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El circo legislativo de la cannabis medicinal Opinión

El circo legislativo de la cannabis medicinal


Durante las últimas semanas ha tomado relevancia en los medios y la discusión pública nuevamente el uso medicinal de la marihuana y los cannabinoides debido al Proyecto de ley “Ley de cultivo seguro”. El día 12 de mayo en este mismo medio, el señor Pedro Musalem nos plantea en su columna una exposición ordenada y muy entretenida de leer sobre la discusión en torno al uso medicinal y la aprobación legal del autocultivo con estos fines, criticando la incorporación al debate del Colegio Médico. Sin embargo, por muy interesante que sea, está plagada de errores y sesgos.

En los siguientes párrafos intentaremos exponer errores y omisiones parciales de información que pueden llevar a confusión a los lectores, entendiendo que el señor Musalem expone sus ideas con la mejor de las intenciones de informar a la población, pero entendiendo también que esto debe hacerse con prudencia. Por lo mismo, nuestro escrito no tiene como objetivo atacar ni ofender a la persona del señor Musalem, sino sólo hacer aclaraciones que nos parecen pertinentes y necesarias sobre sus dichos.

En primer lugar, aclarar que a pesar de que la marihuana tiene larga historia pasada respecto a sus fines y usos, como se plantea en dicha columna, esto no impide que este uso pueda traer asociados riesgos. El uso medicinal histórico carece de evidencia científica de la rigurosidad que hoy se considera imprescindible para tomar decisiones seguras. Por otra parte, la marihuana que se consume actualmente es muy distinta a la que se consumía siglos atrás, sobre todo en cuanto a las concentraciones de THC como CBD, sin hablar siquiera de los cannabinoides sintéticos que se venden en las calles y cuyos compuestos, una mezcla poco conocida y altamente variable, han llevado incluso a intoxicaciones graves.

En segundo lugar, el señor Musalem se equivoca al sugerir que por el hecho de contar el cerebro humano con receptores activables por los cannabinoides, entonces el uso de la planta se traduce en algo “fisiológico”. Con esta lógica, todos los venenos conocidos que afectan el sistema nervioso central serían fisiológicos, pues todos ellos cuentan con receptores que hacen posibles sus efectos dañinos.  ¿Acaso la cocaína y la heroína, entre otros, no ejercen su acción mediante receptores? La verdad de lo fisiológico y lo dañino no depende de su existencia, sino de la calidad e intensidad de la estimulación, así como de las modificaciones que esta estimulación produce en estos y otros receptores a largo plazo. La estimulación artificial con agentes externos al cuerpo, que generalmente es sostenida y más intensa, genera con el tiempo desregulación de dichos receptores, perdiendo su sensibilidad y con ello su acción natural, habituada a moléculas producidas por el propio cuerpo (las que sí son verdaderamente fisiológicas). Esta es precisamente una de las formas en que la biología explica la adicción. En el caso de la marihuana con concentraciones altas de THC y sobre todo en los cannabinoides sintéticos, las alteraciones producidas en el sistema cannabinoide fisiológico (receptores y endocannabinoides) es compleja y explica, en parte, el síndrome de abstinencia y el potencial adictivo de la marihuana y sus similares.

[cita tipo=»destaque]en su crítica a la participación del Colegio Médico y la fundación Epistemónikos en este proceso, cabe aclarar: 1) Epistemónikos hizo un análisis de cientos de miles de estudios en su revisión, de los cuales 21.706 se consideraron potencialmente elegibles y finalmente 777 se incluyeron. Por su parte la National Academies of Science, Engineering and Medicine (citada por la pro-cannabica Fundación Daya) hizo un análisis de 24.000 estudios, de los cuales 10.700 fueron potencialmente elegibles e incluyó 85 en su análisis final. Vale destacar que este último estudio declara que por tema de tiempo para realizar el análisis, restringió el período de tiempo de búsqueda, los idiomas y la cantidad de estudios analizados, sin aclarar los criterios usados para seleccionar estas limitaciones, a diferencia del análisis de Epistemónikos. 2) Independiente de este tramposo error en el que se puede caer asociando la calidad al mero número de estudios incluidos, la Academia Norteamericana de Ciencias de hecho no recomienda el uso medicinal de Cannabis. Sus autores así lo manifestaron explícitamente en el webinar realizado al publicar el informe, e implícitamente al no incorporarlo a sus recomendaciones. Ellos, responsablemente, manifiestan que no es del alcance del informe hacer esas recomendaciones. Por su parte, lo que sí recomiendan es que se estudie el tema de manera más sistemática y homogénea.[/cita]

Por otro lado, en su crítica a la participación del Colegio Médico y la fundación Epistemónikos en este proceso, cabe aclarar: 1) Epistemónikos hizo un análisis de cientos de miles de estudios en su revisión, de los cuales 21.706 se consideraron potencialmente elegibles y finalmente 777 se incluyeron. Por su parte la National Academies of Science, Engineering and Medicine (citada por la pro-cannabica Fundación Daya) hizo un análisis de 24.000 estudios, de los cuales 10.700 fueron potencialmente elegibles e incluyó 85 en su análisis final. Vale destacar que este último estudio declara que por tema de tiempo para realizar el análisis, restringió el período de tiempo de búsqueda, los idiomas y la cantidad de estudios analizados, sin aclarar los criterios usados para seleccionar estas limitaciones, a diferencia del análisis de Epistemónikos. 2) Independiente de este tramposo error en el que se puede caer asociando la calidad al mero número de estudios incluidos, la Academia Norteamericana de Ciencias de hecho no recomienda el uso medicinal de Cannabis. Sus autores así lo manifestaron explícitamente en el webinar realizado al publicar el informe, e implícitamente al no incorporarlo a sus recomendaciones. Ellos, responsablemente, manifiestan que no es del alcance del informe hacer esas recomendaciones. Por su parte, lo que sí recomiendan es que se estudie el tema de manera más sistemática y homogénea.

