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Antídoto para la Democracia Cristiana

Por: Alexis Ceballos


Señor Director:

El domingo de las elecciones, tras el cierre de las mesas en todo el país, me encontraba en una oficina del tercer piso del comando de Carolina Goic Boroevic. En ese lugar, frente a un pizarrón, estaba junto a un grupo de camaradas escribiendo uno a uno los resultados del Servel de cada candidato a la Presidencia de la República. Por la ventana de la oficina de enfrente, se veía como los periodistas y simpatizantes empezaban a agolparse frente al escenario donde dos horas después, la candidata de la Democracia Cristiana anunciaría la derrota electoral con un 5,8% del escrutinio. Nos íbamos también enterando por los computadores como iban uno a uno perdiéndose los candidatos al Senado, a la Cámara de Diputados y a CORE. A las nueve de la noche se respiraba en el ambiente ese aire tan típico de la derrota, enrarecido, cortante.

A la mañana siguiente, estupefactos, nos desayunamos viendo a una disidencia sentada frente a la prensa exigiendo la renuncia inmediata de la presidenta del partido, en una apuñalada por la espalda que no la entiendo sino como la más inaceptable traición. Traición a la candidata del propio partido, por ende, lisa y llanamente, una traición imperdonable al partido. Por la tarde la senadora concurría a la sede central a presentar su renuncia, y lejos de la seriedad que debería haber representado, lo ceremonioso, aquello fue un espectáculo de barra brava, vulgar, ordinario, intolerable.

El fracaso electoral de la Democracia Cristiana constituyó simplemente un voto de castigo por parte de los ciudadanos, sumado a otros factores muy específicos, pero principalmente un voto de castigo a toda esa impresentabilidad política, a toda esa chabacanería. Y no fue un castigo a Carolina Goic, que desarrolló su campaña de la mejor forma posible en lo que a ella correspondió y de forma muy decente por lo demás, sino un castigo al partido, al clientelismo, la corrupción y la traición de sus propias cabezas visibles, de esa disidencia que puso la zancadilla a la candidata desde el primer día de campaña en todos sus distritos, incluyendo a sus lazarillos, públicamente, sin el menor atisbo de rubor. Mis propios camaradas… Indecente es la palabra. El atraso en proclamar a la candidata, la desigual disposición de recursos económicos para la campaña, pero por sobre todo el constante complot contra la senadora por parte de esa llamada “Disidencia” y de forma pública casi a diario en medios de comunicación fueron sencillamente la razón del fiasco en las urnas. Y lo hicieron a propósito, urdido y planeado, con maldad.

Es fácil (y muy cierto) imaginarse la cara de todos aquello que hicimos campaña por la candidata de nuestro partido, que estuvimos en la calle, que nos metimos la mano al bolsillo para colaborar a la causa, que sacrificamos parte de nuestro tiempo junto a nuestras familias para apoyarla. Una absoluta (y nueva) consternación. Cuatro días después, esa consternación ha cambiado y gran parte de la militancia ahora siente rabia. Las bases del partido, los militantes de a pie, están indignados.

La normalización interna de la traición ha llegado a un punto donde se ha vuelto imprescindible poner un freno, y donde el Tribunal Supremo, integrado por parte de esa disidencia, no solo no lo ha sancionado, sino lo ha promovido. Quien les escribe presentó hace meses una solicitud, a título personal, por la expulsión del tristemente célebre Ricardo Rincón. La respuesta fue un oficio emitido por ese tribunal donde se me informaba que mi solicitud había sido desestimada por no presentar pruebas. De esa manera, la mía se habrá archivado junto con otras muchas, permitiendo que estos días Rincón se haya dado no solo el grueso lujo de exigir junto a su hermana y otro par la renuncia de la candidata y presidenta de partido, sino también estrechar la mano del candidato por la Nueva Mayoría Alejandro Guillier. Los militantes estamos sencillamente indignados, y exigimos al Tribunal Supremo de la Democracia Cristiana que baje de una vez por todas a la tierra, porque la situación es insostenible. Insostenible al punto de estar motivando con su indecencia una renuncia masiva a la militancia, a nivel nacional. Y no es algo que me invente yo, sino lo que expresan los propios camaradas, sobre todo los más viejos, con décadas respaldando a un partido con personas, con nombre y apellido, que no han hecho más que desvirtuar la vida pública del Estado y de paso, ponerlos en vergüenza en su propia condición de militantes. En ningún partido se le obliga a nadie estar a la fuerza, es un acto voluntario. Pero ese acto voluntario no da derecho a ninguna clase de dirigentes a convertirlos en objeto de burlas indefendibles, porque sencillamente no hay como defender tamaña falta de respeto. Y no tiene más vuelta.

