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¿Eutanasia activa o muerte digna?

Por: Nelly Alvarado


Señor Director:

Hoy existe un clima favorable a la despenalización de la eutanasia activa, al valorar que es mejor la muerte que el sufrimiento inútil, pues la prolongación del proceso de morir -en el que el médico está implicado- puede llevar a una muerte difícil y angustiosa, con una alta posibilidad de que la aplicación de tratamientos empeoren la calidad de vida mucho más que la propia enfermedad (distanasia) y ésta sea una de las razones por las que se solicita la eutanasia activa.

La eutanasia se entiende como la intención explícita de acabar con la propia vida o la de otro, a diferencia de el “dejar morir con dignidad” a un enfermo terminal. El argumento que está sobre la mesa es el valor que tiene la vida humana, lo cual incluye el cuidado de su calidad y cómo las personas significan este concepto que se relaciona íntimamente con la forma de vida que han sostenido y las condiciones en las cuales su existencia ha sido llevada. Se trata de una cuestión de alta relevancia que no debiera ser determinada por un tercero en el momento final sino ser expresada en vida… en vida sana y plena.

En este sentido, la existencia de documentos como voluntades anticipadas representa un importante paso en el respeto a la autonomía de las personas-al permitirles decidir respecto a las actuaciones sanitarias que deseen o no recibir en el futuro. Se constituiría así un elemento coadyuvante en la toma de decisiones, a fin de conocer con más exactitud la voluntad del paciente cuando éste no se encuentre en condiciones de expresarla directamente en el momento de necesitar una determinada prestación. Esto indudablemente facilitaría la tarea del personal sanitario evitando eventuales apelaciones de conciencia personal o institucional.

También debe tenerse presente el concepto de futilidad, es decir “un acto médico desaconsejado por ser clínicamente ineficaz ya que no mejora el pronóstico o bien produce perjuicios personales o económicos”. El equipo médico puede caer en la obstinación terapéutica por motivos tales como: -el convencimiento acrítico de que la vida biológica es un bien por el que se debe luchar utilizando todas las posibilidades que la ciencia ofrece; -la adopción de medidas que contemplan más los aspectos científicos de la enfermedad que al enfermo; -desprecio del derecho del paciente a rechazar el inicio o continuación de tratamientos; -la angustia del médico ante el fracaso terapéutico y resistencia a aceptar la muerte del paciente ante la dificultad del pronóstico; -la exigencia de la familia que se haga todo lo humanamente posible, o incluso lo imposible. Esto implica definiciones como -por ejemplo- la suspensión o retiro de la ventilación mecánica para dar paso a la muerte -no producirla- y con ello precisar que no es lo mismo quitar la vida que permitir la muerte.

Un concepto coherente con lo antedicho y que es una de las dimensiones de la calidad en salud es la Adecuación, es decir prestar la asistencia debida a quien la necesita, cuando la precisa y aplicando el mejor conocimiento disponible. La Adecuación del Esfuerzo terapéutico debiera ser planteada a los pacientes una vez que el equipo médico llega a la conclusión razonada y fundamentada de suministrarle los cuidados correspondientes al análisis más completo de la inutilidad de las acciones terapéuticas que intentan mejorar el pronóstico, considerando los principios éticos de beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia. Esto implica estar en una condición de irrecuperabilidad y que se estaría retardando artificialmente una muerte inevitable. Así se promueve la proporcionalidad terapéutica, vale decir la existencia de equilibrio entre los recursos empleados y los beneficios.

Dado que el bien morir es un signo de humanidad, se trata de ayudar a vivir a quien está viviendo, lo que es distinto a impedir morir a quien está muriendo. El deber del médico respecto del enfermo es combatir el dolor y mitigar su sufrimiento, pero no lo obliga a prolongar la vida y su agonía por encima de todo.

Nelly Alvarado

Doctora, especialista Salud pública y Doctorando en Sociología, Universidad Diego Portales

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