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Andrónico Luksic con el pie cambiado Opinión

Andrónico Luksic con el pie cambiado

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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Tanto en sus negocios como en sus lances políticos, al tuitero @aluksicc, Andrónico Luksic Craig, uno de los hombres más ricos de Chile, le cuesta no meter la pata. Quizás por eso, a pesar de ser su hijo mayor, don Andrónico Luksic Abaroa, empresario chileno-croata de Antofagasta volcado a la minería y otros rubros, prefirió traspasar antes de su muerte la administración de su consorcio Quiñenco a otro de sus hijos, menor, Guillermo Luksic Craig, que demostró tener buenos dedos para ese piano. El lamentable fallecimiento de Guillermo en 2013 propulsó a Andrónico, que se había iniciado como distribuidor automotriz en Argentina, a la cabeza del grupo familiar, cuya principal titular sigue siendo una discreta Iris Fontbona, segunda esposa de su padre.

El último resbalón de Andrónico Luksic fue su padrinazgo del grotesco informe Big Data que el Gobierno intentó esgrimir como “evidencia” del origen extranjero de las protestas de millones de chilenas y chilenos. Luksic pretende que la sigilosa visita de Rodrigo Hinzpeter, su mano derecha, al subsecretario Ubilla, solo tuvo por objeto poner en contacto al Gobierno con la empresa española Alto Analytics, autora del informe. Pero hasta hoy es un misterio el precio del informe y si este se pagó con dineros del Estado o si fue un regalo de Luksic, agradecido con Piñera por haberlo llevado en su comitiva a China en lugar del presidente de Codelco.

Nadie olvida la reunión en que una avispada Natalia Compagnon se comió con zapatos a Andrónico Luksic y le sacó un préstamo de más de diez millones de dólares para su nebulosa empresa Caval. Lo que parece haber impulsado a un ladino Luksic a abrir las faltriqueras de su Banco de Chile y a encargar a Compagnon jugosas asesorías fantasmales fue la presencia en la reunión de un invitado de muchísimo peso que no abrió la boca: Sebastián Dávalos Bachelet, marido de Compagnon, hijo de la entonces Presidenta. Noqueado por el escándalo, Luksic sacó la voz para excusarse ante los funcionarios de su banco, pero no dijo ni pío a los clientes que le habían confiado sus haberes con la esperanza de que los administrara con prudencia.

Tratándose de negocios, que no de política, nuestro desastroso Presidente Sebastián Piñera coloca la bala donde pone el ojo, al punto que subió 55 peldaños en la última lista de los milmillonarios mundiales de la revista Forbes, saltando al quinto puesto de los súper ricos chilenos, con un haber de 2.800 millones de dólares repartidos entre Chile y los paraísos fiscales. En cambio, Andrónico Luksic, aunque dueño de más millones, suele perder dinero en operaciones esperpénticas que terminan en bullados y costosos procesos judiciales que se arrastran durante años en los distintos rincones del mundo, a cuyo fin acostumbra contratar a los abogados más caros del planeta.

Así fue cuando perdió 200 millones de dólares al construir imprudentemente en Perú a fines de los 90, en la reserva ambiental de los Pantanos de Villa, una planta de su empresa Luchetti. El proyecto se fue a las pailas en medio de un juicio escandaloso en que salió a la luz la grabación de un encuentro secreto que Luksic había tenido con Vladimiro Montesinos, el “Rasputín” de Fujimori, en un intento por salvar su fábrica tallarinera. El conflicto escaló y generó una trifulca entre los gobiernos de Chile y Perú.

Más recientemente, tratando de sacar pecho como financista internacional, Luksic quiso hacerse el pino invirtiendo 90 millones de euros en la compra de una tajada de un banco español quebrado, el Banco Popular, apostando a que el valor de las acciones se iba a disparar. Su jugada se chingó cuando el Banco Santander se quedó con el Popular por… un euro. Y ahí está nuestro megaempresario tratando tozudamente de recuperar su billete con abogados y pleitos internacionales.

Por cierto, a Andrónico la pérdida de algunos cientos de millones en monedas duras no le hace ni cosquillas, pero la abolladura que cada patinazo provoca en su ego lo impulsa a saltar al ruedo en tenida de gladiador arropado por un batallón de abogados.

Pero el golpe del siglo XXI que ha de propulsarlo como zar cuprero a escala mundial pretende darlo Luksic en la zona fronteriza de Estados Unidos y Canadá, explotando, a través de su empresa Twin Metals Minnesota, un depósito de cobre gigantesco situado bajo 400 mil hectáreas de lagos y bosques silvestres poblados por animales autóctonos.

A pesar de los 900 mil dólares que deslizó a lobbistas de Washington para que pintaran sus planes color de rosa, antes de abandonar la presidencia, Obama paralizó el proyecto por motivos ambientales. Luksic, fiel a su pasión de litigante, demandó al Gobierno Federal a través de un connotado estudio jurídico, hasta que se sacó la lotería con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, que ha dado luz verde a la iniciativa. En Estados Unidos arriscan la nariz ante el hecho de que el favor de Trump al empresario chileno haya coincidido con la instalación de su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner en una mansión de Washington que les arrienda Luksic, quien acababa de comprarla por 5,5 millones de dólares.

