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Idiomas: Sexismo o Generismo Opinión

Idiomas: Sexismo o Generismo

Helios Murialdo Laport
Por : Helios Murialdo Laport Ph. D. Profesor emérito de Genética Molecular, Universidad de Toronto, Canadá. Miembro del Directorio de la Fundación Ciencia para la Vida, Presidente de la Corporación Altos de Cantillana.
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Sexo y género son dos cosas totalmente diferentes. Los seres humanos tienen los dos, el primero en varias partes del cuerpo, el segundo sólo en la substancia gris. El idioma castellano tiene solo género.

La palabra género tiene varias acepciones.

  1. Conjunto, grupo con características comunes; ejemplo: género Alstroemerias. 2. Clase a que pertenecen personas o cosas; ejemplo: género de amigos. 3. Cualquier mercancía de un comercio; ejemplo: género de clavos. 4. Cualquier clase de tela; ejemplos: algodón, lino. 5. Accidente gramatical que clasifica los sustantivos, adjetivos, pronombres y artículos; ejemplo: casa: femenino. 6. Grupos de manifestaciones literarias; ejemplos: género narrativo, género policial.

El género gramatical es un sistema que poseen algunas lenguas en que los elementos nominales de las lenguas son clasificados dentro de un número finito de clases, para las cuales generalmente hay reglas de concordancia. En castellano las palabras tienen género (accidente gramatical o clase nominal), característica arbitraria de los sistemas lingüísticos naturales, pero no sexo. Por eso que no puede ser sexistas, a lo sumo «generistas».

Así entonces, es dable preguntarse qué pasaría si en castellano (o español como, incorrectamente se ha dado en llamarlo en los últimos decenios), llamáramos al género (insisto, accidente gramatical) de las palabras con otro nombre. Inventemos uno: polaridad. Así, convencionalmente, las palabras, en vez de ser femeninas o masculinas, tendrían polaridad «aínica» u «oínica», según terminen en «a» o en «o». Las que terminan en «e», «o» e «i» tendrían polaridad neutra, [nótese que, en principio, no existe razón alguna para escoger «e» como vocal terminal neutra («perre») en vez de «i» («perri») o «u» («perru«)], mientras que las que terminan en consonantes tendrían polaridad múltiple, por ejemplo «el mar» o «la mar», o polaridad dictada por la costumbre, al origen etimológico o a la tónica, por ejemplo «la cárcel»: polaridad aínica; «el papel»: polaridad oínica.

[cita tipo=»destaque»]Cuando se dice «los niños son buenos para las matemáticas» se está incluyendo a seres de ambos sexos. Decir «los niños y las niñas son buenos para las matemáticas» es una aberración, es ilógico e irracional. Es similar a decir «los animales y las lagartijas necesitan comer», en circunstancias que las lagartijas son también animales. Aristóteles debe estar revolcándose en su tumba; acaba de enterarse que el siguiente silogismo ya no corre: «Todos los humanos son mortales. Todos los griegos son humanos. Por lo tanto, todos los griegos son mortales». Ahora hay que decir «Todos los humanos varones y todas las humanas son mortales. Todos y todas las griegas son humanos y humanas, respectivamente. Por lo tanto todos los griegos y griegas son mortales».[/cita]

¿Intentarían algunos movimientos feministas «despolarizar el idioma», en circunstancias que las palabras no tendrían género?

Hay palabras inclusivas (formalmente: no marcadas) aínicas, tales como «periodistas» y «dentistas» y oínicas, tales como «niños» y «todos». En ambos casos, si se quiere detallar el sexo de los componentes de cada grupo es necesario especificar. Aínicas: «los periodistas varones» y «las periodistas», «los dentistas varones» y «las dentistas». Oínicas: «los niños varones» y «las niñas»; «todos los niños varones» y «todas las niñas». El  hecho que la mayoría de las palabras oínicas sean generales conlleva el problema de la falta de especificidad. Para decir «los niños de este país son buenos para las matemáticas» refiriéndose a los niños de sexo masculino, habría que decir «los niños varones de este país son buenos para las matemáticas». En cambio, si se desea precisar esta habilidad de las niñas, basta con decir «las niñas de esta país son buenas para las matemáticas». Es decir, en castellano la polaridad aínica (formalmente: marcada) tiene la ventaja de ser más específica, ahorrando adjetivos.

