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En defensa de las fuerzas de orden Opinión

En defensa de las fuerzas de orden


Sin eufemismos, soy un defensor del modelo económico y social chileno, así como del proceder de nuestras fuerzas de orden y seguridad con ocasión de las inusitadas y salvajes marchas que han afectado nuestro país las últimas dos semanas. Nada justifica, ni mínimamente, lo desquiciado de lo ocurrido, en parte, liderado por la anarquía y el mundo narco, así como la brisa bolivariana que rige las huestes del Frente Amplio y los comunistas de siempre, erguidos en su sofisma como doble estándar. Lo genial de todo esto, es que los manifestantes no superan ni el 5% de la población votante.

Todo esto estaba preparado, qué duda cabe, para ejecutarse durante la cumbre APEC. Sin embargo, hechos y circunstancias lograron que el estallido social aflorase con anterioridad a lo previsto. Lamentablemente, la inteligencia no fue capaz de preverlo o, si lo fue, la autoridad no lo asimiló. Pero eso no quita la magnitud de la locura que se avecinó. Verdaderas barras bravas asolando las principales ciudades del país, afectando sus medios neurálgicos, transporte y cadena de alimentos. Tamaña simultaneidad no es ajena a la espontaneidad.
Bajo dicho escenario, carnavalesco, era de esperar que el proceder de las fuerzas de seguridad y orden fuera sobrepasado, como de hecho ocurrió. Y acá cabe la primera reflexión. ¿Cómo es posible que haya quienes no vean que las fuerzas, en particular las policías, son violentadas y no al revés? ¿Hasta dónde llega la ingenuidad? ¿No han escuchado el grito que a diario se oye, «pacos, cul(…), caf(..)s del Estado» acaso, o soy yo el único que lo sueño en mi mente? ¿No han visto cómo incendian edificios y estaciones de metro y acto seguido tiran piedras, o bien otros simulan ser objeto de ataques armados? Creo que a veces es mejor callar una premeditada aversión al proceder de las fuerzas de seguridad.

Yo trabajo en el centro de la ciudad de Santiago y he caminado al medio de las marchas todos los días, desde Nueva York hasta Santa Lucía, y veo, a diario, cómo la marcha está llena de manifestantes «borrados» en la droga y el alcohol, con un pañuelo en la boca y la bandera mapuche, como si se tratara del mismo Lautaro. He visto, y he enfrentado estas masas de jóvenes, en el metro y en la calle, en defensa del orden per se, primero, como de las fuerzas de seguridad, donde no espero que me traten de los suyos, pero tampoco espero, observando su actuar, que esa masa sea tratada como blancas palomas, cuando bien sabemos no lo son.

Por otra parte, se le echa la culpa al modelo, cuando es éste quizás el origen de nuestro bienestar, por cierto con sus problemas, qué más que de él es de sus actores y la parsimonia del regulador. Hemos sido crítico de los graves atentados de la libre competencia ocurridos en nuestro país, los hemos denunciado y asumido defensa de asociaciones de consumidores. Por tanto, conozco los sinsabores y defectos del actuar en orden a monopolios y con ello la lesión al bolsillo de los sectores más postergados. Y comulgo plenamente con dicha molestia.
Pero este modelo, con sus problemas, ha traído beneficios impensados para nuestro país, que no cabe mencionar. Basta leer un poco de literatura para quienes están en sus casas dictando cátedra, o bien, ver la primera semana de marcha, los vestuarios y utensilios de los manifestantes. Se los quisiera uno. Y para peor, quejándose, cuando no tienen problema en pagar más de 100 mil pesos para ir al recital de turno, dando muchos de ellos cuenta de una inconsecuencia brutal.

Qué duda cabe que el modelo económico y social chileno presenta problemas. No pasa por el cambio de la Constitución. Pasa por corregir las inequidades que ciertamente existen, sobre la que tantas veces se ha escrito en este medio, que, como pocos, ha dado una tribuna crítica y constructiva a la vez. Pero no pasa por destruir un país en dos semanas, menos, entregárselo a una minoría de energúmenos quienes, actuando al amparo de la violencia, han pasado a llevar ciudades enteras y lo que en ellas habita y, para peor, no han ganado elección popular que los respalde. El programa de Alejandro Guillier perdió por paliza, y este país no se ha derrumbado desde aquella elección como para que los derrotados antes se erigen como vencedores hoy, llamando irónica como erróneamente a la «desobediencia civil».

Bajo este escenario de protestas, sólo tengo palabras de agradecimiento cuando veo y converso con nuestra policía o fuerzas de seguridad, PDI y miembros de las FFAA. Se les nota en su cara agotados como incomprendidos. Y si han cometido errores y excesos nada de ello obnubila el proceder que, en su gran mayoría, es adecuado como necesario para que este país restablezca el orden pronto y luego se trabaje mancomunadamente en la búsqueda de prosperidad y paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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