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Yerko: el espejo del Chile que algunos no quieren ver Opinión

Yerko: el espejo del Chile que algunos no quieren ver

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El espacio de Alcaíno, en el programa ‘Vértigo’, se parece más bien a una plaza pública, en la cual los asistentes ven reflejadas las conversaciones, comentarios, rumores y “pelambres” que escuchan a diario en la oficina o el café. También se observa en los asistentes a ese estudio algo parecido al efecto colectivo que despiertan las redes sociales para expresar el rechazo y la rabia que provocan los privilegios, el abuso del poder o las conductas éticamente reprochables.


A estas alturas, resulta un chiste de mal gusto analizar el humor que existió en Chile durante los años en que Pinochet estuvo en el poder. Light, superficial, alejado de la realidad que vivía el país. Chistes cortos, fomes, abundantes en la burla fácil a las minorías y grupos más discriminados. Ni una alusión a la contingencia. Si revisamos las rutinas del Festival de Viña del Mar entre 1974 a 1988, es impactante la falta de sintonía con lo que las personas observaban a diario en la calle. Ese mismo humor hoy, con suerte, podría integrar el programa de una kermés de colegio. Y ese formato se extendió durante los primeros años de la naciente democracia. Seguramente esto reflejaba a una sociedad en que los rezagos de la dictadura –y los miedos asociados– siguieron vigentes por más de una década. Palta Meléndez fue el primero en romper este humor simple e incorporó en sus actuaciones la imitación de Pinochet y otros políticos. Según él mismo ha relatado, esto le costó el cierre de muchas puertas en distintos canales de TV, incluyendo la estación del Estado.

Coco Legrand es la expresión más clara de ese humor “aséptico”, que incluía aspectos de la cotidianidad de la sociedad y la cultura chilena –especialmente relaciones familiares e infidelidad–, pero jamás abordaba ni hacía mención a lo que ocurría en el ámbito político y menos a aquellos temas controvertidos, como el divorcio, el consumo de drogas, etc.

Recién en 2008 irrumpe un nuevo estilo humorístico de la mano de Stefan Kramer. Sus rutinas integran imitación, comedia y la actuación, e incorpora a personajes de la coyuntura, especialmente del mundo político. Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Frei, Francisco Vidal, Camilo Escalona, Carlos Larraín, Andrés Velasco, entre otros, han sido víctimas de Kramer. Pero el gran quiebre lo produjo con las imitaciones de dos presidentes en ejercicio. Primero a Sebastián Piñera en la película Stefan vs. Kramer y, luego, a Michelle Bachelet en el programa ‘Camaleón’ de TVN. Los tics de Piñera y algunas frases de la Mandataria pasaron a formar parte de las risas cotidianas.

El actor Daniel Alcaíno, en su rol de Yerko Puchento, es hoy por hoy el niño terrible de la TV chilena, gracias a sus irreverentes y ácidas rutinas que hacen sufrir a La Moneda, parlamentarios y personajes del mundo político.

[cita tipo=»destaque»]Se acabaron los tiempos del humor “políticamente correcto”. El chiste blanco, la historia eterna de la relación entre la nuera y la suegra –no me refiero a Bachelet-Compagnon– o el repetido diálogo entre dos personas ebrias, fueron reemplazados por la imitación sin contemplaciones y la descripción cruda y crítica del funcionamiento de los organismos del Estado y sus autoridades. Una rutina que combina la mirada de los cambios de la sociedad y de la crisis del sistema político. Un humor que sacó de debajo de la alfombra la corrupción, el cohecho, los privilegios, el tráfico de influencia.[/cita]

El espacio de Alcaíno, en el programa Vértigo, se parece más bien a una plaza pública, en la cual los asistentes ven reflejadas las conversaciones, comentarios, rumores  y “pelambres” que escuchan a diario en la oficina o el café. También se observa en los asistentes a ese estudio algo parecido al efecto colectivo que despiertan las redes sociales para expresar el rechazo y la rabia que provocan los privilegios, el abuso del poder o las conductas éticamente reprochables.

