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La cuarta guerra servil


Las “Guerras Serviles” fueron una serie de revueltas de esclavos durante la República Romana, entre los siglos II y I a.C. La más famosa de ellas fue la última, denominada Tercera Guerra Servil, la que fue liderada por el inmortal guerrero Espartaco. No obstante la justicia de la rebelión en contra de la esclavitud, las Guerras Serviles no pusieron fin a esa inicua institución, la que perduró por casi dos milenios.
La profunda crisis social que vive Chile actualmente evoca esos levantamientos en contra de la injusticia, aunque no porque se trate de una verdadera “guerra”, ni de un “estado de sitio”, como equivocada y desafortunadamente lo ha expresado el Presidente de la República. Antes bien, existe una semejanza entre los esclavos alzados contra la República Romana y las personas que se han movilizado en Chile. En ambos casos se han intentado romper los grilletes de la opresión de la necesidad material. Separados por dos mil años de historia, esclavos y consumidores se han encontrado en este alzamiento general. Los ciudadanos, sin embargo, no forman parte de este cuadro.
En efecto, las protestas actuales en Chile no corresponden a un “movimiento ciudadano”, como se les ha caracterizado en los medios de comunicación, por la sencilla razón de que las causas que se han enarbolado no son aquellas propias del colectivo de los libres e iguales que conocemos como ciudadanía.
Más bien, se trata de reivindicaciones vinculadas con el consumo material, con la nuda vida o la vida corriente, con necesidades que todos los seres humanos nos vemos en situación de tener que satisfacer en algún momento: transporte, salud, pensiones por vejez. Poco o nada se ha dicho acerca de causas esencialmente ciudadanas que competen a una comunidad política, tales como la educación pública, la igualdad de género o la acción contra el cambio climático, ni mucho menos sobre la necesidad de un renovado pacto social articulado en una nueva Constitución Política para la República. En el olvido también han quedado hoy las luchas por la instauración del autogobierno o por la recuperación del mismo, quizás los más importantes logros democráticos de nuestra breve historia.
Pero no es solamente la divergencia de agendas lo que separa a este movimiento de consumidores – el que, por fortuna o por desgracia, hasta ahora no ha contado con su propio Espartaco – de un genuino movimiento ciudadano. Según datos publicados por el Servicio Electoral, el porcentaje de abstención en las últimas elecciones presidenciales de Chile, en 2017, alcanzó un 53% en primera vuelta y un 51% en segunda vuelta.
Lo anterior demuestra que el sufragio universal, derecho y deber ciudadano por antonomasia, no es algo que interese a todos quienes se movilizan hoy por las calles de Chile. El voto universal es tal vez una de las conquistas más subvaloradas de la modernidad, obtenida a sangre y a fuego por nuestros héroes y heroínas para que todo individuo, independiente de su sexo, género, raza, religión, opinión política o cualquier otra condición social (exceptuando la de no ser ciudadano o ciudadana), pueda participar del experimento del autogobierno.
Es de esperar que toda la energía social y la voluntad política que se han volcado a las calles por estos días no se desperdicien en aglomeraciones de masas que no trascienden en el tiempo, sino que puedan fructificar a través del voto mediante el cual cada uno de nosotros, como seres pensantes libres e iguales, podemos contribuir verdaderamente a la comunidad política.
Está en nuestras manos dejar de ser tratados como esclavos y comportarnos como verdaderos ciudadanos en las próximas elecciones. Si desperdiciamos esa oportunidad, la Cuarta Guerra Servil de Chile pasará a la historia como otro levantamiento poético, pero ineficaz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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