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Después de la resaca dieciochera: construir un nuevo patriotismo Opinión

Después de la resaca dieciochera: construir un nuevo patriotismo

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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El conmemorar como día de la Independencia una fecha que no lo fue, da cuenta del particular sentido de construcción del patriotismo en Chile. Si se suma a esa fecha de la discordia el día después, el 19, el de “las glorias” de un Ejército que en su historia se ha dedicado más bien a defender intereses extranjeros –británicos primero y luego norteamericanos– y a eliminar a su “enemigo interno”, sea en su versión liberal, federalista, de “bajo pueblo”, frentista popular, “upeliento” o “humanoide”, en la adaptación ochentera de los martes de Merino y que hoy está dedicado a desfalcar al Estado, esforzándose por superar, a veces con éxito, a los “emprendedores” de los 80 estilo Sebastián Piñera y hasta a los propios actores políticos, cuyos casos de cohecho, soborno y otros, quedan empequeñecidos frente a “los originales” mecanismos de defraudación que hemos conocido en las instituciones que, en teoría, deben velar por el orden y nuestra seguridad.


Se va yendo septiembre, el «Mes de la Patria”, y junto con él, toda la parafernalia patriotera chauvinista que lo rodea, comenzando por la explosión de ese nacionalismo de fonda que poco tiene que ver con el verdadero sentido de la patria y del patriotismo como expresión de pertenencia a una comunidad nacional, que sería en este caso la chilena, ya con dos centurias sobre su espalda.

Por el contrario, ya la controvertida fecha de conmemoración –un acto de lealtad a Fernando VII– con que nuestra oligarquía rememora dicha celebración, aporta señales inequívocas sobre nuestro confuso proceso de construcción de identidad nacional y, por ende, del patriotismo.

Como se sabe, la Declaración de Independencia fue más tarde y de autoría de Bernardo O’Higgins, a quien la cofradía pelucona de la emancipación jamás le perdonó sus postulados meritocráticos y el sacrilegio del director supremo –lo apodaban también “el huacho Riquelme”– de abolir sus títulos de nobleza, menos aún soportar los rasgos bonapartistas del padre de la patria.

El conmemorar como día de la Independencia una fecha que no lo fue, da cuenta del particular sentido de construcción del patriotismo en Chile. Si se suma a esa fecha de la discordia el día después, el 19, el de “las glorias” de un Ejército que en su historia se ha dedicado más bien a defender intereses extranjeros –británicos primero y luego norteamericanos– y a eliminar a su “enemigo interno”, sea en su versión liberal, federalista, de “bajo pueblo”, frentista popular, “upeliento” o “humanoide”, en la adaptación ochentera de los martes de Merino y que hoy está dedicado a desfalcar al Estado, esforzándose por superar, a veces con éxito, a los “emprendedores” de los 80 estilo Sebastián Piñera y hasta a los propios actores políticos, cuyos casos de cohecho, soborno y otros, quedan empequeñecidos frente a “los originales” mecanismos de defraudación que hemos conocido en las instituciones que, en teoría, deben velar por el orden y nuestra seguridad.

Ese Ejército que este 19 de septiembre, en vez de pedir disculpas a la patria por los hechos ocurridos, se fuga hacia adelante escudándose detrás del impecable rol de las mujeres en el desfile recién pasado.

[cita tipo=»destaque»]Bueno, empezando por reconstruir nuestras historias patrias que, como bien lo señalaba Colmenares, “con toda su seriedad acartonada, brinda un blanco fácil a la ironía” y que a cualquier observador externo “le parecerían el pretexto de ceremonias y rituales exóticos o un escaparate de bibelots disparatados y decrépitos”, donde “la ficción quiere revelar la carcoma que roe las figuraciones de la historia. Y de paso busca recobrar una historia más auténtica”, que dé cuenta de la construcción de un Chile más plural en que cada hombre y mujer, independientemente del rango social que ocupe, cada geografía, toda diferencia sea reconocida como parte de nuestra patria. [/cita]

La historiografía dieciochesca 

Decía Germán Colmenares, en Convenciones contra la culturaque la historiografía hispanoamericana del siglo XIX–que se concentró ante todo en la reflexión sobre el proceso independentista, pues había que construir nada menos que la idea de nación y del patriotismo– sigue siendo enormemente influyente aún en nuestro tiempo.

Principal resabio de esa concepción dieciochesca del ser, en nuestro caso “chilenos”, son las vagas y débiles ideas sobre el concepto de nación, un confuso y pobre relato, aún de nuestras elites, sobre el patriotismo y la exaltación, como consecuencia de lo anterior, del mito guerrero. Ideas fáciles de calar en un pueblo esquilmado hasta la saciedad y sin historia y con una oligarquía que siempre se ha reconocido en modelos europeos, carente de identidad propia. Ayer los ingleses de América del Sur, hoy los leones de Sanhattan.

