Hace algunos días se realizó en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica el Seminario Discurso de Odio en el Contexto de las Redes Sociales, en el cual se presentaron enfoques académicos, legales, periodísticos y éticos sobre este fenómeno digital.
Esta iniciativa tuvo su origen en un episodio de odio digital contra Israel y los judíos, que se produjo tras un accidente en lancha en la zona de Torres del Paine, que el 23 de febrero de este año cobró la vida de tres mujeres israelíes adultas mayores.
En ese momento, mientras la prioridad era la atención de los heridos y sus familias, consolar a los deudos y repatriar los cuerpos, la Embajada debió enfrentar comentarios crueles y gratuitos por la muerte de tres personas inocentes, que simplemente hacían turismo y aportaban a la economía regional.
“Dos judíos más”, “Ni para jabón”, “Hitler lo aprueba”, fueron algunos de los comentarios posteados en redes sociales.
Pasadas algunas semanas de este incidente, la UC acogió la idea de hacer un seminario sobre la responsabilidad de los diversos actores institucionales respecto al discurso del odio, entendiendo que este fenómeno va mucho más allá del antisemitismo, afectando a diversas minorías y grupos sociales, como inmigrantes, mujeres, LGBT, agrupaciones de DDHH, empresarios, iglesias, y más.
Durante el seminario quedaron de manifiesto algunas frases muy significativas respecto de lo que significa el discurso de odio en estos tiempos: “Socava la cohesión social”, “se ampara en el cobarde anonimato”, “daña la libertad de expresión”, “es mucho más que el disenso por religión, raza u otros motivos”, fueron algunas de las apreciaciones de los expositores.
La discriminación, el racismo y la incitación al odio afectan directamente a las minorías, pero no son un problema de las minorías, sino de todos nosotros. Se trata más bien de un síntoma de mala salud del entramado social, ya sea acá o en cualquier lugar del mundo.
Por eso, las instituciones de Gobierno, los medios de comunicación, las empresas de tecnología, la academia, los líderes de opinión tenemos la responsabilidad de dar un uso adecuado a la libertad de expresión y a las múltiples oportunidades que ofrecen las plataformas digitales.
Es cierto que a veces la línea entre libertad de expresión y discurso de odio es tenue. Sin embargo, resulta evidente que la libertad de expresión debe usarse para profundizar la discusión de ideas, para promover el pensamiento crítico, para fiscalizar a personas e instituciones, pero no para denostar a las minorías y socavar las bases de la convivencia, porque esto puede generar un ambiente de odio e incitación, violencia e incluso terror.
Algo de legislación también es necesaria para contrarrestar este fenómeno digital, pero fundamentalmente se requiere de compromiso y trabajo de los distintos actores públicos, privados y de la sociedad civil.
Y para muestra un botón: Hace dos semanas, el Tribunal Supremo de Israel prohibió a dos candidatos ultraderechistas del partido Poder Judío participar en las elecciones del próximo 17 de septiembre por incitar al odio, específicamente a través de comentarios contra la minoría árabe.
En definitiva, un largo camino, que hay que recorrer con responsabilidad y compromiso social.