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Me duele el Instituto Nacional

Por: Adolfo Paúl Latorre


Señor director:

El Instituto Nacional privilegiaba el mérito y seleccionaba a sus alumnos mediante rigurosos exámenes, quedando admitidos muchos jóvenes provenientes de escuelas públicas, lo que contribuía significativamente a la movilidad social. El rechazo a la idea de legislar el proyecto de ley de Admisión Justa es “un portazo a las familias de clase media”, como bien dijo la ministra de Educación Marcela Cubillos.

Por lo anterior, por el clima de violencia que se vive en ese establecimiento educacional, como ex alumno y parafraseando a Miguel de Unamuno, me duele el Instituto. Me duele ver como el “primer foco de luz de la nación” se ha convertido en una luz mortecina a punto de extinguirse.

Durante los siete años que tuve el privilegio de estudiar en sus aulas (1953-1959) pude comprobar su calidad, su alto nivel de exigencias, su disciplina, su rigor académico, la categoría de sus profesores —que no solo nos entregaron instrucción, sino también educación, cultura, formación humana, y que nos enseñaron a pensar—, su fabulosa biblioteca, sus modernos laboratorios, el ambiente de respeto y la diversidad social de sus alumnos, lo que sumado a su lema motivador para lograr nuestros objetivos labor omnia vincit (el trabajo todo lo vence) nos permitió acceder, sin dificultades, a las mejores universidades y a llevar a cabo exitosas actividades empresariales o de otra índole, concretando así el sueño de superación que nuestros padres nos habían inculcado.

Lamentablemente, de todo lo anterior no va quedando nada. ¿Será posible recuperar la luminosidad del antiguo y prestigioso Instituto Nacional?

                                                Adolfo Paúl Latorre

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