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Posiciones y pre-posiciones de los feminismos: ¿diferencias o desigualdades? Opinión Créditos: foto de Ailen Díaz / Agencia Uno

Posiciones y pre-posiciones de los feminismos: ¿diferencias o desigualdades?

Lorena Souyris Oportot
Por : Lorena Souyris Oportot Directora Magíster en Ciencias Religiosas y Filosóficas y directora Centro de investigación en religión y sociedad de la Universidad Católica del Maule.
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Pensar el 8 de marzo como una conmemoración y no como una celebración implica y compromete tomar posición. Ahora bien, me acopio al concepto posición —desde su inclinación hacia su pre-posición en sentido etimológico, esto es: como un “antes” (pre) y como un “colocar” (positio)— ya que es a partir de este sintagma conceptual donde podré pre-situarme para pensar los feminismos y sus posiciones discursivas respecto a la noción de igualdad y de diferencia. Para tal efecto, comienzo esta columna, primeramente, con una irrupción respecto al concepto de igualdad. Si bien, este concepto se encuentra afectado de anemia y malversado en su uso y abuso; lo cierto es que hay al menos tres maneras de otorgarle una responsabilidad política. Por una parte, que procure un pensamiento crítico; luego, que permita una posición para; finalmente, «colocar» en acto una no-relación «con» toda forma de dominación y de igualdad identitaria respecto a los determinismos de significados binarios que operan en los discursos hegemónicos a la hora de reflexionar sobre la igualdad entre sujetos del feminismo.

Desde esta perspectiva, entiendo por el enunciado “pensamiento crítico” una operación crítica (valga la redundancia) cuya fórmula proporcione, en sus vagabundeos y extravíos en el pasaje del estado crítico al acto crítico, un razonamiento en ejercicio de pensarse y de hacerse que, de modo similar, sea pre-posicional. Del mismo modo, y desde el punto de vista lingüístico, quiero indicar que es en las pre-posiciones «a» y «con» que esta columna se apoyará para reflexionar sobre los feminismos y sus posiciones, como así también, sus pre-posiciones emancipadoras, a propósito del 8 de marzo. Puesto que, en ambas pre-posiciones («a» y «con») se puede advertir la idea de «lugar» («a») y «posición»; como también, la idea de «relación» («con»).

Por consiguiente, cuando hablo de feminismos,  en plural,  no es para pensar la posición de una unidad identitaria distributiva, en la cual se inscribiría una igualdad de y «con» TODAS —como una suerte de «nosotras, mujeres» excluyente y exclusivo— sino, más bien, se trataría aquí de una distribución plural, es decir, de una economía de multiplicidades sin unidad y posicionadas en un sitio de «no-todas» que  «coloque»  un lugar («a») en escena dentro de una  relación entre y «con» los feminismos, afín de  mantener sus singularidades en una relación  no-relacional.

Dadas estas aclaraciones, sostengo pues que en el «pensamiento crítico» —en su ejercicio de pensarse y hacerse— se cree tener una apariencia de posición con relación a la cosa pensada, a la cual se le dedica un juicio que, en este caso, sería una postura crítica frente a los modos cómo se han legitimado los emplazamientos teóricos y sus praxis respecto a la noción de igualdad (igualdad ciudadana, igualdad formal y material, etc.) dentro de los feminismos. Sin embargo, esta posición está sólo en formación por lo que no está estrictamente formada (Irving, 2019), sino que está en proceso de darse-forma (Malabou, 2005) y esa forma está atravesada por una relación de apertura «con» lugares («a») intempestivos.

A este respecto, no hay una posición fija, sino lo que hay ahí es un posicionamiento de relaciones «con» y entre nuevos accesos de pensamiento y praxis, que se alejan de las ideas directrices para abrirse a una dimensión más coyuntural. Son los casos ocurridos en las diferentes revueltas feministas intempestivas a nivel mundial, las cuales han desencadenado formas de igualdad entre feminismos (Birnbaum, 2018) anudadas al anti-autoritarismo y a las tentativas de organizar políticas horizontales y oblicuas fuera de toda reproducción de jerarquías sociales y desde un enfoque diferente a aquella de la dominación.

En vista de esto, la dimensión crítica que comenzó a posicionarse tuvo y sigue teniendo una escenificación entre los feminismos en virtud de los cuales se ha inscrito y se mantiene aún, en este entre, la relación «con» los otros feminismos en sus singularidades y «con» la relación del Tú a Tú (Irigaray, 1990). En consecuencia, esto ha legitimado una política de la diferencia en su movimiento incesante de diferirse de la diferencia misma, es decir, del Yo diferido (no identitario) al Tú como un otro. De suerte que, esto supone que posicionarse estaría siempre por- venir y a-venir. Se trataría, pues, de un «antes», a saber, de una pre-posición que posiciona hacia un horizonte “en plus” (extra, desbordante) que desordena el nombre Universal de lo Uno fálicamente masculino y normativo. Por consiguiente, en tanto el pensamiento esté en acto de pensarse y de hacerse, él queda siempre pre-posicional; por ende, abierto a todas las posibilidades y relaciones.