Yerko no tiene piedad con nadie. Ni con los invitados en el set –la tensión logra traspasar la pantalla– ni menos con aquellos que deben comparecer ante este verdadero tribunal ciudadano. Recordemos la acidez y brutalidad con que trató durante meses a la nuera de la Presidenta y su hijo, lo que difícilmente podríamos haberlo imaginado con ningún familiar directo de un gobernante hace una década. También sorprende la tolerancia de los conductores del programa frente a las agudas bromas de Yerko. Diana Bolocco y Martín Cárcamo simbolizan a ese ciudadano que se ríe de otros, pero que al mismo tiempo debe soportar la mano de vuelta.

La política y los políticos ocupan un lugar destacado en el humor actual e incluso en la publicidad. Y claro que han hecho méritos. La gente está molesta y desconfiada de la institucionalidad política. Sin ir más lejos, WOM entró con un estilo agresivo al mercado, utilizando a figuras de ese ámbito  como protagonistas. Marco Enríquez-Ominami, con el caso del jet privado; el episodio del senador Jorge Pizarro y su viaje a presenciar en mundial de rugby un par de días después del terremoto que afectó a la región que representa en el Congreso o la frase del director de Conaf, respecto a que los incendios no se apagaban con agua, han servido de fuentes de inspiración para los creativos de su agencia publicitaria.

Se acabaron los tiempos del humor “políticamente correcto”. El chiste blanco, la historia eterna de la relación entre la nuera y la suegra –no me refiero a Bachelet-Compagnon– o el repetido diálogo entre dos personas ebrias, fueron reemplazados por la imitación sin contemplaciones y la descripción cruda y crítica del funcionamiento de los organismos del Estado y sus autoridades. Una rutina que combina la mirada de los cambios de la sociedad y de la crisis del sistema político. Un humor que sacó de debajo de la alfombra la corrupción, el cohecho, los privilegios, el tráfico de influencia. Un humor que se burla de los dueños de un canal –Alcaíno ha sido brutal con Andrónico Luksic en C13 y Kramer con Bachelet en la estación Estatal– y recibe aplausos de la gente. Un humor que refleja los cambios de Chile. Ese país en que apenas vota el 33,4% de las personas. El chileno que ha castigado a la Iglesia por los casos de abusos o que impulsa campañas para no comprar productos y empresas coludidas.

Comprendo a Cecilia Pérez y también a Luly. Para nadie es justo que se burlen de su aspecto físico o capacidad intelectual. De seguro, debe haber muchas personas que en este último tiempo se han sentido tocadas por la rutina de Yerko u otro de los muchos comediantes que hay en el país. Pero lamentablemente son las nuevas reglas del juego. Los memes que surgen, en minutos, frente a cualquier situación que involucre a un político, así como los comentarios que circulan en redes sociales, son mucho más duros que la rutina de Daniel Alcaíno en ‘Vértigo’.

La ex ministra está en su derecho de presentar acciones judiciales contra Yerko. En una de esas  logra que la indemnicen por un millón de dólares –es lo que persigue– o que Canal 13 suspenda su señal por una semana. Sin embargo, ni ella ni ningún candidato a la Presidencia o al Parlamento podrán hacer que los excluyan de la rutina humorística de Yerko, Chichi Aguayo, Natalia Valdebenito, Rodrigo González, Edo Caroe u otros, y, lo que es peor, que la gente se ría de ellos. Tampoco el PS –que poseía acciones en SQM– o Sebastián Piñera, que dice que hablar de plata es de mala educación, aunque declare el 20% del patrimonio, podrán evitar ser portada de The Clinic o que su imagen navegue por la redes. Hace rato que en Chile el sol no se puede tapar con un dedo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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