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La ministra del filosofazo Opinión

La ministra del filosofazo

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Hoy se está discutiendo en torno a los contenidos de la asignatura de filosofía, pero no en torno a su presencia ya garantizada para todos los jóvenes de nuestro país. Hoy escuchamos voces que discuten –más desde la ignorancia educativa y pedagógica, hay que decirlo– qué entramado de objetivos y contenidos debiesen ser incluidos en Filosofía en la Enseñanza Media, pero ya no si esta debe o no ser parte de la formación integral y de calidad que el Estado de Chile debe garantizar.


Este 8 de septiembre de 2017 se cumplirá un año desde el “filosofazo” de la ministra de Educación Adriana del Piano.

Hace un año ella zanjó una discusión que encendió transversalmente a la opinión pública: se quiso suprimir, desde una unidad curricular del Mineduc, la presencia de la asignatura de filosofía en el sistema escolar. Fue así que la ministra firmó y publicó un inserto en los diarios que decía taxativo: “Queremos señalar de manera enfática que no se eliminará la asignatura de Filosofía de la formación general del currículum de 3º y 4º medio. Muy por el contrario…”.

Exacto, “muy por el contrario”, es la expresión precisa, porque lo que hizo la ministra fue en realidad doblar la apuesta y ofrecer a la opinión pública una línea política clara respecto a la polémica: la asignatura de filosofía pasaría también a integrar la formación secundaria de la inmensa mayoría de estudiantes que cursan sus estudios en los establecimientos técnico-profesionales y artísticos.

Es decir, la totalidad de los jóvenes en Chile pasarían a tener la oportunidad curricular de aprender los contenidos, las actitudes y las habilidades que la asignatura de filosofía proveía solo a una parcialidad de ellos. La mala o torpe noticia de la eliminación de la filosofía pasó a transformarse –de un plumazo– en una muy buena noticia, debido a una inteligente y sabia decisión política. La presión ciudadana, la opinión de los intelectuales, de artistas, de profesores y de personas de muy diversa índole profesional fueron decisivas y efectivas.

Hoy se está discutiendo en torno a los contenidos de la asignatura, pero no en torno a su presencia ya garantizada para todos los jóvenes de nuestro país. Hoy escuchamos voces que discuten –más desde la ignorancia educativa y pedagógica, hay que decirlo– qué entramado de objetivos y contenidos debiesen ser incluidos en filosofía en la Enseñanza Media, pero ya no si esta debe o no ser parte de la formación integral y de calidad que el Estado de Chile debe garantizar.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la presencia de la filosofía en la educación?

Ahí el debate, a la hora de responder esta pregunta, se torna eminentemente didáctico. Si no es así, simplemente podemos perder la valiosa oportunidad de otorgar a los estudiantes una asignatura con significado y profundidad. En ese sentido, me atrevo a esgrimir la hipótesis de que la mayoría de los filósofos chilenos no tiene mucha idea de lo que la didáctica es. Cuando hablan de pedagogía, en la mayoría de los casos, lo hacen solo desde el sentido común. Sin embargo, no hay de qué preocuparse. La nueva propuesta curricular elaborada desde el Mineduc después de esta crisis, resultó ser muy buena.

Para el notable filósofo chileno Jorge Millas, “que las cosas sean todavía algo más, es el punto de partida a la par que el primer hallazgo de la reflexión filosófica”. Para él, “la filosofía solo es conmensurable con las posibilidades últimas del pensamiento y de experiencia humana”. De la totalidad de la experiencia humana, agrego, pero, por cierto, también de cada una de sus múltiples dimensiones, siendo una de ellas el sentido de la educación. Ahí, creo, cuando los filósofos discuten el sentido de la educación, nos aportan nuevas miradas que pueden iluminar la comprensión más pragmática y política de una asignatura o de todo el currículum.

Hace algunos días compré en el centro de Santiago una serie de ensayos muy interesantes. Se trata de un libro recién editado por la Universidad Adolfo Ibáñez, específicamente por el profesor-filósofo Maximiliano Figueroa, titulado “Ensayos en torno al sentido de la Educación”. Estos ensayos se leen muy rápido, pero dan que pensar, sobre todo, porque en la lectura que se hace en cada uno de ellos es posible sentir la coyuntura de “crisis de sentido” en la cual nos encontramos como sociedad chilena hace décadas con nuestra educación.

[cita tipo=»destaque»]Para el notable filósofo chileno Jorge Millas, “que las cosas sean todavía algo más, es el punto de partida a la par que el primer hallazgo de la reflexión filosófica”. Para él, “la filosofía solo es conmensurable con las posibilidades últimas del pensamiento y de experiencia humana”. De la totalidad de la experiencia humana, agrego, pero, por cierto, también de cada una de sus múltiples dimensiones, siendo una de ellas el sentido de la educación. Ahí, creo, cuando los filósofos discuten el sentido de la educación, nos aportan nuevas miradas que pueden iluminar la comprensión más pragmática y política de una asignatura o de todo el currículum.[/cita]

Pero, ojo, que sobre el origen de esta crisis educativa –no lo dice el libro– difiero de que sean las movilizaciones del 2011 o las movilizaciones estudiantiles en sí mismas, desde el retorno de la democracia, las que la muestren decisivamente. Hay ahí un despertar, por cierto, pero la crisis de sentido en nuestra educación ya se puede leer en “Nuestra inferioridad económica” de Encina, un ensayo muy antiguo pero demasiado actual.

Sin embargo, el punto de inflexión histórico propiamente tal, más reciente, intuyo, es la dialéctica entre la ENU de Allende y la escuela neoliberal de Pinochet: entre esta dicotómica relación en la que cada uno de los polos en disputa quiso hegemonizar la educación de masas (o democratizadora para algunos) perdimos casi irremediablemente el sentido de la educación. Si ampliásemos la mirada, nos daríamos cuenta de que ambos proyectos apuntaban en la misma dirección competitiva por el progreso o el desarrollo científico tecnológico descentrado, fundamentalmente, de la condición humana. Pero también nos daríamos cuenta de la traición de las élites (Christopher Lasch) locales a un proyecto moderno e integrado de cultura, sociedad y nación.

Ahora bien, si el libro del que hablo es bueno, lo es precisamente porque su línea argumentativa nos vuelve de narices sobre el tema de nuestra crisis, más allá de esta dicotómica relación en la estamos como sociedad atrapados hace décadas cuando hablamos sobre el sentido de la educación, que si el Estado o si la familia.

En definitiva, hablar sobre la presencia de la filosofía en la educación no es sino hacer este ejercicio doble de pensarse como asignatura –desde la didáctica– y como sentido –desde la filosofía política–. “Si la Escuela –dice Max Figueroa, con mayúsculas– ha de hacer honor a su nombre, ha de articularse, en una medida no menor, como ese espacio institucional que propicia en los niños el desarrollo del pensamiento reflexivo como principio de moralización”.

Enhorabuena celebramos este año ya cumplido del “filosofazo” de la ministra Delpiano. Es la fiesta de la filosofía que pasó agosto y está casi lista para el zapateo de septiembre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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