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Chile ante La Haya: ¿cuál será nuestra versión de la historia? Opinión

Chile ante La Haya: ¿cuál será nuestra versión de la historia?

Catalina Gaete
Por : Catalina Gaete Periodista, magíster (c) en Medios y Globalización de la Universidad de Ámsterdam. Autora del libro "Vuestros nombres, valientes soldados: la brecha en derechos y privilegios que separa a civiles de militares"
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¿Cuál es nuestra interpretación de la historia? Las narrativas del pasado son parte constitutiva en la formación de las identidades nacionales, cuyos relatos suponen encontrar puntos comunes en las historias de personas diferentes, y muchas veces distantes. Chile es un interesante ejemplo de estas comunidades imaginarias, en donde personas separadas por más de 4.300 kilómetros de norte a sur se unen en torno a narrativas nacionales comunes. No obstante, estas narrativas no son naturales, sino que se construyen en un controvertido proceso que implica recordar y olvidar en igual medida.


Los medios chilenos han llenado horas y páginas comentando el uso (y aparente abuso) de la historia que ha hecho Bolivia frente a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Cuestionando la selección de palabras que describen la brutalidad de la Guerra del Pacífico, y haciendo eco irreflexivo de las declaraciones oficiales del canciller Ampuero, los medios chilenos titulan con el asombro de un ego ofendido y catalogan las intervenciones del equipo altiplánico como agresivas.

Los especialistas en materia de Derecho Internacional, como la profesora de la Universidad de Concepción Paulina Astroza (entrevistada para la señal digital de un periódico nacional), aseguran que Chile utilizará su tiempo de alegatos para responder no solo a los planteamientos jurídicos del equipo altiplánico, sino también para rebatir esta particular versión de la historia propuesta durante la exposición boliviana.

Sin embargo, ¿cuál es nuestra interpretación de la historia? Las narrativas del pasado son parte constitutiva en la formación de las identidades nacionales, cuyos relatos suponen encontrar puntos comunes en las historias de personas diferentes, y muchas veces distantes. Chile es un interesante ejemplo de estas comunidades imaginarias, en donde personas separadas por más de 4.300 kilómetros de norte a sur se unen en torno a narrativas nacionales comunes. No obstante, estas narrativas no son naturales, sino que se construyen en un controvertido proceso que implica recordar y olvidar en igual medida.

[cita tipo=»destaque»]La selección de acontecimientos históricos que dan forma a las identidades nacionales, y la interpretación que se sugiere para tales eventos, es muchas veces reprochada por ser un proceso que se hace “desde arriba”. Esta crítica es particularmente latente en países como Chile y otras naciones latinoamericanas, ya que la desigualdad aparece como un obstáculo formidable para una interpretación inclusiva de la historia. Qué duda cabe que la construcción de los relatos nacionales, de los emblemas y rituales “oficiales”, ha estado tradicionalmente vinculada a grupos privilegiados, relegando miradas más integrativas de las diversas interpretaciones que coexisten entre nuestros casi 19 millones de habitantes.[/cita]

La selección de acontecimientos históricos que dan forma a las identidades nacionales, y la interpretación que se sugiere para tales eventos, es muchas veces reprochada por ser un proceso que se hace “desde arriba”. Esta crítica es particularmente latente en países como Chile y otras naciones latinoamericanas, ya que la desigualdad aparece como un obstáculo formidable para una interpretación inclusiva de la historia. Qué duda cabe que la construcción de los relatos nacionales, de los emblemas y rituales “oficiales”, ha estado tradicionalmente vinculada a grupos privilegiados, relegando miradas más integrativas de las diversas interpretaciones que coexisten entre nuestros casi 19 millones de habitantes.

Y hoy estamos aquí, en la capital administrativa de Holanda, defendiendo una versión de la historia que se asumirá compartida y legitimada. Sin embargo, los esfuerzos de los gobiernos chilenos que han enfrentado el diferendo marítimo nunca han contemplado la reconstrucción participativa de nuestro pasado, en donde no solo prevalezcan narraciones oficiales, sino que estas se democraticen y diversifiquen con las interpretaciones de chilenos y chilenas de a pie, especialmente aquellos que sobreviven el día a día en grupos marginalizados. Este proceso, lejos de ser puntual y reactivo a la demanda de Bolivia, debe convertirse en una práctica del Estado chileno, en donde también se modifiquen participativa y cocreativamente los programas escolares y las políticas culturales.

De lo contrario, seguiremos siendo testigos de una preocupante arremetida nacionalista en redes sociales, que sin el rigor de una investigación empírica ya vislumbra una versión altamente militarizada de la historia, ensalzando las batallas sin ahondar en los escabrosos detalles que muchas veces mostraron nuestra falta de humanidad en la Guerra del Pacífico. Si bien el contexto histórico puede esgrimirse como un motivo suficiente para entender tales exabruptos, no se puede suspender nuestra perspectiva crítica, y la luz de la historia debe otorgarnos la humildad suficiente no solo para apreciar nuestro pasado sino también para condenarlo cuando así amerite.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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