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El quiebre de la palabra Opinión

El quiebre de la palabra

Carmelo Galioto y Luis Manuel Flores
Por : Carmelo Galioto y Luis Manuel Flores Galioto es investigador postdoctoral,UOH. Flores es académico de la Facultad de Educación de la PUC.
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Vivimos un clima álgido, duro y hostil en Chile por el debate en torno al texto propuesto de nueva constitución Éste circula en la calle, entra en nuestras casas a través de las redes sociales y de los medios de comunicaciones más tradicionales también: parece que el acto de lectura del texto se ha vuelto la pieza central de la discusión pública.

En la Feria internacional del libro de Santiago de 2003 nos visitó el destacado filósofo Gianni Vattimo. En un tono solemne, inauguró su exposición afirmando: “No hay hechos sólo hay interpretaciones”. En efecto, aunque genere resquemores en los que aman la verdad que ellos mismos profesan, el “mundo humano” es un juego y, como diría Paul Ricoeur, un conflicto de interpretaciones. El lenguaje no es el idioma que hablamos, sino la condición en la cual habitamos el mundo. El vocablo logos, del cual deriva la palabra dialogo(s), procede del griego antiguo y no es posible traducirlo unívocamente.

Para Heráclito, el logos revelaba un sentido que hay que escuchar. Lo propio del sabio es escuchar al logos. (Frag N°50). Desde otra tradición, el Evangelio de Juan comienza su narración con este vocablo, traducido como Verbo y a veces también como Palabra. “Al principio era el Verbo, y el Verbo era Dios”. El logos remite al sentido, sobre todo de sí mismo y del otro, y entonces a la posibilidad de reconocimiento, La palabra dicha, no sólo en la Convención Constitucional de Chile, instaura, instituye, y constituye el mundo expresado por ella. Por eso las promesas se dicen en voz alta, y otras más formales, se escriben incluso delante de un notario: la palabra encierra una eficacia simbólica.

El texto constituyente en Chile, en lo que significa su consecución y génesis, es probablemente único en el mundo. Los elementos de inclusión de los pueblos originarios, y de paridad lo calificó de “bueno” incluso antes que fuera escrito. A la vez, ya el acto inaugural de la convención constitucional reflejó un quiebre de la Palabra: una electa a la convención se dedicó a “palabrear” a la ministra de Fe del acto inaugural del trabajo constituyente.

El diá-logos de la escucha y de la palabra se alteraron desde el comienzo y se activó una revancha y una ceguera de todos los grupos implicados en la redacción texto. Se trata de un quiebre que vivíamos hace rato, incluso antes del estallido social, y que seguimos vivenciando. Como observa Hannah Arendt, la violencia surge cuando la palabra enmudece.

La ceguera política puede tener formas opuestas en su concreción, pero coincidentes en la negación de la Palabra. De una parte, están los fundamentalistas, donde la “verdad” del texto constituyente se reduce a lo escrito (o no) literalmente. La palabra “casa propia” no está en el artículo 51, por tanto, se pone en cuestión la validez del derecho social a una vivienda digna, que afirma el mismo artículo. Por otra parte, están los intérpretes, no de lo que dice el texto literalmente, sino de lo que a ellos les gustaría que dijera, para justificar su opción plebiscitaria.

No hay hechos solo hay interpretaciones, pero si la interpretación “correcta” depende de un par de personas, evidentemente no estamos enfrentando solamente un problema hermenéutico, sino un problema político y democrático de proporciones. Un texto constitucional es algo interpretable jurídicamente y a la vez condensa valores y convicciones, adquiriendo un papel de cemento simbólico de un país. Es un texto político que debería acoger y a la vez expresar al conjunto de la comunidad política. De este modo, la Constitución no es solamente un texto cerrado en sí mismo, y que hay que saber entender desde la dimensión cognitiva, sino el medio que abre el mundo de lo posible que anhelamos y compartimos para Chile. Eliminar la tarea de la interpretación, siempre respetuosa del aspecto literal del texto, es un sinsentido. Es necesario remarcar la frontera entre interpretación legitima y falsedad, en una época repleta del recurso a las fake-news. Pero, se sabe, detenerse a distinguir cuesta tiempo y fatiga.

Cuidemos el texto, el contexto y la acción de tomar la palabra: merecemos y necesitamos una discusión pública más consciente y basada en un ingrediente básico para la convivencia: la confianza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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