Existen idiomas sin polaridad pero con movimientos feministas. En esos países los movimientos feministas no puede culpar al idioma de machista (¿polarizado?). Sus demandas van dirigidas a la igualdad de oportunidades, a que los salarios sean de acuerdo al mérito y no al sexo de las personas, a que a las mujeres se les escuche con la misma atención que a los hombres, etc. Nos estamos refiriendo a los países de habla inglesa, que no son pocos. En el otro extremo, existen lenguas con 10 o más géneros (clases nominales), como el Bantú. En este idioma los géneros se conocen por números, no mediantes adjetivos como femenino o masculino.

En contraposición, existen idiomas donde el plural se obtiene mediante el cambio de vocal al final de la palabra. Por ejemplo, en italiano. Singular: «uomo»; plural: «uomin»i. Singular: «donna»; plural: «donne». Singular: «persona»; plural: «persone». «Tutto», «tutta», «tutti» y «tutte» significa «todo», «toda», «todos» y «todas», respectivamente.  ¿Cómo se podría despolarizar este idioma? En dicho entendido, por ejemplo ¿Cuál sería el significado de «tuttu»?

Además, existen idiomas con declinación, la que altera la morfología de las palabras. El latín es el caso emblemático, pero entre los idiomas modernos con declinación (que varían en grado) están el alemán, el rumano, el griego, el islandés, el polaco, el ruso, e incluso el quechua, por nombrar algunos. No me imagino el desastre que ocurriría en esos idiomas si se alterase la última vocal de las palabras para adecuarla a peticiones antimachistas, que pretenden neutralizar la polaridad (o género) de las palabras. He aquí las diferentes morfologías (declinaciones) de la palabra «niña» en latín: «puella, puellam, puellae, puelli, puellas, puellarum». En ruso perro se dice «sobaka». (Pero sólo en el modo nominativo de perro y perra y en el genitivo de perra). La palabra adquiere diferentes morfologías, tales como: «sobaku, sobaki, sobak», dependiendo de la declinación (dativo, nominativo plural, acusativo, etc.). Cambiar los sufijos de estas palabras transformaría el latín y el ruso en marañas macarrónicas ininteligibles.

Cuando se dice «los niños son buenos para las matemáticas» se está incluyendo a seres de ambos sexos. Decir «los niños y las niñas son buenos para las matemáticas» es una aberración, es ilógico e irracional. Es similar a decir «los animales y las lagartijas necesitan comer», en circunstancias que las lagartijas son también animales. Aristóteles debe estar revolcándose en su tumba; acaba de enterarse que el siguiente silogismo ya no corre: «Todos los humanos son mortales. Todos los griegos son humanos. Por lo tanto, todos los griegos son mortales». Ahora hay que decir «Todos los humanos varones y todas las humanas son mortales. Todos y todas las griegas son humanos y humanas, respectivamente. Por lo tanto todos los griegos y griegas son mortales».

Ricardo de Querol, escribió en el diario español El País, en 2012: «Yendo más al fondo de la cuestión: ¿tener que decir siempre «los ciudadanos y las ciudadanas», no parece remarcar que no hay un único sujeto, sino dos grupos separados, que no forman un algo común? ¿No existe una identidad colectiva más allá del sexo o del género?»

El primer gran libro de la historia escrito en castellano, el Cantar del mío Cid, cuenta que a Rodrígo Díaz de Vivar lo recibieron en Burgos «mugieres e uarones, burgeses e burgesas». Desde entonces han transcurrido 800 años, durante los cuales el idioma evolucionó, simplificándose. Ahora se utilizan sustantivos generales, como «personas, burgueses». ¿Deseamos revertir 800 años de evolución?

En resumen, los idiomas nacieron para relacionarse y han evolucionado caprichosamente motivados por razones etimológicas, paradigmáticas y semánticas. Alterar el castellano, pretendiendo neutralizar el género de las palabras no contribuye a facilitar la comunicación en lo más mínimo y,  en cambio, lo vuelve más complejo, dificultando fluidez y comprensión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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