Otro entuerto internacional de Luksic en su empeño por convertirse en el número uno de la extracción de cobre en el mundo ha tenido lugar en… Pakistán. Esta vez pretendía explotar mediante la Tethyan Copper Company, formada en asociación con la canadiense Barrick, las fabulosas reservas de cobre, oro y tierras raras de Reko Diq, en la región de Beluchistán, cerca de las fronteras de Irán y Afganistán. Ante el abrupto retiro de la licencia para el proyecto por las autoridades pakistaníes, Luksic y Barrick consiguieron un triunfazo tras siete años de litigio en instancias de arbitraje internacional: la República Islámica de Pakistán, que ha pedido la nulidad del fallo, tendría que indemnizarlos con 5.840 millones de dólares… Así, los proyectos mineros de Luksic han saltado de Chile a Estados Unidos y a Pakistán y ahora apuntan a Zambia, en África… Continuará.

Sin perjuicio de sus donaciones a favor de los niños enfermos y minusválidos, las explotaciones de Antofagasta Minerals, el consorcio de los Luksic, contaminan el aire que respiran y el agua que beben innumerables niños y familias de Chile. Además, su minera Los Pelambres está generando la acumulación de relaves tóxicos más grande y temible del continente en el tranque El Mauro, un murallón de 1,4 kilómetros de largo y tan alto como el Costanera Center. Más abajo del tranque, que tiene una superficie de 1.800 hectáreas y una capacidad de 2.060 millones de toneladas de relaves, se encuentra Caimanes, un poblado donde el agua y el aire se han visto contaminados y cuyos habitantes, alrededor de un millar, tendrían diez minutos para escapar en caso de que un terremoto hiciera explotar el tranque y los relaves se vaciaran montaña abajo. Desde hace cinco años, con abogados de honorarios siderales y lanzando una chuña de miles de millones a diestra y siniestra, Luksic ha logrado eludir la resolución del juez de Los Vilos, ratificada por la Corte Suprema, que ordenó la demolición del fatídico tranque.

Y saltando al plano de la ficción y sin relación con personajes reales, en mi novela futurista La rebelión de la Chora, Palmenia, una astuta ladrona que se infiltra en las alturas, tiene una conversación de tú a tú con un imaginario empresario chileno-croata llamado Branislav Livacic, el hombre más rico de Chile, apodado el Yugo Siniestro. Livacic le revela que cuando está en dificultades llama, para que le dore la imagen, al superlobbista chileno, “el  campanillero de la transición, Enrique Corneta, el revolucionario que se dio vuelta la chaqueta”.

Intrigada, Palmenia le pregunta:

—Y dime, ¿pa’ qué necesitái tanta plata?

Silencio. La respuesta le salió a Livacic desde muy adentro:

—Para sentir que estoy vivo.

—O sea que pa’ vos, ser pobre es estar muerto.

—Ser pobre es estar… menos vivo.

—Tu vida es importante, la de un pobre vale callampa.

—No vale tanto.

—Yo hasta hoy he sido pobre, o sea, que mi vida vale menos que la tuya. ¿Vos valís más que yo?

—Desde el punto de vista económico.

—Vos necesitái la plata pa’ creerte más importante que yo, pa’ vos eso es vivir. ¿En qué se nota tu importancia?

El Yugo reflexiona un momento:

—En que la presidenta Penélope Tirúa me llamó para darme el pésame cuando murió mi perro Gorbachov; en que soy el chileno más rico en la revista Forbes; en que tengo setecientos veinte mil amigos de Facebook, dos millones trescientos mil seguidores en Twitter, un millón novecientos mil en Instagram, treinta mil “me gusta” a la semana; en que si compro acciones todos compran; en que tengo el mausoleo más grande del cementerio; en que los empresarios no se sientan en Casa Piedra mientras yo no he llegado; en que ningún choro ha escalado el cerco electrificado de mi casa de San Damián; en que mi Lamborghini es el auto más caro de Chile; en que si me duele una muela viene mi dentista de Nueva York; en que ningún intruso se ha bañado nunca en mi playa del lago Ranco; en que el papa me bendijo a mí y a todos mis descendientes por siete generaciones; en que como erizos y locos cuando están en veda; en que soy el que más plata da a la Teletón; en que mi jet privado es igual al del rey de Arabia Saudita; en que una palabra mía hace subir la bolsa de Frankfurt; en que durante el invierno chileno aprovecho el verano en mis playas de Croacia; en que en el Teatro Municipal tengo una butaca con mi nombre en primera fila; en que si hay taco en las calles paso por encima en helicóptero; en que el ministro de Hacienda me pide permiso para subir los impuestos; en que no se me antoja aprender a bailar cueca; en que todos los meses sorteo cincuenta completos con un shop en el Dominó; en que el único que entra conmigo a un ascensor es mi guardaespaldas; en que si vendo acciones todos venden; en que en vez de ir al Festival de Viña voy al de Eurovisión; en que juego a la ruleta en Montecarlo y nunca he pisado un casino chileno; en que una palabra mía hace bajar la bolsa de Tokio; en que para mi cumpleaños rifé cinco noches para dos personas en el casino Monticello y tres pasajes al Mundial de Qatar; en que solo bebo pisco peruano; en que escalo las montañas más altas del mundo.

—¿Y pa’ esa cagada de vida te hace falta tanta plata?

—Tú no puedes entender la felicidad de ser el número uno.

—Vos necesitái trepar las montañas más altas pa’ mirarnos de arriba a los que apenas subimos una escalera y que te entierren en una tumba tremenda mientras a los demás nos tiran a la fosa común. Pa’ eso te sirve la plata, pa’ creerte importante vivo o muerto, esa es la cosa. Yo la necesito pa’ vivir una vida normal y ser feliz. Cuéntame la firme, ¿vos soi feliz?

—Trato.

—Sigue tratando a ver si te resulta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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