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Leyenda

Pablo Flamm
Por : Pablo Flamm Periodista deportivo
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Hace un tiempo, vi la serie sobre su academia y de inmediato uno capta por qué su carrera ha sido como la ha escrito. Trabajador incansable dentro y fuera del court, con una mentalidad privilegiada, a veces excesivamente fría y computarizada, pero que para este deporte es clave y determinante.


“A un campeón jamás hay que subestimarlo”, escribió en sus redes sociales el más grande (según mi modesto punto de vista), Roger Federer, tras ser testigo de la hazaña de Rafael Nadal, al coronarse en el Abierto de Australia y lograr el título 21 de Grand Slam.

Y es que las cinco horas de juego en que estuvo el español demostraron, una vez más, la calidad sobrehumana del oriundo de Manacor, un tenista excepcional y que aún a sus 35 años sigue viviendo momentos de gloria.

Porque estaba dos sets abajo, ante una máquina rusa como es Medvedev. Porque venía de lesiones muy duras y que incluso lo tuvieron al borde de no poder jugar el primer grande de la temporada. Porque, siendo yo fanático de Federer y como mucho más, Nadal es un deportista inspirador, a tal punto que el tenista suizo tendría muchos más títulos, si no fuera por el hecho de que el mallorquín pudo imponer en varias finales, acortando las opciones de reinado del gran helvético, generando una de las disputas deportivas más atractivas de los últimos 15 años.

[cita tipo=»destaque»]Un guerrero, un sobrehumano, una especie única que no da pelota por perdida, que ganarle un punto es casi una épica espartana, porque vencer a Nadal es eso: una historia de sudor y sangre.[/cita]

Nadal es un deportista magnífico. Es una leyenda, no solo por los números y estadísticas que tiene en su palmarés, sino por ser un deportista altamente competitivo, que no se conforma con todo lo que ya ha ganado, sino que siempre quiere más y más.

Y escribo esta columna desde la más grande subjetividad, porque soy admirador a rabiar de Roger Federer, de esa clase y elegancia que tiene para jugar al tenis, sin embargo, es imposible no abstraerse de la calidad y categoría de Nadal. Un guerrero, un sobrehumano, una especie única que no da pelota por perdida, que ganarle un punto es casi una épica espartana, porque vencer a Nadal es eso: una historia de sudor y sangre.

Nadal no regala nada. Es un perfeccionista. No deja nada al azar. Hace un tiempo, vi la serie sobre su academia y de inmediato uno capta por qué su carrera ha sido como la ha escrito. Trabajador incansable dentro y fuera del court, con una mentalidad privilegiada, a veces excesivamente fría y computarizada, pero que para este deporte es clave y determinante.

Todas las portadas que se ganó son absolutamente merecidas. Tiene un gen especial, un ADN distinto y que solo se compara con los otros dos monstruos de esta era del tenis, como son Djkovic y Federer.

Rafa es un ejemplo para millones. No porque él quiera serlo, es por su obra. Una obra gigante y monumental. Una obra increíble, de horas y horas de esfuerzo. Nadal parece incombustible y más aún después de Australia. Es una leyenda viva y ese sitial nadie se lo podrá quitar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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