Publicidad
El rap de SQM Opinión

El rap de SQM

Modesto Gayo
Por : Modesto Gayo Sociólogo de la Universidad Diego Portales.
Ver Más


Mientras jóvenes de La Pintana ensayan un rap para los pobres, mientras tocan las pistolas de sus amigos y le pegan una piteada al cigarrillo de marihuana recién llegada, mientras se imaginan la vida de Pablo Escobar y las sangrientas revanchas de los carteles mexicanos, mientras admiran sus nuevas Adidas, observan un convoy del tren subterráneo sobrevolar sus calles despintadas y arenosas, el dealer en la misma posición de la calle cochambrosa que nunca mereció un nombre ni visita de autoridad alguna que le trajese algo de dignidad ficticia, vehículos de tercera mano o de bajo estatus recién traídos de la China Popular, un ruido incesante de camiones que atraviesan a velocidades prohibidas la autopista que está en la espalda de la población dividida por la modernidad de la inversión extranjera; mientras ven pasar camionetas con bienes para otros barrios, los anuncios se suceden en la tele e internet hace evidente todo lo que el mundo puede llegar a ofrecer; mientras piensan en los estudios no cursados, en los compañeros con historias fracturadas, en la forma de llegar de una policía que pareciese ser un cuerpo de ejército de otro país, en los negocios enclenques y enrejados, en edificios azules de ladrillo de mala calidad, en familias atrincheradas en sus viviendas para tres personas aunque viven veintitrés, en la feria del sábado del pimiento a cien pesos y todavía caro; mientras cuelgan zapatillas de los cables, caminan divagando, haciendo que utilizan las palabras como si fuese un juego sin narración ni sentido alguno para los demás; mientras ponen la bandera de su equipo al lado del emblema nacional, sueñan con mujeres estupendas, joyas en sus pulseras, autos deportivos, celulares del tamaño de un pequeño notebook, alfombras rojas y azoteas de departamentos neoyorquinos del Downtown bursátil.

Y todo quizás para nada, reducidos a su vida de sueños, secuestrados en un espacio artificial, una jaula invisible, un encierro con la libertad de pasearse mirando los escaparates de otros, negocios que no los invitan a pasar, mirando hacia otro lado, deben entenderlo, aprender las leyes del poder adquisitivo, de la renta disponible, de la desigualdad funcional, de la mala suerte involuntaria. Lejos está el barrio alto, las niñas de colegios privados, los helados de frambuesa orgánica con pedazos seleccionados de chocolate del Congo, los barrios frondosos, los planes para viajar a Miami.

[cita tipo=»destaque»]Y todo quizás para nada, reducidos a su vida de sueños, secuestrados en un espacio artificial, una jaula invisible, un encierro con la libertad de pasearse mirando los escaparates de otros, negocios que no los invitan a pasar, mirando hacia otro lado, deben entenderlo, aprender las leyes del poder adquisitivo, de la renta disponible, de la desigualdad funcional, de la mala suerte involuntaria. Lejos está el barrio alto, las niñas de colegios privados, los helados de frambuesa orgánica con pedazos seleccionados de chocolate del Congo, los barrios frondosos, los planes para viajar a Miami.[/cita]

Nunca fueron parte del interés de la prensa sino por su aparente propensión por delinquir. Nada supieron sobre quién se quedó las platas de Soquimich, quién se apropió el litio, cuándo el agua dejó de ser pública, por qué no se avanzó con un mejor reparto del botín de pesca, en qué partida de cartas las pensiones devinieron AFPs, en qué borrachera alguien firmó un documento que convirtió a las Isapres en una herramienta de política más potente que una red de hospitales públicos. Pero fueron quienes de componer un rap, el rap de SQM, y con él se subieron a un vagón de metro, y hablaron de los sueños de los marginados, de viajes del dinero a las islas del Caribe, de paseos por La Alameda, de actos de falsa contrición frente a la Iglesia de El Bosque, rezando el rosario en Las Lilas, de ciudadanos que levantan la mano para preguntarle al profesor, al dictador, al Presidente, a quién sea que está escuchando, si hay algún error, una equivocación enorme en todo aquello, si algún tornillo se cayó del engranaje en algún recodo de la historia, si algún enano se descarrió, o, por el contrario, todo está bien y, por eso mismo, la música que fluye de sus barrios es una forma de hacer lo correcto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias