La situación actual de crisis multidimensional que vivimos, y que seguramente seguiremos viviendo por un buen rato como país y como humanidad en general, provoca ineludibles transformaciones en el mundo y en la capacidad que tenemos para percibirlo y otorgarle significado, por ejemplo, a través de conceptos. Esto no es algo nuevo, pues en general los contextos y las tensiones o disputas que se desarrollan en ellos son factores muy significativos para comprender los significados y sentidos de los conceptos fundamentales en uno u otro momento. Históricamente, estos procesos de disputa conceptual no han sido abiertos ni explícitos, lo que implica que en general no han existido fórmulas democráticas para construirlos.
El momento actual requiere posicionarse frente a cuestiones muy complicadas, como la contradicción entre el crecimiento económico y el combate a la crisis climática. Esto supone repensar las maneras en que nos comprendemos a nosotros mismos, a los otros y al mundo que nos rodea. Para avanzar en estos desafíos, resulta importante construir conceptos que viabilicen las transformaciones que imaginamos y necesitamos.
Un problema básico en esa línea, es que en el Chile actual solamente se reconocen como legítimos o normales ciertos modos de relacionarse con el mundo, es decir, de otorgarle significado y sentido a la acción humana dentro del mismo. Esto generalmente dice relación con formas de discriminación histórica y sus múltiples resabios que siguen operando hoy, lo que ha producido precariedad y minusvaloración en diversos sectores sociales y grupos humanos. Y, por lo mismo, muchos de los conceptos que usamos reproducen las jerarquías y el orden imperantes, incluso cuando luchamos en contra de ellos.
En ese sentido, es importante reconocer que el momento actual es una oportunidad histórica para comenzar a desplegar de forma ascendente procesos de transformación de la realidad en que vivimos. Pero también hay que saber que dicha apertura no va a existir por mucho tiempo. Por lo tanto, un primer paso esencial es entendernos cuando hablamos. Es que la única manera de cambiar en serio es mediante el trabajo y la acción colectiva que reconozca y luche por dejar de reproducir discriminaciones y violencias estructurales e históricas. Por eso, las definiciones conceptuales son tan importantes.
Para conseguir este propósito será necesario hacerse algunas preguntas de fondo, que en el marco de una Convención Constitucional que se declara en emergencia climática, se vinculan con cuestiones tan básicas como la relación entre humano y naturaleza, o la pregunta el futuro a propósito de unas consecuencias climáticas terribles que se ven cada día más cercanas. ¿Qué queremos dejarles a nuestros hijos e hijas, y a los que vendrán después? Esa, por ejemplo, es una pregunta mínima para reflexionar sobre el concepto de patrimonio para el Chile que viene.
La revuelta del 18 de octubre abrió una posibilidad para transformar nuestra realidad, y para eso tenemos que ser capaces de delimitar ciertas formas nuevas que nos obligarán a cambiar nuestra comprensión y relación con el mundo. Una de las posibilidades que entregan las discusiones que se vislumbran en la comisión de Conocimientos, Culturas, Ciencia, Tecnología, Artes y Patrimonios, es precisamente esa. Ponernos de acuerdo en que lo que ciertos conceptos clave pueden significar, así como también definir el modo en que se entraman con la multiplicidad de dimensiones para la acción estatal.
Como país debemos definir cómo seguiremos frente a las encrucijadas históricas que enfrentamos, lo que debe hacerse con toda la evidencia y con todos los saberes sobre la mesa. Construir conceptos comunes que nos permitan llevar a cabo estas definiciones de forma democrática y socialmente legítima es condición necesaria para avanzar en un sentido de profundización democrática, de emancipación humana y de respeto por la naturaleza. Nuestro esfuerzo en las próximas semanas debe tener un foco puesto en dichos procesos, que son elementales para las discusiones que vendrán.