Señor Director:
La idea de flexibilizar el currículum escolar me parece la mejor idea desde que la revolución pingüina hizo temblar al gobierno de turno. Algo que me pareció una brillante rebeldía que exigía, a sus gobernantes, aquello que consideraban justo o merecido. La posibilidad que sean los estudiantes, en mi opinión, es una mirada y son unos pasos en la dirección correcta. Podría ser una forma de admitir que no todos somos buenos para todas las áreas o que las personas tenemos distintos intereses en distintas direcciones. Lo que no deja de ser una obviedad que, al sistema, en general, y al educativo, en particular, poco y nada pareciese importarle.
Poder generar una flexibilidad de la educación sólo podría contribuir al desarrollo de personas más felices y satisfechas de sus doce años de obligatoriedad académica. Es decir, quitarle un poco de tedió que imparten las seis o siete horas (sin JEC) que deben pasar encerrados entre cuatro paredes, acompañados de otros cuarenta y cuatro sujetos que escuchan o trabajan en lo indicado por otro sujeto.
Pero, sobre todo, es una luz en medio de un túnel oscuro hacia una educación modular, en que cada actividad curricular es independiente de otras. Lo que significa que en un futuro “modular” -cercano o lejano- quien reprueba matemática en segundo medio no reprueba el nivel, sólo matemáticas y podría seguir cursando otras asignaturas, sin necesidad de hacer todo un año nuevamente. Incluso, se abre la posibilidad de generar nuevos espacios de reforzamiento particular dirigidos hacia el “contenido” o “habilidad” no logrados, para que, en un plazo de tiempo reducido, ese estudiante pudiese volver a ser evaluado para, en efecto, aprobar matemáticas en segundo nivel. Algo parecido a lo que pasa en algunos estados del País del norte y sus famosas clases de verano, periodo acotado en que se refuerzan los aprendizajes no-adquiridos, para luego mostrar el desempeño logrado (prueba, trabajo, presentación o mediante el instrumento que se estime conveniente).
Eso sería sin dudas una maravillosa noticia, en términos académicos. Darles un currículum básico durante los primeros años, desarrollar los conocimientos y habilidades que, para el país, sean básicos y necesarios en toda persona que habite el territorio nacional y sea una contribución para el mismo. Y, cuando inicien su enseñanza media, poder armar su propio currículum. Pudiendo hacerlo de manera gradual, como ocurre en algunos colegios de Estados Unidos e Inglaterra, en que son, precisamente, los último dos o cuatro años de escolaridad obligatoria en los años en que los estudiantes exploran distintas áreas del saber. Incluso tener la posibilidad de cursar clases de nivel avanzando, según sea el interés. Teniendo siempre como base: inglés, ciencias y matemáticas, en algunas zonas se añadiría sociales como asignaturas básicas, a las que se sumarían otras asignaturas, ya sea por créditos o por número de asignaturas mínimas por cumplir.
Bendito desafío que le hacen a una escuela acostumbrada, salvo excepciones, a repetirse año a año. Qué interesante sería poder implementar la formación modular en las aulas de cada establecimiento educativo del país. Qué sueño más maravilloso que cada sujeto pueda armar su currícula, partiendo de algunas asignaturas básicas, por supuesto. El punto en que entre ellas sí debería estar historia, si debiese estar educación física, si debiese estar filosofía, si debiese estar lenguaje, si debiese estar matemática, si debiese estar ciencias… entonces cómo.
No es fácil, no es barato. La idea es que cada asignatura se divida en módulos. ¡La clave de todo! Lo importante es establece cuales son los saberes mínimos, las habilidades básicas que buscamos que todos en el país sean capaces de dominar. Algo así como qué tipo de sujetos queremos en nuestro país o cómo deberían ser las personas de nuestra comunidad.
Lo concreto es que los pisos de cada saber debieran estar concentrados en los primeros años escolares de cada cual. Para la segunda parte de su estancia obligada en el colegio, toca profundizar y armar un currículum básico que permita un mayor alcance en esas habilidades. Pero también es importante respetar y fomentar la individualidad y los intereses que cada estudiante pueda tener. Por ello, la oferta debe ir más allá que simplemente las asignaturas que hoy vemos en cualquier colegio.
Por ejemplo, “lenguaje y literatura” (mí área), podríamos dividirla en una prima instancia entre lenguaje y literatura; luego podríamos ir más al detalle y lenguaje dividirlo en distintos cursos más pequeños, pero que profundizan un saber: argumentación, uso del lenguaje, sociolingüística, entre otras; literatura podemos dividirlo, también en distintos cursos: literatura contemporánea, literatura chilena, literatura gráfica, literatura contemporánea o lo que se nos ocurra. Y así con cada asignatura.
Es más, esto entrega la posibilidad de agregar muchas otras alternativas que no vienen incorporadas explícitamente en las asignaturas “tradicionales”. Traer de vuelta esas asignaturas que te enseñan a manejar presupuesto familiar, que harta falta hace en un país con unas tasas altísimas de sobreendeudamiento (75% de los hogares tienen deudas o sobre-deudas, según el Banco Central), implementar enseñanza que sean cotidianas a los estudiantes durante uno o dos semestres, como mucho.
Incorporar asignaturas que tengan que ver con aspectos relativos a la salud de las personas, desde la prevención, primeros auxilios o cómo funcionan los cuerpos. Explorar como la geometría está en todo lo que miramos o como el arte visual adopta diferentes formas y disciplinas para mostrarse. E incluso, abordar como las fake news conviven hoy con las noticias reales, sin mayor distinción… Esto abre un abanico casi infinito de posibilidades para tomar, mirar y hacer saberes.
Para los profesores, también se abre una Caja de Pandora. Podremos explorar y mostrar nuestros conocimientos y habilidades en otras áreas o desafiarnos al aprender algo nuevo, profundizar en lo que ya sabemos. Qué se yo. Es una hermosa posibilidad de dejar de ser el viejo de matemática o la vieja de castellano, la loca de arte, el rayado de música, el comunista de historia, etc. estereotipos que acompañan a la mayoría de los profesores.
El propósito de la educación modular va más allá de una mera (re)distribución de la curricula nacional, apunta a que cada sujeto vaya avanzando según su tiempo y habilidades. Pero también según sus intereses. Y, aunque falta mucho tiempo para que en Chile lleguemos a eso, nunca está de más soñar.
Es cierto, desde la Unidad de Currículum y Evaluación (UCE) del MINEDUC nadie ha hablado de la educación modular, sólo de abrir los últimos dos años de escolaridad, como en Inglaterra, para que los estudiantes formen sus propias currículas, junto a las asignaturas básicas, no quiere decir que desaparezcan esas actividades formativas. Creo que el miedo al cambio nos está pasando la mano ante un proceso que es inminente y que viene a intentar mejorar las posibilidades de jóvenes que hoy no las tienen. Pero, al final o al principio del día es una forma para que los estudiantes puedan experimentar saberes que, de otro modo, o no se habrían tocado o no se podrían profundizar por el exceso de contenidos que aún ahogan nuestro currículum nacional.
Si el modelo es exitoso o no exitoso, sólo el tiempo lo dirá.
Rocío Arriaza