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La gran falla: la ausencia de gestión política de gobierno Opinión

La gran falla: la ausencia de gestión política de gobierno

Hablamos de esa capacidad, ese talento de articular a distintos recursos, ideas y actores tras un propósito común para transformar las propuestas en políticas públicas en beneficio de los ciudadanos y, en particular, de aquellos que necesitan de la acción del Estado. Si eso no existe, las buenas ideas se transforman en malas y eso es el fracaso de la acción política. Se trata de no perder de vista el objetivo, de no perderse en lo accesorio, de evitar que contingencias alteren el curso de lo principal y que las anécdotas te obliguen todos los días a reaccionar, perdiendo el foco de la tarea.


Una de las críticas más reiteradas al Gobierno de la ex Presidenta Michelle Bachelet y en particular a su gabinete ministerial y la relación de este con los partidos de la entonces Nueva Mayoría, fue la precaria capacidad –especialmente en el segundo tiempo de su Gobierno– de gestionar adecuadamente sus propuestas programáticas, con una correlación de fuerzas y una masa crítica político-social que las asumiera, defendiera y aprobara. Esto se apreció claramente cuando importantes mayorías ciudadanas dejaron de respaldar promesas que anteriormente tenían una gran aceptación popular y, muchas de las iniciativas legislativas generaron discusiones al interior de la coalición y de los partidos que integraban el acuerdo.

Es decir, buenas ideas que partieron de un diagnóstico certero. Una sociedad que había avanzado mucho en amplios aspectos, en particular, su lucha contra la pobreza, enfrentaba las consecuencias de no haber abordado con similar éxito su carácter de desigualdad y abuso, producto de una abismante concentración de la riqueza.

La falla estaba en la política, esa capacidad de articular a distintos recursos, ideas y actores tras un propósito común, que era transformar esas propuestas en políticas públicas en beneficio de los ciudadanos y, en particular, de aquellos que necesitan de la acción del Estado. Eso que se ha dado en llamar «la gestión política», ese talento para procurar que las iniciativas de Gobierno se transformen en realidades sostenibles y apreciables por las personas.

De no ser así, las buenas ideas se transforman en malas y eso es el fracaso de la acción política. Se trata de no perder de vista el objetivo, de no perderse en lo accesorio, de evitar que contingencias alteren el curso de lo principal y que las anécdotas te obliguen todos los días a reaccionar, perdiendo el foco de la tarea.

Estos días hemos visto una reedición de esta ausencia de gestión política y a solo cinco meses del debut de este Gobierno. Luego de encuestas que reiteradamente indican una baja de la adhesión ciudadana al Presidente Sebastián Piñera y su gabinete  de más de 15 puntos, de un consenso sobre una crisis de expectativas y, lo peor, de señales poco auspiciosa en materia de empleo, remuneraciones y de incertidumbre ante el impacto de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el Gobierno intenta reordenar su agenda.

Para ello, recurre a una antigua alternativa, el cambio de gabinete. Sobre la base de la afirmación de que las cosas están bien, que se trata de pedir paciencia a la ciudadanía y disposición a los empresarios. En consecuencia el problema es comunicacional, se señala a los ministros proclives a las frases anecdóticas –Salud, Economía y Educación– y se procede al cambio. Dos se salvan, uno porque, ya intervenido, está haciendo conducta y, el otro, quién sabe. Tal vez, esto de invertir en el extranjero es técnicamente correcto y económicamente rentable. Pierde el porfiado, el que, a pesar de las advertencias en la misma mañana, insistía en los bingos.

[cita tipo=»destaque»]Salvo que el anecdotario se transforme en permanente, porque, cual sea el derrotero que se aplique, si no se acompaña de una adecuada gestión política, probablemente seguiremos asistiendo a crisis que se acentuarán por la conducción de los llamados a resolverlas. Ya la explicación de la inexperiencia no tiene validez, este es el segundo Gobierno democrático de la derecha en los últimos 10 años y, por ende, saben lo que es estar a cargo del aparato público con todas sus complejidades y posibilidades.[/cita]

Se intentó con el ajuste ministerial –un cambio y un enroque– enfrentar la crisis y salir airoso de la situación. Se trató de volver a tener la iniciativa en la agenda para materializar el propósito político de este Gobierno, para que los “tiempos mejores” empiecen a ser perceptibles por las personas y tengan como correlato un retorno a la mayoritaria adhesión ciudadana que este Gobierno instaló en sus inicios.

Pero vuelven las “anécdotas”, aunque esta vez en un tema mucho más sensible. Se trata del designado ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, quien duró solo 4 días en el cargo, producto de desafortunadas declaraciones hechas en un libro cuyo coprotagonista es el actual canciller Roberto Ampuero, en las que hacen referencias al Museo de la Memoria. Declaraciones, sin duda, injuriosas respecto de las víctimas y que lograron concitar una repulsa ciudadana desde las agrupaciones de DDHH, artistas e intelectuales, dirigentes políticos e incluso partidarios del propio Gobierno.

No se podría haber hecho mejor para generar una crisis mayor que la que se intentaba superar. Incluso ahora arrastra al ministro Ampuero, quien deberá explicar su participación en el mencionado libro y sus dichos en el texto, que son de un tenor similar a los de Rojas. Ambos dicen los mismo, en el mismo libro, en el mismo momento y con el mismo propósito. Para uno, el museo es un montaje; para el otro, es el museo de la mala memoria.

Qué decir del traspiés de los partidos de Chile Vamos, que defienden con particular devoción y no menos lealtad al ministro durante el fin de semana, explicando sus dichos y dotándolos de contexto, para que el Presidente ese lunes diga que no estaba de acuerdo con sus expresiones y decida cambiarlo.

Pero no se termina allí. Se designa en una de las subsecretarías del Ministerio de Salud a un médico –Luis Castillo– que aparece involucrado en la investigación del asesinato del Presidente Eduardo Frei Montalva, cuyo proceso penal está ya por terminar. La familia del ex Mandatario señala que el nuevo subsecretario fue parte del ocultamiento de los antecedentes de la autopsia por un largo periodo y que, por ende, no colaboró con la investigación penal del asesinato.

La decisión presidencial, con esta designación, constituye un agravio a la familia y también al Partido Demócrata Cristiano, que naturalmente pone en discusión su actitud colaborativa respecto de alguna de las iniciativas del Gobierno de Piñera.

La falta de gestión política ha transformado la esperada solución de la crisis en una mayor, cuyo desenlace aún no se percibe. Lo razonable es que, al menos por ahora, no habrá nuevos cambios y que el Gobierno se concentre en sus propósitos declarados: enviar las reformas comprometidas, como la tributaria, ahora, las pensiones en septiembre, es decir, se dedique a su empeño declarado y comprometido.

Salvo que el anecdotario se transforme en permanente, porque, cual sea el derrotero que se aplique, si no se acompaña de una adecuada gestión política, probablemente seguiremos asistiendo a crisis que se acentuarán por la conducción de los llamados a resolverlas. Ya la explicación de la inexperiencia no tiene validez, este es el segundo Gobierno democrático de la derecha en los últimos 10 años y, por ende, saben lo que es estar a cargo del aparato público con todas sus complejidades y posibilidades.

Sin embargo, pareciera que todavía no se tiene la noción de que las desprolijidades provocan daños al propósito relevante de cualquier administración y que la gestión política se transforma en relevante para el logro de los compromisos.

De no ser así, las buenas ideas se transformarán en malas ideas. Pero, cuidado, las malas ideas, aun con una muy buena gestión política, seguirán siendo malas ideas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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