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Que la indiferencia de ayer sea la conciencia de hoy Opinión

Que la indiferencia de ayer sea la conciencia de hoy

Gerardo Gorodischer
Por : Gerardo Gorodischer Presidente de la Comunidad Judía de Chile
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Como dijo el pastor luterano alemán Martin Niemöller: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista”… el poema sigue con los sindicalistas, llega a los judíos y termina con: “Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”.

Este escrito, conocido universalmente, habla de la indiferencia.

La indiferencia que mostraron la mayoría de los 32 países que en la Conferencia de Evian (1938) expresaron su pesar por la situación de los judíos en Alemania, pero se negaron a admitirlos. La indiferencia de millones de personas que no quisieron ver los campos de concentración que se construían en las cercanías de sus ciudades ni de las fumarolas de los hornos crematorios.

Mucho antes de la Segunda Guerra, en 1915, Sigmund Freud lo dijo muy claramente “…… Allí donde la comunidad se abstiene de todo reproche, cesa también el control de los malos impulsos y los hombres cometen actos de crueldad, malicia, traición y brutalidad, cuya posibilidad se hubiera creído incompatible con su nivel cultural”.

El Holocausto es la muestra más patente de la asociación de estas variables.

Abstenerse del reproche al que alude Freud, significa —de nuevo— indiferencia. Pero este sicoanalista judío hace una tríada, sumando crueldad y nivel cultural.

Hoy enfrentamos un fenómeno que, desde otra dimensión, amenaza la vida humana y hace desparecer especies a diario. El cambio climático —que es de exclusiva responsabilidad de los seres humanos— amenaza la vida como hasta ahora la conocemos. Las palabras de Freud resuenan.

¿Nos reprochamos lo que hacemos nosotros, nuestros hijos, nuestras familias, nuestros amigos, en relación con el cuidado de los recursos naturales, del agua, de la tierra, de los bosques? Todo ello tiene los efectos que conocemos… o que queremos ignorar.

¿Reprochamos nuestra inacción ante el drama humano o el papel que tenemos en la lucha contra la desigualdad, la violencia de género, las dictaduras, los atentados, la falta de justicia, el negacionismo, la cultura de la cancelación y la negación del otro?

En todo esto, la indiferencia genera destrucción, maldad y odio.

Si Freud hubiera presenciado los horrores del Holocausto, diría que el nivel cultural de Europa, sus Nobeles, su arquitectura, se encontraron con la falta de reproche: la indiferencia a la que aludo.  Y ya conocemos sus consecuencias: la brutalidad, la crueldad de un régimen que creó la Solución Final casi sin contrapesos.

El judaísmo mandata que nos ocupemos de nosotros, y que eso permite dedicarse también a los otros: ¿Qué soy si no estoy para los otros?, se preguntaba el sabio Hilel. De esa forma, nos transmite un mensaje fundamental: tenemos una responsabilidad con los demás, y para eso, tenemos  que dejar de ser indiferentes.

Miremos alrededor, tomemos acción sobre tantas situaciones que pueden mejorar con gestos de conciencia. Que nuestro desarrollo cultural nos permita reprochar, como dice Freud, porque de esa forma se controla la crueldad del mundo en que vivimos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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