio redondo.

[cita tipo= «destaque»]La Teletón no promueve la justicia social ni los derechos humanos porque no puede dejarse la responsabilidad por la integración de las personas en situación de discapacidad a los resultados de una cruzada mediática, por más que esta intente sostenerse en una declaración de buenas intenciones.[/cita]

Cierto es también que la Teletón fue moderando su discurso lacrimógeno de las primeras décadas, cuando nos hacía llorar con historias en donde se exacerbaba hasta el hartazgo el dolor humano, donde la tragedia se agrandaba para subir el rating y atraer donaciones. Mientras más penosos los casos retratados, mayores las posibilidades de cumplir la meta. Es verdad, ya no vemos esa estética cruda y lastimosa de los primeros años. Pero buena parte de ese sentimiento basal sigue en vivo en las emisiones de los últimos años, en este show televisivo en donde famosos y empresarios se pelean por figurar aunque sea unos segundos. Sólo como experimento sociológico, me encantaría ver la respuesta de aquéllos si se les pidiera colaborar anónimamente una vez al año, sin pantalla ni publicidad de por medio.

La Teletón no promueve la justicia social ni los derechos humanos porque no puede dejarse la responsabilidad por la integración de las personas en situación de discapacidad a los resultados de una cruzada mediática, por más que esta intente sostenerse en una declaración de buenas intenciones. Muchas voces que defienden esta iniciativa se amparan en el resultado, en mostrar que finalmente el dinero recaudado sí beneficia efectivamente a las personas que se atienden en los centros de la institución. Esto no está en duda. Pero el cuestionamiento sigue en pie respecto de los fundamentos de esta campaña, porque aceptarla en virtud de sus resultados significa admitir que el fin justifica los medios, un razonamiento utilitarista por donde se le mire.

Voces críticas al utilitarismo, como el prisma de la justicia redistributiva, ponen en el centro el debate las posibilidades de concreción de la igualdad y la equidad en las sociedades actuales. Desde esta óptica la Teletón no promueve la justicia porque no redistribuye nada en el sentido de una reestructuración económica que vuelva sustentable en el tiempo el abordaje de la discapacidad. La Teletón es caridad maquillada de solidaridad y amparada en una generosidad probablemente genuina por parte de chilenos que anónimamente hacen su aporte en esta jornada.

Otra de las miradas críticas al utilitarismo es la perspectiva de la justicia como reconocimiento, frente a lo cual cabe preguntarse si es que la Teletón contribuye a la concreción del reconocimiento por parte de las personas en situación de discapacidad. Claramente no. No logra contribuir a ello porque en vez de transmitir la imagen de estas personas como sujetos de derechos, para conseguir su objetivo (“la meta”) debe promover indefectiblemente la imagen de personas en condición penosa necesitadas de ayuda, y brindar ayuda es claramente distinto que garantizar derechos.

Las personas con discapacidad continúan siendo estereotipadas e invisibilizadas en nuestra sociedad. La discriminación hacia éstas es una cuestión cotidiana el resto del año tras la transmisión televisiva de la Teletón. Se trata de un desdén ordinario que requiere, para su abordaje, de un proyecto ético-político de visibilización, cuyo núcleo es, a juicio de la ONU, “la insistencia en la igual aplicación de todos los derechos humanos a las personas con discapacidad”. No menos que esto.

Finalmente, cabe precisar que el afán de estas líneas es contribuir a un debate maduro sobre el tema. En ningún caso es el ánimo desmerecer la loable labor que cumplen quienes trabajan anónimamente en los centros de Teletón todo el año. No está ahí la raíz del cuestionamiento. El problema radica, entre otros, en lo que se ha referido anteriormente. Más aún porque en estos días don Francisco -el líder identitario de esta campaña- ha sostenido que “la Teletón es apolítica, aracial, areligiosa”. Francamente, pocas cosas hay más políticas que la respuesta a cómo las sociedades integran la diversidad humana y cómo distribuyen derechos de manera justa, igualitaria y dignificante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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