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La vida en la población: algo más que «barrio crítico»

Niniza Krstulovic Matte
Por : Niniza Krstulovic Matte Trabajadora social, magíster en Gerencia Pública. Directora Ejecutiva de la Fundación Cerro Navia Joven. Social,
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Por estos días la realidad de la droga en nuestras poblaciones se hizo parte de los discursos públicos, se tomó los noticieros y las páginas de los diarios. La elección presidencial contribuyó a amplificar un tema que rápidamente se reduce a problemas de control policial y seguridad. Más allá de la toma de conciencia, se termina estigmatizando algunas poblaciones: La Legua aparece hoy como un símbolo del horror.

¿Qué podemos decir y desde dónde podemos mirar la realidad de la droga? Podemos mirarla desde un punto de vista técnico: se definen como “Barrios Críticos” aquellos “focos urbanos con alta concentración de microtráfico”. Una definición que resulta útil para la focalización de la política pública y el control de estupefacientes. Sin embargo, sería interesante atrevernos a reconocer que estos llamados ”barrios críticos” son poblaciones populares con historias políticas y sociales significativas para la construcción del país. Si hiciéramos el ejercicio de desprendernos de estos artificios conceptuales poniendo el acento en la población, su cultura y reconociéndolo como el lugar donde además de las dificultades se generan vínculos sociales que permiten la realización de la vida, concluiríamos que ese conjunto, no merece ser reducido ni estigmatizado con el peyorativo nombre de “barrio crítico”. Nuestras poblaciones, como espacios de vida, son mucho más que el tráfico que puede generarse en uno de los sectores que la componen. Son lugares que han crecido en la adversidad y se han levantado enfrentando luchas y dolores. Hablar de la “narcocultura” para definir poblaciones es desconocer la potencialidad y riqueza sociocultural que ahí, se ha desarrollado.

Por cierto, que se han generado micro mundos al interior de barrios, “organizaciones” que reinan imponiendo su degradación y su violencia, que destruyen la vida de muchas y muchos jóvenes. Es cierto también, que esta realidad presente ya hace tiempo y que nos cuesta mucho comprender, sólo es visibilizada cuando afecta la seguridad, la vida o la propiedad. Lo sorprendente, es que nos sorprenda sólo cuando ocupa los titulares de la prensa. La narco cultura –o cómo se vaya denominando el fenomeno de la droga y sus consecuencias– si bien puede ser una forma de vida y de relacionarse, es la manifestación de la exclusión social de personas y sectores a los que se le han asignado estereotipos que se extienden fácil e irresponsablemente más allá de sus propias fronteras.

[cita tipo=»destaque»]Más allá del miedo, del asombro, la estigmatización y la reacción policial, en nuestro quehacer territorial, estamos convencidos que hay otras alternativas posibles. Una alternativa son las acciones y programas que muchas fundaciones y ONG, como la nuestra, realizan permanente contra los efectos que dañan a nuestras comunidades. En la Fundación hemos desarrollado programas para enfrentar tempranamente el consumo en niños y niñas desde los 10 años estableciendo un estrecho vínculo con ellos y sus familias, a quienes hacemos parte del proceso, y con su comunidad, entre la que se considera la escuela.[/cita]

Como país debemos admitir que el tráfico de drogas ha sido una forma de acceder a los modelos de reconocimiento social que se nos ofrecen y en este macro escenario los consumidores, adictos y adictas pueden ser los grandes olvidados en la batalla. Sus historias de abandono y quiebre de vínculos sociales, sus largas estadías en el mundo del consumo no dicen relación con las propuestas de tratamientos existentes

Como Directora Ejecutiva de la Fundación Cerro Navia Joven, en virtud de nuestra experiencia de 25 años, hemos sido testigos directos de esta tragedia que provoca sufrimiento y que muchas veces nos instala en el miedo. Un miedo que paraliza, tanto a las personas que viven insertos en la droga como a las instituciones que buscamos junto a la comunidad, caminos de salida.

Más allá del miedo, del asombro, la estigmatización y la reacción policial, en nuestro quehacer territorial, estamos convencidos que hay otras alternativas posibles. Una alternativa son las acciones y programas que muchas fundaciones y ONG, como la nuestra, realizan permanente contra los efectos que dañan a nuestras comunidades. En la Fundación hemos desarrollado programas para enfrentar tempranamente el consumo en niños y niñas desde los 10 años estableciendo un estrecho vínculo con ellos y sus familias, a quienes hacemos parte del proceso, y con su comunidad, entre la que se considera la escuela. Hemos implementado también, estrategias de vinculación comunitaria intergeneracional (personas mayores con niños, niñas y jóvenes), trabajo en escuelas, trabajo en red con otros organismos públicos y organizaciones de la sociedad civil y trabajo con organizaciones territoriales.

Pero estas, y otras alternativas, sólo serán fecundas si se comprenden como formas de construir vínculos, pues sólo desde ellos vamos venciendo en conjunto la sensación del temor, acogiéndonos como comunidad y fortaleciendo círculos virtuosos de desarrollo. Para ello, son indispensables algunas certezas y principios. Primero, estar convencidos que las poblaciones de Chile, son mucho más que el tráfico que hay en ellas; segundo, que cualquier acción debe tener como protagonistas a los propios pobladores, a sus comunidades y organizaciones; tercero, que la articulación comunitaria –de la que muchos hablamos como respuesta– resulta injusto dejársela sólo a los propios vecinos, que ya bastante tienen intentando superar la precariedad multifactorial en que están insertos; cuarto, que esta articulación es un llamado como sociedad donde se requiere tener una mirada integral, más allá de la gestión estrictamente policial, que sabemos es muy necesaria.

Debemos tener principios que orienten la mirada y la acción. Desde ahí podemos, y debemos, enfrentar esta realidad como país en conjunto. Así, todas las contribuciones tienen un espacio y las podemos agradecer. La de los medios, cuando hacen visible las enormes necesidades sociales de nuestras poblaciones y las muestran como consecuencia de la exclusión. La de los empresarios y empresarias, que sabiendo que la caridad comienza donde termina la justicia, ofrecen sus aportes conscientes de la necesidad de salarios justos. La de un Estado fuerte que se hace responsable y destina todos los recursos en la búsqueda de muchas alternativas. La de la sociedad civil, de todos aquellos que trabajamos directamente con los afectados por la droga, las víctimas, los verdugos y los pobladores. Y como parte de la sociedad civil, en nuestro caso, queremos recuperar un legado, una tradición, una herencia: la de la Iglesia Católica que sabe que estas tareas esenciales sólo se cumplen estando cerca, escuchando, denunciando y trabajando por la transformación de esta realidad.

Destaque:
Etiqueta: Barrio crítico, narcotráfico, vi

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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