Por otra parte, una de las declaraciones que nos parece más importante cuestionar, es la visión dicotómica de la columna del señor Musalem sobre las posturas en relación a las drogas en Occidente. Plantear que existen por un lado el “prohibicionismo conservador” y por otro “la actitud abierta, de genuina curiosidad” como únicas posturas nos parece una mirada absolutista e ideologizada. Existe en la realidad un amplio espectro respecto a las políticas de enfrentamiento a las drogas, del cual, justamente, ambos extremos han demostrado ser poco eficientes en sus medidas.

El señor Musalem afirma que el proyecto de ley no autoriza el autocultivo, sin embargo el proyecto recientemente aprobado en la cámara de diputados busca modificar el Código Sanitario en su artículo 98 bis, de modo de modificar las regulaciones que la Ley 20.000 (que sanciona el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas), que en sus artículos 8, 9 y 50, hacen sobre la Cannabis y sus productos derivados. En este sentido, el principal cambio buscado es permitir que las personas siembren, planten, cultiven o cosechen Cannabis, con sólo la autorización de un médico a través de la receta médica, sin necesidad de la autorización por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). Vale destacar, que esto no cambia la posibilidad actual de cultivar, cosechar, procesar y comercializar productos derivados del Cannabis, lo cual ya está permitido por la legislación vigente, previa autorización por el SAG y el Instituto de Salud Pública (ISP). Con esto, se puede suponer que lo que busca el proyecto de ley es permitir el autocultivo cuando es por uso “medicinal”, lo cuál en la práctica, dada la imposibilidad de tener un sistema fiscalizador suficiente, se transformará en la posibilidad del autocultivo de la planta Cannabis para cualquier fin sin regulación alguna.

El señor Musalem plantea que el derecho al uso recreativo y espiritual debieran abordarse como un debate aparte del uso medicinal. Estamos de acuerdo con hacer esta separación de modo de transparentar los verdaderos objetivos perseguidos. Posteriormente plantea que estos usos (el recreacional y el espiritual), han sido amparados, entre otras cosas, por fallos de la Corte Suprema de justicia. Sin embargo, los fallos de la corte suprema no dejan sin sentencia a los acusados por amparar el consumo sino porque se estimó que la tenencia y el cultivo de cannabis tuvo fines de consumo personal y no fueron parte de la acusación o no fueron probados ninguno de los actos establecidos en el artículo 50 de la Ley 20.000, es decir, en resumen, que no se consumió ni portó en un lugar público (o abierto al público) y que no se consumió en un recinto privado, previa concertación para tal propósito.  Esto es importante, porque si bien estas sentencias de la Corte Suprema marcan precedentes para futuros casos, los fallos no se orientan al permitir, sino al no penalizar, lo cual tiene una connotación distinta, que vale la pena hacer notar.

Por su parte, visualizamos que el negocio de Fundación Daya, según se ha visto que ha resultado para la industria cannábica en Estados Unidos y previamente para la industria del tabaco, no es otra cosa que lograr bajar la percepción de riesgo en la población, lo cual inevitablemente va seguido de un aumento en el consumo y posteriormente, en caso de legalizarse, de ganancias económicas enormes para la industria cannábica.

Para ir finalizando: las redes sociales efectivamente se ven plagadas de exposiciones de casos individuales y experiencias personales positivas respecto al uso de cannabis y sus derivados. Pero pretender tomar este saber experiencial y darle la categoría de saber científico, que es el que debiese primar a la hora de tomar decisiones de salud pública, es un error garrafal. La ciencia justamente se caracteriza porque intenta identificar la realidad, aquella verdad que es independiente de las creencias personales. Y es sensato que la salud de la población dependa de la evidencia científica y no las ideologías o los saberes experienciales no extrapolables, valga la redundancia, a la población. Hacer lo contrario no es más que exponer a nuestra sociedad, y especialmente a los más vulnerables, como conejillos de indias a la espera de la producción de conocimiento que realmente avale el uso de la marihuana con fines medicinales. Esto puede ser ético con poblaciones seleccionadas, informadas y en ambiente de investigación científica sin sesgos significativos y previo análisis del potencial beneficio versus el riesgo por un comité de ética (en este caso, beneficios no probados o probadamente inferiores a los riesgos ya demostrados).  Sin embargo, en cualquier otro contexto, es descuidar y arriesgar el bienestar de la población. Lamentablemente, pareciera ser que el bienestar real de la población no fuera el argumento de más peso en este debate y peor aún, ninguno de los que finalmente deciden lo manifiesta abiertamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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