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Reflexión sobre la mujer: comenzado por un gesto Opinión Crédito: referencial

Reflexión sobre la mujer: comenzado por un gesto

Pedro Palma Urízar
Por : Pedro Palma Urízar Licenciado en Ciencias Jurídicas. Universidad Finis Terrae.
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Para cualquier ciencia social, el concepto de mujer puede significar un problema. Podría ser fácil definir a una mujer como aquel ser humano cuya anatomía es femenina, pero esta definición no resuelve ningún problema desde el punto de vista cultural. Si toda persona con cuerpo femenino es mujer ¿por qué es posible decir de alguien, sin referirnos a su aspecto físico, que es “toda una mujer” o bien, por el contrario, sostener que alguien de sexo femenino es “un hombre con faldas”? En efecto, para muchos en nuestra cultura, una mujer fuerte, potente y vital no es una “verdadera” mujer. Desde tiempos atávicos ciertas características, cualidades y virtudes se han asociado a lo masculino, exacerbando la virilidad en base a cánones y constructos de identidad de sexual o habilidades físicas, tratando la identidad de la mujer como algo residual o accesorio, pero jamás complementario; como correspondería, esto es, una igual intelectual. Por lo tanto, existe algo en el concepto de mujer que va más allá de lo anatómico. La dificultad del tema se hace mas evidente si comparamos lo que sucede al definir al hombre como resultado del ejercicio de conceptualizar a la mujer.

Del hombre se dice poco, pues se asume, en una visión nunca expresada, nunca reconocida, que hablar de lo humano es ya hablar del espécimen masculino; las mujeres, en relación con esa entelequia, el ser humano, son entonces el caso especial, la excepción a la regla. Al hombre, entonces, se hace referencia siempre o nunca, según sea el caso. En cambio, la mujer, como genero hasta hace poco se mencionaba sólo ocasionalmente en la filosofía, en la historia, en la economía, en la política, en la industria, en fin en la sociedad; parece que sobre ella, y solo sobre ella, y no sobre el hombre, hubiese tenido alguna influencia la diferenciación sexual, hasta el punto de llegar a equiparar la idea de “mujer” y “función reproductiva”.

Si examinamos las observaciones sobre la mujer en la filosofía clásica y moderna, no sólo nos encontramos con la evidente indiferencia de Aristóteles, Platón, Schopenhaur o Nietzsche entre otros, sino que además en aquellos pensadores empáticos o simpáticos hacia la mujer, la concepción de su función vital o transcendental en la sociedad es muy restrictiva. Si bien Kant, avanza en la dirección correcta estableciendo un término genérico para ambos sexos, o sea para hombres y mujeres como una entidad, vale decir, como “ser humano”, haciendo énfasis en la libertad, racionalidad, autonomía,  o sea, en la capacidad de elección, a la mujer nuevamente se le hace acreedora de un estado diferente, describiéndola como un ser sobredeterminado, siempre igual.  Ha sido la dinámica durante los últimos veinte siglos de luchas, transformaciones, reivindicaciones; despreciadas por la cultura dominante, olvidadas por la historia, incomprendidas y maltratadas por doctrinas y dogmas, subestimadas por la ciencia y la razón, humilladas por conductas reprochables, cuyo fundamento es la vanidad y la nada,  subordinadas a imposiciones de estética y belleza. Sin embargo, hoy por hoy, todos o la mayor parte “sabemos” que quiere decir “mujer”; todos o la mayor parte “sabemos”, por nuestras abuelas, madres, o quienes hemos tenido la oportunidad de decirle a una mujer te extraño, te quiero, te amo. ¿Es que acaso existe otra criatura sobre la creación más sublime?

De ahí la importancia de no olvidar, mantener vivo el recuerdo, en pensamiento, palabra y acción, promoviendo una revolución en la esfera de las conciencias junto con un cambio en las estructuras y formas lingüísticas o de  comunicación, pues tu mujer no derrochas sentimentalismo, sino que tienes una mayor capacidad de expresar sentimientos,  de dar afecto, no vives atrapada en una subjetividad, sino que tienes mayor conocimiento de su efectividad; reivindicas los atributos femeninos subvalorados por nuestra cultura, ya que son las únicas propiedades capaces de salvaguardar nuestra civilización en crisis. No te dejes perturbar por una masculinidad temerosa, insegura, malograda, subrepticia, ni te atrevas a dejar que dominen o controlen tu energía vital; esa energía, que es tu esencia natural, y necesita romper con sus cadenas para reforzar su creatividad,  a ti corresponde el estudio de todas las ciencias, humanidades y tipos de arte, sin renunciar al desarrollo de tu dimensión sensible, para formarte a ti misma, para volver a nacer cada día, haciendo frente, valientemente, a los desafíos de todos los tiempos. Finalmente, cabe recordar a Simone de Beauvoir quien dijo: “El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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