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América Latina: ¿prioridad o urgencia? Opinión Crédito: Archivo

América Latina: ¿prioridad o urgencia?

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Latinoamérica –y Sudamérica en especial– vive momentos de precariedad política y económica, lo cual representa un particular desafío para nuestra diplomacia y nuestra inserción en el mundo. Por cierto, cuando el barrio está convulsionado, el primer capítulo ha de ser ordenar la propia casa, pero, junto con ello, asumir que a todos nos conviene construir un entorno realista de estabilidad. En ese camino, la diplomacia chilena debiera abocarse a la cooperación máxima en la solución de conflictos, en prestar sus buenos oficios –junto a otros países de la región– y no en agudizarlos o transformarlos en temas de nuestra agenda doméstica.


En todos los debates y análisis respecto a la política exterior del país, la relación con América Latina ocupa un lugar destacado. A veces para reafirmar, casi en un plan de principios, la voluntad de integración, según algunos; o más discretamente, la de reducirla a sus aspectos más mercantiles, según otros, que ponen sus apuestas más en el primer mundo occidental que en la región.

Pareciera que el debate se restringiera a idealismos integracionistas, por un lado, versus pragmatismos comerciales, por otro. Discrepo de ambas acepciones, pero no por razones ideológicas o principistas, sino por las concretas razones del realismo. América Latina es una de nuestras prioridades, dado que –nos guste o no nos guste– es el entorno geográfico en el cual nos desenvolvemos como nación desde nuestra Independencia. Con los años cambian muchas cosas, pero la geografía es una de las más tenaces.

Despejemos en primer lugar los objetivos básicos que debe cautelar nuestra diplomacia: en mi humilde opinión, adhiero a quienes sostienen que lo fundamental de la proyección exterior de un Estado es la de garantizar paz y soberanía, requisitos indispensables para avanzar en el desarrollo y la autodeterminación. En torno a ello se estructuran los Intereses Nacionales de todo Estado. No es por ideología, como creen algunos; ni por negocios, como piensan otros. Estados Unidos capitalista no dudó un minuto en aliarse con la Unión Soviética de Stalin para enfrentar a la Alemania nazi. ¿Dónde quedó la ideología allí? ¿El intercambio económico entre Alemania e Inglaterra y Francia en los años 30 detuvo el conflicto?

Ningún país se desarrolla en un entorno de inestabilidad, requiere de paz y estabilidad. Por tanto, lo que sucede en América Latina afecta directamente a nuestro desarrollo, como lo demuestra hoy en día el flujo migratorio ilegal, y fenómenos peores como el delito organizado y el narcotráfico. Escuchamos a menudo afirmaciones de que “América Latina es un continente de paz”, y se ejemplifica con la ausencia de guerras convencionales en el último tiempo. Pero es una manera edulcorada de ver la realidad. Es cierto, en la región no tenemos guerras convencionales ni recientes ni ad portas, pero estamos lejos de ser una zona de paz.

La principal amenaza es la inestabilidad política y social que afecta a muchos países. Polarizaciones políticas y regímenes que no son capaces de construir espacios legitimados para dirimir sus controversias. La inestabilidad política y social afecta la convivencia en los países donde se produce. Y por lo general esa inestabilidad se exporta, vía migrantes, vía contrabando, vía el surgimiento de zonas con escasa presencia estatal, ya sea en las zonas remotas de cada país, o al interior de las favelas y villas miserias que rodean las grandes urbes. En varias regiones de nuestro continente proliferan grupos irregulares de diferente motivación que emplean la fuerza y que, de paso, demuestran que no todos los Estados tienen pleno control de sus respectivos territorios. Todo lo anterior, sin descontar que la inestabilidad política propicia la emergencia de gobiernos autoritarios, sin descartar los populismos.

Agreguemos que, en el presente, este proceso de inestabilidad se potencia con las consecuencias de la pandemia y de la recesión que ha generado. Amén del descrédito de la política y los políticos.

Latinoamérica –y Sudamérica en especial– vive momentos de precariedad política y económica, lo cual representa un particular desafío para nuestra diplomacia y nuestra inserción en el mundo. Por cierto, cuando el barrio está convulsionado, el primer capítulo ha de ser ordenar la propia casa, pero, junto con ello, asumir que a todos nos conviene construir un entorno realista de estabilidad.

En ese camino, la diplomacia chilena debiera abocarse a la cooperación máxima en la solución de conflictos, en prestar sus buenos oficios –junto a otros países de la región– y no en agudizarlos o transformarlos en temas de nuestra agenda doméstica. Por cierto, asumir que el multilateralismo regional atraviesa por uno de sus momentos más bajos. Es obvio que ante el colapso de Unasur la respuesta no era construir otro intento de “alianza ideológica”, como ocurrió con el nonato Prosur. Pero eso fue lo que hicimos, junto al fallido afán por proyectar un “liderazgo internacional” que no tenía base alguna.

