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Neoliberalismo y violencia Opinión

Neoliberalismo y violencia


“Porque la luz es para siempre,

es para ti y es para todos,

Es una flor abriéndose hacia el sol.

Tus ojos son estrellas

Y tu pelo fuego suave,

Feliz el que te vea con amor”,

Eduardo Gatti, «La Francisca».

No es fácil escribir sobre un asunto que, aunque parte muy lejos, no deja de repetirse. Porque ha pasado tanto tiempo desde el 29 de junio de 1973, el día en que el camarógrafo y periodista argentino Leonardo Henrichsen Ferrari fue asesinado por un militar, durante el alzamiento conocido como el “Tanquetazo”, una acción sediciosa que contó con la complicidad de la derecha, y que sirvió de entrenamiento para el golpe de Estado que sucedería el 11 de septiembre de ese mismo año.

Lo impactante de ese hecho es que Leonardo grabó su propia muerte. Y uno quisiera que Francisca Sandoval, periodista de la Señal 3 de La Victoria, no corriera la misma suerte que Leonardo. La diferencia radica ahora en que el fascismo ya no necesita vestir de uniforme, sino que es un comprador compulsivo, un empresario de sí mismo o “emprendedor”, como nos gusta decir en Chile, en fin, una mutación antropológica (usando el término de Pier Paolo Pasolini) desencadenada por la sociedad de consumo del tecnocapitalismo contemporáneo.

Y no hay que forzar demasiado el análisis para advertir que quienes disparaban ese día no se reconocen como miembros de la clase trabajadora ni se identifican con sus demandas. Porque además el concepto de “clase” es inseparable de la alusión al comunismo, y “comunista” es cualquier programa que amenace el régimen de los privilegios. El neoliberalismo ha implicado una empresarialización de las relaciones humanas que es consustancial al gobierno global de las finanzas, masificando el acceso al crédito como mecanismo de inclusión que le ha permitido al bloque neoliberal de poder una acumulación de subjetividad funcional a su dominio.

La deuda, a juicio del filósofo Maurizio Lazzarato (2013), es la más eficaz tecnología de poder, porque implica también una relación consigo mismo (fundada en la culpa) que les permite a las entidades acreedoras evaluar y controlar moralmente el comportamientos de los individuos. Convertida en una condición transversal, en ella confluyen trabajadores formales e informales, comerciantes de pymes, estudiantes universitarios, profesionales, dueñas de casa, e incluso desempleados. Y mientras más se propaga la deuda a causa de la desigualdad, más crece la violencia social gatillada por la angustia, el miedo, la inseguridad y el deseo de mano dura.

Porque el neoliberalismo se nutre de las pasiones tristes, de los odios y resentimientos contra la vida. Solo ese tipo de afecciones promueven conductas fascistas en el ser humano, es decir, reaccionarias e irreflexivas, incapaces de acción, de inventar un mundo, de afirmar una singularidad, limitándose entonces a defender posesiones personales, si es necesario por las armas. Esto significa que los objetivos y el interés general definidos por el gran empresariado, siguen influyendo en una parte del pueblo chileno, cuya composición, lejos de ser homogénea, reviste un alto nivel de complejidad.

Por eso es tan triste lo que le han hecho a Francisca. Y tal vez por eso precisamente le han disparado, para silenciar a quienes se sublevan contra la lógica del dinero que coloniza todos los ámbitos de la vida. A quienes no renuncian a la convicción de que podemos vivir de otra forma, donde la vida en común y su potencia creativa, sea más importante que la propiedad privada y la ganancia personal.

En la génesis del neoliberalismo existe una alianza de carácter fascista entre oligarquía y grupos delictuales. Basta nombrar a Pinochet, Álvaro Corbalán o Manuel Contreras, e incluso al fallecido Osvaldo Romo, para advertir que el delito fundacional del neoliberalismo sigue golpeándonos cotidianamente, ahora ejercido por mafiosos que se apoderan de barrios completos y banalizan el mal que le generan a otros, justificándose a través de algunos medios de comunicación que dispusieron de sus recursos para permitirles defenderse, algo a lo que prácticamente nadie tiene acceso en este país, salvo la gente de fortuna (que es dueña de los medios) o las autoridades.

¿Qué decir de todo esto? La vergüenza es infinita. La voz de un criminal es rentable para el espectáculo, mientras Francisca lucha por aferrarse a la vida. El nombre de Chile vuelve a rimar con la palabra fascismo. He dicho “vuelve”, pero en realidad esa rima que se entona siempre desafinada, ensordecedora, como el ruido de los bombas cayendo sobre La Moneda para aplastar el sueño revolucionario, no se ha marchado nunca, como tampoco el sueño –aún vigente–,no cabe duda, pero también amilanado porque todo se ha tornado confuso después de padecer el horror de una dictadura del mercado que no parece terminar, y que ha marchitado nuestra inocente alegría.

Sí, porque la Constitución de 1980 legitimaba un proyecto que, sin embargo, se había impuesto a sangre y fuego y contra la rebeldía de todo un pueblo, sometido a torturas, secuestros, desapariciones, exilios. Chile está hecho de mucho dolor y sufrimiento, y esa fea violencia debe ser extirpada con coraje, sabiendo que nos enfrentamos al fascismo neoliberal que ahora camina a diestra y siniestra por las calles de aquella ciudad –como dice la vieja canción– acorralada por símbolos de invierno.   

En la espera, la esperanza, de que Francisca –como ocurrió con Leonardo–, no haya grabado su propia muerte. Y que el fascismo, con su crueldad y su odio, no pueda más que la dignidad de este nuevo pueblo que florece.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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