En tal sentido, los esfuerzos suscitados en las diferentes revueltas feministas a nivel mundial han generado un modo de llevar a cabo la igualdad en su radicalidad (Birnbaum, 2018) logrando, así, una cierta convicción —en la capacidad que tiene el “pensamiento critico” de los feminismos— de acordar una importancia crucial a la fuerza de apertura de una sujeta política que se posiciona y habita la pre-posición desde una distancia frente a la identidad servil y de sometimiento. Todo ello, con el propósito de des-identificar y fisurar todas y cada una de sus asignaciones sociales.

El punto de arranque para lograr posicionar una sujeta política es, justamente, la idea de fisura, ya que agrietar cada una de las asignaciones sociales que han nombrado a las mujeres involucra una interrupción de las retóricas dominantes y dominadoras. En efecto, la violencia que aloja el orden significante del lenguaje patriarcal, sus entonaciones particulares, sus ritmos y sus flujos comprometen una política autoritaria y de poder que asienta la soberanía de lo Uno Universal en el corazón de nuestra relación con el lenguaje encarcelando, así, a la palabra en un cautiverio que no necesariamente es el suyo. Por lo tanto, es necesario admitir; por una parte, la peligrosa dependencia resultante de este cautiverio de la lengua que nos arraiga como una forma de violencia y; por otra parte, es menester crear las condiciones de una política de la interrupción que exija e insista traducir de otro modo la retórica patriarcal y sus cautiverios con el fin de poder liberarse de ella.

La urgencia social/política es, entonces, volcarse como una sujeta política hacia otro modo de vida que aquel de ser dominada y atomizada. Para ello se trata, pues, de posicionarse «con» relación a la apertura de toda alteridad de feminismos, es decir, pasar al acto crítico de un modo de pensar que piense los feminismos sin predicado. Con respecto a esto, creo necesario indicar que se debe activar un ejercicio de descentramiento, ejercicio que pasa por tomar distancia del tropismo que envuelve la clasificación de los diversos feminismos (blancos, no- blancos, interseccionales, decoloniales, etc.) pues se corre el riesgo que dicha taxonomía se vuelva una distribución racial como la medida de una tendencia política. Cabe preguntarse, ¿qué generan las oposiciones feministas formuladas en términos de blanco o no-blanco? Ellas producen, a mi juicio, una querella de los particulares en que el error necesario de la racialidad va de la mano respecto a la falsa ilusión que mantendría todo feminismo con predicado y que no hace sino disimular su “blancura”. Esto conlleva entonces a una vana tautología que se aleja, con gran velocidad, de toda subjetivación emancipadora. Más aún, en el campo estrictamente político, esta querella nos vuelve prisioneras de una oposición doblemente entrampada:  aquella entre las republicanas occidentales que pretenden ser las voceras de la Universalidad que asimilan a una política racista de Estado y los feminismos no-blancos que sitúan el concepto «Universal» al «enemigo», apropiándose de un concepto de «raza» que suscita, a lo menos, dos cargas. Por una parte, denuncia el falso Universalismo del republicanismo; por otra parte, artícula la racialidad como un nombre singular del Universal que pone en tela de juicio la emancipación para poner el acento, a mi modo de ver, más bien en la discriminación.

Visto las cosas así, es útil recordar este 8 de marzo como una lucha feminista la cual debe combatir el patriarcado, cuya ubicuidad esté fuera de todo centrismo. La apuesta será, entonces, formar un pensamiento crítico que se piense haciéndose entre feminismos sin predicado, estos son: blanco, católico, progresista, musulmán, afrodescendiente, colonial, proletario, decolonial, etc., sino que la tarea sea discernir y conceptualizar los feminismos liberando sus propios poderes de emancipación en su ejercicio de pre- posicionarse en sus diferencias y no en sus desigualdades. Desde este punto de vista, no basta con denunciar tal o cual feminismo «particularizado» para llegar a aclarar lo que hace del feminismo un Universal singular y heterogéneo a la particularidad; sino, más bien, cabría interrogarse ¿cómo los feminismos «con» relación y entre ellos pueden dislocar la lógica retórica del patriarcado, de lo superior y de lo inferior, de la estructura jerárquica de dominación sin homogeneizarse en una categoría social y en una determinación identitaria? Es, a partir de estas tomas de posición y en pre-posición desde las cuales podrían aparecer formas de diferencias, donde la igualdad sea «en plus», es decir, como una marca que es suplementaria del Universal patriarcal y no su complemento; que haga posible agujerear e interrumpir la ley del Todo para posicionarse en el “no todo” suplementario; que haga de la igualdad no sólo la no-relación al patriarcado, sino que se tome a la igualdad misma como de suyo una no-relación,  ya que se inscribe siempre en el entre sujetos;  sean éstos: hombres, mujeres, lesbianas, homosexuales, niños, etc., lo que hace de la igualdad misma la inscripción política, en el seno de su significado, de lo imposible de lo “unitario”.

Para concluir, es esta formula de la igualdad —inscrita como la imposible unidad/identitaria ; no obstante, abierta a la multiplicidad entre y «con» relación a la toma de posición frente a la no-relación al patriarcado— que advierto pre-posiciones de los feminismos en sus diferencias y no en sus desigualdades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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