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¿Elites o quintrales?

Por: Luis Oro


Señor Director:

El momento más esperado, sobreviene de sopetón el día menos pensado. Cuando ese día llega todo parece posible e imposible a la vez. Una vez que pasa la conmoción inicial, se comienza a separar la paja del trigo, se procede a distinguir el gatillo del proyectil y también los componentes de éste. Nunca se puede saber de manera exhaustiva cuáles son los motivos últimos (siempre son varios, quizá, infinitos) de quién o quiénes jalaron el gatillo. Tampoco se puede conocer cabalmente la complejidad del cúmulo de circunstancias que explican un comportamiento.

No obstante, es posible entrever algunos de los resortes que ponen en marcha la acción como, asimismo, explorar parcialmente la epidermis de algunas circunstancias. Y eso es lo que haré enseguida de manera tentativa.

Los chilenos tenemos una veta de mercachifle, aunque reneguemos de ella. Quizá no se expresa siempre en un materialismo y consumismo galopante, pero sí en cierta propensión a la avaricia, al rentismo y al comportamiento interesado. El neoliberalismo, como régimen económico, es una variante, entre otras, del capitalismo. Esa variante es la que está hoy en tela de juicio, no el capitalismo en sí mismo. Excepto, claro está, para los rancios que sienten nostalgias por vivencias del siglo veinte o bien para los futuristas que imaginan nítidamente un sistema inédito. En Chile no sólo son capitalista los grandes empresarios; también lo son, por ejemplo, una multitud de personas que invierten en bienes inmuebles con la expectativa de convertirse en rentistas.

Hay rabia contra el modelo —es decir, con el neoliberalismo—; porque, por una parte, no fue capaz de dar satisfacción a las expectativas de consumo y, por otra, porque exprimió hasta dejar exangües a quienes, precisamente, lo cargaban en sus espaldas y, al final del día, lo financiaban. Los grandes beneficiarios del modelo se transformaron en algo así como en un quintral. Es decir, en parásitos que profitan de la savia del árbol y que relucen en su cogollo —de manera impúdica y ostentosa— no sólo opacando su follaje, sino que además con riesgo de secarlo.

Los quintrales chilenos, arrebujados en su soberbia, han dado prueba de altivez y estupidez. Por cierto, ha quedado en evidencia que no tenían ningún interés en cuidar el árbol del cual se nutrían. Ni los empresarios ni sus chambelanes, los políticos, lo han cuidado. Por estos días ha quedado claro de manera absolutamente paladina que la derecha no tiene política ni políticos. Por una parte, confundió a la política con el marketing y, por otra, imaginó que un político era un gerente empresarial. Sojuzgaba, pero no dominaba. Ella se ha comportado, en el último tiempo, como un avaro inescrupuloso y mojigato. La ética pública ni siquiera la redujo a la moral de los negocios (que tampoco la tiene), sino que empecinadamente la redujo a cuestiones sumamente alejadas de la política como lo son los valores íntimos: aborto y cuestiones conyugales en su variante religiosa.

Pero la protesta no es sólo en contra de la derecha filistea, no es sólo en contra de Sebastián Piñera y su entorno. El reclamo es en contra de aquello que indebidamente llamamos la elite. Los que están en el cogollito del árbol, los quintrales, no ameritan ser calificado de elite. La gente que protesta pacíficamente, la gente decente, no sólo protesta contra Piñera y su gobierno, también despotrica contra los parlamentarios de todos los partidos políticos y también en contra de los miembros del Poder Judicial. Y, obviamente, en contra de quienes ocupan los sillones del directorio y de la gerencia en las grandes corporaciones, tanto del sector privado como del público.

Cuando el neoliberalismo expandió la racionalidad económica a todos los ámbitos del quehacer humano la existencia devino en cifras que debían calzar en una planilla Excel; en técnicas de marketing que inundaron la vida social; en exaltación de la productividad y de los saberes operativos en desmedro de las humanidades. Así la educación devino en ingeniería docente y las universidades en empresas. Asimismo, se procedió a glorificar la eficacia de la acción y el culto al éxito sin importar los medios para alcanzarlo. En fin, inadvertidamente, creíamos que avanzábamos en la civilización y nos estábamos sumergiendo en la barbarie.

Por eso no es de extrañase que la protesta pacífica, decente, sea opacada por los actos de violencia y de vandalismo. Éste no amerita ser calificado de protesta política, ni social. Es simplemente depredación. Ella no se dirige en contra del gobierno de turno, ni siquiera en contra del Estado, se dirige en contra de la civilización. Es la barbarie. Es un tipo de gente que no respeta las normas mínimas de la decencia. Es la bazofia del neoliberalismo.

Tanto el cogollito de derecha como el de izquierda perdieron el sentido de la realidad. De hecho, un sector de la izquierda —la relamida y remilgosa y también la buenista— se olvidó de las condiciones laborales de los temporeros, de los profesores, de los taxistas, etcétera. Esa izquierda comenzó a alucinar con esperpentos semánticos (si se debía decir: todos, todas o todes) e instauró nuevas Inquisiciones. Ese segmento de la izquierda comenzó a embriagarse, desde hace algunos años, con ideologías que producían las sociedades capitalistas avanzadas. Dijo, dogmática e irreflexivamente, que el lenguaje crea realidad; en ningún momento dijo que la realidad crea o modela el lenguaje. En fin, esa izquierda ultra progresista tiene el mérito de haber resucitado el pensamiento mágico, prerracional, alquímico.

Ese sector de la izquierda también tiene sus quintrales y sus quintralas. Algunos de sus integrantes han visto con buenos ojos la orgía de violencia que campea por estos días. Para justificarla dicen: “equis, es violencia”; con lo cual desestiman y, a la vez, legitiman la violencia física de la turba callejera.

Por lo pronto a esta crisis no se le ve salida. Hay un gran punto de diferencia con la crisis de los años ochenta. Hoy día no hay Iglesia. No hay ningún cardenal, ni obispo, ni cura que tenga autoridad moral para que pueda llamar al diálogo. De hecho, hoy en día no hay ninguna institución, ni persona alguna, que sea un primus inter pares. Actualmente no existe ninguna entidad que tenga autoridad (autoridad, no poder). Tampoco, por estos días, existe un poder común de temer. Es, ni más ni menos, que el mismísimo estado de naturaleza de Thomas Hobbes.

Luis R. Oro Tapia

Politólogo

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