La comparecencia ante la justicia del primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu repuso en el escenario de ese país el difícil destino del veterano líder derechista, cuya figura se ha visto desacreditada no sólo por los tres cargos de corrupción, sino por un largo récord de 13 años a la cabeza de su Gobierno, durante los cuales se estancaron las negociaciones de paz, aumentó la violencia en los territorios ocupados y se elevaron las recriminaciones internacionales a su política de seguridad fronteriza.
En el plano doméstico, Israel es un país próspero pero desigual. Brilla en el medio oriente por sus innovaciones tecnológicas, su contribución al desarrollo sustentable, su poderío militar, un PIB percápita de 42 mil dólares y un crecimiento en torno al 5%. Pero también destiñe por el 20 por ciento de población que vive bajo la línea de la pobreza y una brecha creciente en la distribución de ingresos.
A pesar de la derrota de Netanyahu en los comicios del 14 de septiembre, el Presidente Reuvén Ravlin sorprendió al encargarle la formación del nuevo gobierno hebreo a esta figura emblema de los halcones de la potencia militar y tecnológica del Medio Oriente, que sucumbió por una estrecha desventaja ante el líder centrista liberal Benny Gantz, cabeza del partido Azul y Blanco.
Según algunas interpretaciones de la prensa local, la verdadera intención de encomendarle la formación del Gobierno a Netanyahu no es su continuidad en el poder sino la paliza mortal que le asestará un segundo fracaso en las negociaciones, con la consiguiente oportunidad de formar un gobierno de gran coalición entre el Likud y el partido de Gantz, sin la piedra en el zapato que representa Bibi, como se apoda al actual primer Ministro.
La inclinación de Ravlín a favor de Netanyahu tuvo su origen en la retractación de una minoría islámica de la coalición árabe que al principio de las negociaciones post electorales había apoyado al ex general Gantz como futuro Primer Ministro, con el no despreciable peso de una bancada que creció de 10 a 13 escaños y que representa al 20% de población de Israel. La decisión original de los políticos árabes fue alinearse con el bloque de centroizquierda para darle mayoría parlamentaria a Gantz. Sin embargo, tres de sus 13 diputados dieron pie atrás, inclinando la balanza de escaños a favor de la coalición de la derecha y los ortodoxos.
¿Qué detonó ese cambio de decisión? Algunos creen que el endurecimiento del conflicto interno y regional, que presiona por retomar la tradición abstencionista de los israelíes árabes en la formación de gobiernos en Israel. Otros, que sería una señal del establishemente judío, proclive a la mano dura para cumplir sus compromisos con EEUU. Lo cierto es que más bien parece una simple jugada de política doméstica para sacar del juego a Netanyahu.
Aunque es evidente que la tensión en el Golfo pérsico ha escalado a tal nivel en la agenda internacional, que el desenlace en las negociaciones para un futuro gobierno en Israel no cambiará en nada la crucial incidencia del país hebreo en la relación de fuerzas que tironean la Región. El irrestricto apoyo israelí al eje sunita liderado por Riad une a los partidos punteros en las elecciones de septiembre, el derechista Likud y el centrista opositor, Azul y Blanco.
Así, el destino más probable para el régimen hebreo es una rotación de Ganzt y algún líder del Likud en la primera magistratura, basada en un acuerdo de gran coalición, que deberá superar diferencias importante sobre la captura del Estado por los judíos ortodoxos, además de algunas discrepancias menores en torno a la política de ocupación en Cisjordania y Franja de Gaza. Sin embargo, ante la disputa sunita-chiíta del Medio Oriente no existen matices entre el ex jefe militar que lidera la alianza bicolor y el poderoso nacionalista del partido Likud en el poder. La irrestricta defensa de la hegemonía saudí resulta clave para la supervivencia israelí.
Quien sea que dirija el Estado judío tendrá que hacerlo con unidad nacional interna, porque el país se juega su seguridad en la contención del radicalismo islámico Iraní y de las guerrillas antisionistas que se le asocian a Teherán en las fronteras con Siria -donde opera la Yijad Islámica-, El Líbano -sede de Hisbolá- y la Franja de Gaza, donde gobierna Hamás.
Pero Israel también se juega agudizar o morigerar su descrédito mundial por la intransigencia frente a los sectores moderados del pueblo palestino, que coinciden con la izquierda israelí en la necesidad de avanzar hacia el cumplimiento pleno de los acuerdos de Oslo y la coexistencia pacífica del Estado judío con un Estado Palestino por el que claman los 4 y medio millones de ciudadanos confinados a la ausencia de soberanía plena y precarias condiciones de vida en Cisjordania y la Franja de Gaza.