De allí la necesidad de recurrir –hasta caer en el abuso– a las batallas (sin gloria), la exaltación, a veces grosera, y sin ningún sentido de la realidad, del mito de los héroes patrios –guerreros– y construir con ambas una versión bien elemental del sentido del patriotismo.

La lógica consecuencia de la operación anterior fue, sin duda, la confusión sobre el concepto de patriotismo que enarbolamos en efemérides como esta, donde más que resaltar un patriotismo moderno y más racional, continuamos, por el contrario, recurriendo, una y otra vez, solo a la simbología heráldica de nuestros baluartes patrios, mientras que, por el lado, nuestras elites venden a diestra y siniestra recursos, empresas, servicios de naturaleza públicos.

Un patriotismo de pacotilla

Por lo anterior es que no podemos pedirle peras al olmo. Y es lo que explica que, en vez de reflexionar sobre el verdadero sentido de estas fechas –lo cual tampoco significa ponernos graves–, no se vea en torno a ellas sino la exaltación de los símbolos patrios –¿se acuerdan de las banderas del Bicentenario?–, ahora por todas partes: ya casi no hay avenida significativa de cualquier pueblo que no esté cubierta del pabellón patrio de extremo a extremo; banderas chilenas recubren también carrocerías de vehículos y espejos retrovisores. Y ya más de algunos ensayan festejar tamaña conmemoración con ropa interior con el rojo, azul, blanco y la estrella del emblema nacional; la proliferación de desfiles que agotan; de bandas escolares que, con mucho entusiasmo pero con poco talento, repiten hasta el cansancio marchas e himnos militares; fondas que son verdaderos mercachifles donde ya casi no queda nada (salvo emborracharse hasta caer) de ese espacio tradicional de celebración popular, ni siquiera en sitios tan emblemáticos y originales como el cerro de Lima en Chépica, hasta donde ha penetrado ya, con mucha fuerza, el mercado dieciochero.

Porque, digámoslo sinceramente, la fonda neoliberal de hoy no pasa del choripán, el anticucho y el terremoto; ni hablar de la cueca que solo cobra vida entre los patriotas exclusivamente durante este mes y en las mismas versiones que escuchamos desde nuestra primera infancia, cuando eran entonadas por nuestras abuelas, para pasar ya en octubre a mejor vida.     

El patriotismo de septiembre es un patriotismo de carrete, de mall (¿quién no se viste ahora de huaso o china producidos?), de masa.

Ese que deja toneladas de basura en los parques dispuestos para ello, que inunda la carretera y las avenidas de autos locos dejando 36 muertos; que anega la 5 sur de papeles, envases de todo tipo y, por supuesto, de botellas. Ríos y playas tampoco se salvan del patriotismo por estas fechas.

Ese patriotismo chauvinista es el que hay que empezar a combatir con todas nuestras fuerzas.   

Concebir un nuevo patriotismo

Bueno, empezando por reconstruir nuestras historias patrias que, como bien lo señalaba Colmenares, “con toda su seriedad acartonada, brinda un blanco fácil a la ironía” y que a cualquier observador externo “le parecerían el pretexto de ceremonias y rituales exóticos o un escaparate de bibelots disparatados y decrépitos”, donde “la ficción quiere revelar la carcoma que roe las figuraciones de la historia. Y de paso busca recobrar una historia más auténtica”, que dé cuenta de la construcción de un Chile más plural en que cada hombre y mujer, independientemente del rango social que ocupe, cada geografía, toda diferencia sea reconocida como parte de nuestra patria. 

Que ella sea el soporte de un relato más plural y colectivo sobre la construcción de nuestra identidad nacional que reemplace a un puñado de héroes de mala muerte, de batallas sin gloria, de ejércitos sin honor y de una elite rentista, floja y trasplantada.

Si ello llegase a ocurrir, estaríamos sentando las bases de un nuevo patriotismo: uno que ponga énfasis en amar y respetar a nuestra tierra y su geografía; en cuidar nuestros recursos, donde reconozcamos a los emprendedores y no a los especuladores; donde premiemos la meritocracia y no la pertenencia a “redes de influencia”, un patriotismo que ponga como valor central la honestidad en la función pública, en que se valore el hacer bien las cosas, donde se reconozca la buena ciudadanía, los valores republicanos.

Si ello alguna vez ocurriera, la patria no solo existiría en septiembre, o se restringiría al 18, o para los partidos de alguna selección. Les aseguro que, en esa patria, esos patriotas nunca elegirían, por ejemplo, al Presidente que tenemos.       

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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