Sobre diagnósticos errados es imposible construir estrategias acertadas. Y sin definición de objetivos y prioridades, la tarea diplomática puede reducirse a un calendario de eventos y visitas, donde otros hacen prevalecer sus objetivos e imponen sus agendas.

La paz, la estabilidad y la democracia son objetivos indispensables para crear un entorno favorable a nuestro desarrollo. No es al revés, pensar que con el comercio entre privados se van a resolver los conflictos internacionales. Al recuperar la democracia, en los años 90, este fue un fuerte punto de discusión al interior de la Concertación, donde, por un lado, se conformó una opinión –especialmente en la Comisión Internacional del PS– de que era indispensable una prioridad latinoamericana para así asegurar la naciente democracia en Chile y en la región. Otro sector del oficialismo de entonces colocaba el acento en el comercio internacional y en la pronta firma de un TLC con EE.UU.

[cita tipo=»destaque»]Hoy en día, América Latina y sus desafíos son una urgencia más que una prioridad. Por cierto, en el marco de una visión global de la inserción internacional del país. Pero toda política global será insuficiente si no atendemos y ofrecemos respuestas viables a las urgencias de nuestro continente. Es una responsabilidad nacional, que debe ser asumida en toda su magnitud. Es, ante todo, una tarea de índole político-estratégica, de la más alta elaboración. Una tarea de Estado.  [/cita]

Por cierto, América Latina no agota nuestra proyección internacional, pero es el lugar natural desde donde nos proyectamos. Donde nos ven desde otras regiones del planeta. No podemos ni debemos hacer de la política regional toda nuestra diplomacia. Pero no la debemos ni subestimar ni menos tratar de negarla. Nada sacamos con tener buenas relaciones con otras latitudes si no construimos una presencia activa en nuestra propia región.

El idealismo en materia internacional también permea áreas colindantes, como es la política de defensa, donde en la última versión del Libro de la Defensa se llegó a afirmar que, dado que viviríamos en un continente de paz y donde predominaría la cooperación, Chile ya viviría exento de peligros y amenazas. Por ello, debía planificar su defensa sobre la base de capacidades, como lo hace el Pentágono. Agreguemos que EE.UU. es una potencia mundial que, dado que tiene tantos potenciales enemigos (Corea del Norte, Irán, otras potencias o Al Qaeda), tiene una “incertidumbre de amenazas”, es decir, no saben desde dónde puede provenir el próximo golpe. Por ello deben planificar conforme “capacidades”. En el idealismo utópico de quienes redactaron ese documento, Chile tendría similares condiciones a las que enfrenta Estados Unidos.

Nada hay más peligroso en materias del poder internacional, que confundir las ideas propias con la realidad y enamorarse de ellas. Otro idealismo que circula es el que, hoy en día, todo se arreglaría conforme a derecho. La realidad nos muestra que Chile ha vivido una demanda territorial en cada década y, aunque los fallos han sido disímiles, nadie podría decir que todo ya pasó. El fallo que puso fin a la demanda que nos interpuso Perú por el límite marítimo está aún pendiente, dado que dicho país a la fecha no ha cumplido con la obligación de homologar su legislación marítima con la legislación internacional. En Bolivia pasó el momento en que la demanda marítima era un tema del día a día de su quehacer gubernamental y estamos dando razonables y auspiciosos pasos de acercamiento. Pero en la Constitución boliviana sigue vigente un mandato irredentista. Por cierto, como Estado, no hemos sacado lecciones aprendidas del nefasto episodio de las “cuerdas paralelas” ni sobre el porqué de nuestro triunfo ante la demanda boliviana. El construir un entorno vecinal estable es uno de los principales desafíos de nuestra diplomacia.

La experiencia enseña que la mejor manera de resolver un desacuerdo es, en primer lugar, asumir que existe. Por el contrario, la peor manera de enfrentar un conflicto es negando su existencia. La diplomacia surge para construir puentes y soluciones mutuamente beneficiosas.

Todo lo anterior en materia de temas bilaterales, porque en los multilaterales nuevamente Chile necesita recuperar su rol de actor en la solución de los temas comunes. Cuánto nos ayudaría a todos hoy en día que, los países que lo concordemos, compremos conjuntamente vacunas, equipos y medicinas. No creemos un nuevo organismo para ello, usemos los que ya existen, o pidamos ayuda a la OMS. Cuánto nos ayudaría a todos reunirnos para enfrentar con criterios comunes el drama de la migración, con cargas repartidas conforme la estatura estratégica de cada país y respetando los derechos básicos de los migrantes, combatiendo a las mafias de trata de personas.

Hoy en día, América Latina y sus desafíos son una urgencia más que una prioridad. Por cierto, en el marco de una visión global de la inserción internacional del país. Pero toda política global será insuficiente si no atendemos y ofrecemos respuestas viables a las urgencias de nuestro continente. Es una responsabilidad nacional, que debe ser asumida en toda su magnitud. Es, ante todo, una tarea de índole político-estratégica, de la más alta elaboración.  Una tarea de Estado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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