Más de 40.000 niños y niñas en Chile tienen a su padre o madre privados de libertad. Esta cifra y otras que apuntan a visibilizar la realidad de niños, niñas y adolescentes con familiares encarcelados fueron levantadas por ONG EnMarcha y publicadas posteriormente en el Informe Infancia Cuenta 2016. Por primera vez, un documento de monitoreo de la Convención de los Derechos del Niño, donde se da cuenta del estado de la niñez y adolescencia en Chile, reconocía la situación de tener un familiar significativo encarcelado, como una condición de especial vulnerabilidad para ellos y ellas.
Definitivamente era un gran paso, pero que evidenciaba una realidad innegable: No sabemos mucho de las vulneraciones de derecho que enfrentan y de las implicancias que estas tienen en su vida. Niños, niñas y adolescentes son invisibles, víctimas colaterales de las políticas de seguridad que han optado por el encarcelamiento masivo de los sectores empobrecidos y que recién hoy se levantan como ejes importantes de quienes postulan a la presidencia.
EnMarcha declaró en el informe Infancia Cuenta 2016: “tenemos el desafío urgente de considerar la voz de estos niños y niñas, avanzando en el reconocimiento y garantía integral de sus derechos”. ¿Qué queremos que la opinión pública entienda y qué queremos decirles a estos niños y niñas? Que sean protagonistas, que hablen sin prejuicios, sin pautas y sin adornos, que digan lo que quieran decir y en el tono que les parezca. Este fue el objetivo emprendido por la ONG que los llevó a un proceso que vale la pena contar, un proceso donde niños y niñas nos explicitan una invitación: quieren ser escuchados y hablar de cárcel y comunidad.
[cita tipo=»destaque»]Sus voces son una invitación a comprender mejor lo que viven los más de 40.000 niños y niñas que hoy tienen un familiar encarcelado en nuestro país, porque como dijo Alonso (10 años) y Lidia (11 años) -en una conversación de preparación del Museo- “lo que estamos haciendo es como si fuéramos los mosqueteros; esto es por nosotros y por todos los otros niños y niñas que tienen familiares presos”.[/cita]
Si bien el tener un familiar encarcelado para unos es sinónimo de tristeza y para otros una razón para sentir alivio, hay una constante en lo que les toca vivir por esta situación: su vínculo con las instituciones del Estado y con los adultos siempre está marcado por la discriminación y el sentimiento de desprotección o vulnerabilidad. Se sienten discriminados por donde viven y por tener un familiar encarcelado. Les ha tocado vivir de cerca la violencia de sus barrios marcados por el tráfico de drogas y las peleas entre los grupos que las lideran. En el colegio no quieren hablar de eso, ya que dicen que son tildados de “malas juntas”. Saben que no cometieron ningún delito, pero que les toca pagar de igual forma, ¿injusto no?
Cuando hablaron de su relación con la cárcel y sus visitas, no deja de sorprender su claridad: “es oscura, como si tu estuvieras preso ahí y no tu mamá o tu papá. Como si te encerraran por algo, pero tú no hiciste nada”. “Me sentía mal, muy inseguro, como si algo me estuviera atrapando y no me dejara ver, como si me cayera en un hoyo lleno de manos que no me dejara salir”.
Los audios con sus testimonios se integraron en 7 juguetes, que ellos y ellas mismas donaron. A través de los juguetes expresan mensajes de aquello que perciben que les afectan y sienten que los adultos no pueden entender o ver: mensajes que abordan temáticas como el amor, sus miedos, preocupaciones, sueños, la familia, los adultos, la cárcel -entre otros-.
Los juguetes serán parte del Museo Itinerante “Envisibles: Voces de Niñez, Cárcel y Comunidad”, que se presentará este 1 y 2 de noviembre en la 37a Feria Internacional del Libro de Santiago. Este museo representa un paso importante en la tarea de reconocer a niños, niñas y adolescentes con familiares encarcelados como sujetos que atraviesan una situación de especial vulnerabilidad, la que requiere ser atendida integralmente y urgentemente por el Estado chileno. Sus voces son una invitación a comprender mejor lo que viven los más de 40.000 niños y niñas que hoy tienen un familiar encarcelado en nuestro país, porque como dijo Alonso (10 años) y Lidia (11 años) -en una conversación de preparación del Museo- “lo que estamos haciendo es como si fuéramos los mosqueteros; esto es por nosotros y por todos los otros niños y niñas que tienen familiares presos”.