Las elecciones del 19 de noviembre no hicieron más que poner de manifiesto que los chilenos, sobre todos los jóvenes, están hartos de nosotros, los demócrata cristianos. Y tienen toda la razón. “Votaría por tu candidata” me decía la gente e incluso mis amigos y familiares “pero por la Democracia Cristiana, ¡Jamás!” y no una, sino incontables veces. Y tenían razón. Que el Frente Amplio (esa ensaladilla rusa que en realidad son ideológicamente hijos naturales de la misma DC) haya arrasado en las presidenciales y las parlamentarias con esa proporción inmensa de votos revela mucho: Que la nueva sociedad chilena sencillamente cambió el switch, y nuestros dirigentes no, y evidentemente, van a ser botados del poder con el poder tan inmenso de un sencillo lápiz grafito sobre una igual de sencilla hoja de papel. Todo ese grupo de jóvenes ansiosos han escuchado la voz de la ciudadanía, los han hecho participar además con un lenguaje nuevo, actual, millenial. Cool. Eso sucedió mientras que en la Democracia Cristiana, mi partido, se apuñalaba en un baño de sangre cual Cayo Julio César 44 años antes del nacimiento de Jesucristo.

Soledad Alvear publicaba hoy un artículo titulado Entre la pena y la preocupación, donde le pide a Dios hombres y mujeres con altura de miras, urgentemente necesarios. Una juventud de recambio que durante décadas los propios “príncipes” del partido (si se les puede a estas alturas llamar así) han procurado cortarles las alas, enterrarlos para perpetuarse en el poder. Eso mismo provocó que esos jóvenes emigraran hacia esa política “cool” del frenteamplismo, y les dio resultado. Ahora, proyectándose a futuro, juegan su porcentaje electoral contra Alejandro Guillier, al que al final probablemente terminarán apoyando pero manteniéndose como oposición a su gobierno, mientras la DC mira atónita, aún sin reponerse del batacazo. Esos chicos podrían haber estado en nuestras filas, porque son lo mismo que en su tiempo fue la Democracia Cristiana, es decir, un partido moderno y de vanguardia que hoy huele a nada, quizá a algo agrio, cítrico. Seré uno más en hacer el mea culpa, porque es necesario.

Hoy me solidarizo con todos los militantes de la Democracia Cristiana, con toda esa gente decente en todo nuestro país que hoy están indignados. Indignados con el trato a Carolina Goic Boroevic, indignados con el actuar de esos traidores que conocemos bien quienes son, indignados con la incapacidad del Tribunal Supremo para poner orden, indignados con el Consejo Nacional que han decidido un apoyo a Alejandro Guillier sin consultarnos, independientemente de que fuésemos a apoyarlo. Indignados por el trato displicente demostrado hacia las bases. Indignados con la orfandad. Así estamos todos: indignados. Demás está decirles cuál es el antídoto para el Partido Demócrata Cristiano, porque creo haber sido bastante claro. Solo me resta enviarles un abrazo muy fraterno a todos mis camaradas, decirles que tendremos la fortaleza y como afirma la ex canciller, también la altura de miras suficiente para impedir que una atrocidad como este circo romano vuelva a suceder y saber escuchar a la gente, pero escucharla de verdad. Y desde luego, enviar un muy cálido y fraternal abrazo a Carolina Goic Boroevic, porque fue un lujo para la Democracia Cristiana entera, a quienes las bases jamás traicionamos. Gracias infinitas a su valentía, que ha sido admirable.

Alexis Ceballos
Empresario, Ignaciano y Militante PDC
Partido Demócrata Cristiano de Chile

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